lunes, 3 de diciembre de 2018

Para escribir hay que tener estímulos y yo tengo de pocos a nulos. El fin de semana casi no salí de casa, como el resto de los días. Tenía intención de que fuéramos a un museo, pedí entradas en la biblioteca, pero entre el proyecto de ciencias de Roberta, que dejó para último momento, y el mini asado con un amigo que está solo con los hijos, se pinchó el plan. Y ayer tuvimos un cumpleaños. La gente, cada vez más, me parece vacía y poco empática. Hay un desinterés generalizado en los demás. Triste y real. Supongo que a esta altura debería asumirlo.

Esta semana es Basel, para mucha gente una oportunidad genial de ver arte e ir a eventos. Para mi fobia es un espanto absoluto. Tráfico, multitudes, fiestas: el infierno. Tal vez si tomara sería más feliz. O si no hiciera dieta. O si fuera rica. Eso seguro: si fuera rica sería mucho más feliz. Porque señores, el dinero sí hace a la felicidad y el que diga lo contrario, está mintiendo.

Así las cosas.

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