Tardé mucho en dormirme. Mucha angustia. Tipo attack, digamos. Lo que ya dijimos: no entrar en el cuerpo. Como cuando tenía 11. No prendo la tele ni leo porque me remite a esos años oscuros, atormentados, previos a la pubertad. Ya conté que mi madre, para que no la jodiera me prendía la tele (que yo odiaba) o me daba libros inapropiados porque estaba dormida y agarraba cualquier cosa. Desde la biografía de Marie Curie (escrita por su hija que la odiaba) a libros de sagas familiares, plagados de escenas sexuales. Y yo, obendiente, leía. Y le hablaba a mi Snoopy de peluche, diciéndole que la vida era una mierda. Desde chica, viene, eh. Ahora ya no pienso eso, sólo pienso que conjurar la angustia es una tarea difícil, a veces. Otras, en cambio, ni lo pensás. Vivís. Y ya.
Me pongo a trabajar antes de llevar a Milo al pediatra. No pude hacer gym, tuve que ir al super, me llevé a los grandes. Muchos frentes.
Así las cosas.
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