martes, 6 de septiembre de 2011

1994 (cuento largo)


Tres/ Rateada
Teníamos clase de inglés en la primera hora pero Nati llegó desencajada y con los ojos como dos huevos saliendo de las órbitas, era obvio que había estado llorando toda la noche. Tiramos las mochilas al lado de nuestros bancos, le dijimos al preceptor que nos íbamos, que cualquier cosa nos buscara en Oktubre y nos escapamos antes de escuchar su queja.
La profesora no nos ubicaba porque nos rateábamos casi todas las clases. Le decíamos cojan en lugar de Bohan y jamás la vi contenta o sonriente, tenía cara de Setter deprimido y se pasaba las dos horas enteras al borde del llanto: volaban papelitos, ninguno hacía un solo ejercicio ni entregaba las tareas y de repente se escuchaba un cooooooojannnnnnnn desde algún banco del fondo. Como en las pruebas nos sacábamos notas altas, tenía que aprobarnos a todos. De vez en cuando me daba un poco de lástima.
Nos sentamos en una de las mesas de la ventana, solo otra más estaba ocupada con unos pibes de la tarde y como la música estaba a un volumen razonable, se podía hablar. Cada vez que íbamos solía escribir en las ya muy escritas mesas de madera, hacía dibujitos o  garabateaba palabras sueltas, tomadas al azar de lo que escuchaba. Pero ese día no dio. Después de pedir dos cortados mitad y mitad y un panqueque con dulce de leche, la miré mientras se sonaba la nariz con un ruido gutural y por fin pregunté:
-¿Qué pasó?
Hizo una pausa para tranquilizarse y limpiarse los mocos con la manga del buzo y por fin habló:
-Mi viejo se fue con Claudia.
-¿Qué? ¿Quién es Claudia?
-La vecina, la groncha del cuarto. La mamá de las idiotas. No da, boluda. Encima tengo miedo de que mi vieja haga cualquiera.
-Pará, pará, contame bien, no entiendo nada.
-Ayer llegó temprano, cosa que nunca hace y se encerró a hablar con mi mamá. Después nos reunió a los tres en el living y nos dijo que se iba. Así, como así. Está loco. Encima a mamá no la vi más. Solo escuchamos algo que golpeaba contra el piso. Nos dio un beso a cada uno y se fue, ni siquiera se llevó nada. Todavía no lo puedo creer.
Cuando terminó de hablar se largó a llorar otra vez con hipos y borbotones de lágrimas. Le dije que no se preocupara, le agarré el brazo por sobre la mesa y le juré que no iba a pasar nada grave pero crucé los dedos de los pies porque en esa familia estaban todos locos y el panorama se veía bastante negro.
La vecina era impresentable, ahora entendía por qué estaba en el último cumpleaños. del viejo Antes de encerrarnos a comer la tarta de frutillas de a cucharadas, directo de la fuente, y a quejarnos de que ninguna tenía novio, Nati nos la había presentado de pasada porque ella se emocionó al vernos y nos dio unos abrazos desubicados. Tenía el pelo decolorado, una camisola larga animal print y una sandalias doradas que debían brillar en la oscuridad.
Me tranquilizó que Nati no hubiera perdido el hambre: mientras lloraba se comió su mitad del panqueque además de un cacho del mío y tomó el café en tres tragos. Después volvió a hablar.
-Encima, imaginate tener a las idiotas de hermanastras, boluda, qué bajón. Me quiero matar.
-Sí, la verdad, es un desastre.
Terminé de decirlo y me arrepentí, obvio. Nati me miró incrédula y yo le solté el brazo porque a veces se sacaba y de repente me tiraba un pellizcón. Pero no hizo nada.
Es que era cierto: las idiotas eran una lacra. Habían ido a la misma primaria que Nati y los hermanos y un par de años hicieron pool. Alguna vez nos las habíamos cruzado en el ascensor y siempre comentaban estupideces del Hard Rock de Cancún o decían que el último disco de los Back Street Boys era lo máximo. Hacía poco, a la mayor le había alcanzado un viaje de cuatro pisos para contarnos que se iban con el padre a Punta Cana, que pensaba llenarse el pelo de trencitas y que si daba seguro se cogía a un negro. Además de idiotas eran bastante putitas. Nosotras la escuchamos en silencio, mordiéndonos los labios y cuando se bajó largamos una carcajada. Pero ya no era gracioso, iban a ser algo así como familia, Carlos se iba a mudar con ellas a un departamento en otro edificio cercano. Tenía todo planeado.
Pagamos y salimos corriendo porque el timbre había sonado hacía rato.

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