jueves, 26 de marzo de 2009

la satisfacción de estar haciendo lo correcto

Pido un capuchino, tardan años en antenderme, le pongo dos sobre de Splenda, tomo un poco y lo paso a un vaso de fom. Lisa estaría indignada. No traje libro, debería estar trabajando, hice una siesta antes de salir. Roberta se quedó con Diego, me enteré tarde y pasé por ella, estaban comiendo lejos. No pedir favores. Debería usar mi libretita, me olvido de todo. Llevo mi café a la cancha de tenis. A la cancha no. A las gradas que hay fuera de la cancha. Mi hijo mayor está en su clase, lo veo pegarle, mejoró bastante. Aunque más lo veo juntar pelotas. El setenta por ciento de la clase consiste en que junten las pelotas. No estoy de acuerdo pero no digo nada. Drive, revés, bolea. Pienso que es la primera vez en siete años que siento que estoy en el lugar correcto. El hiato entre el deseo y lo que uno efectivamente hace es siempre causante de infelicidad. Me siento plena. No creo que tener que estar haciendo nada más. Nunca pasé tanto tiempo con mis hijos ni tan comprometida. Me queda ayudar a Simón a hacer la tarea. La luna. No es que me guste pero lo tomo como lo que es: mi deber en este momento. Llegamos, Jose se fue al super con su amiga. Buscamos características de la luna. Voy al baño. Sangre. Me asusta. Pienso que puedo parir en cualquier momento y que al bebé le falta un golpecito de horno. Además, no tengo nada preparado. Me cuido. No camino, no cargo, no nada. Para que todo salga bien. En fin. Tengo que trabajar, estoy retrasada. Mañana más, una nueva tarea. Me parece que está bien. Cambiar, crecer.

Así las cosas. Plena y miserable a la vez. Sí, eso existe.

No hay comentarios.: