jueves, 13 de octubre de 2011

crisantemos en Reforma

Más de una hora tardé entre la guardería de Milo y el endodoncista que queda en Cerrada de Altata. Lo que notás con el paso de los años es que entendés ciertas mecánicas, por ej: tener en todos los destinos un viene-viene amigo, que se queda con tu coche mientras te ocupás de lo tuyo.

En Reforma ya están casi todos los crisantemos transplantados. Una cuadrilla con mucha gente (y recalco MUCHA) saca las macetas con las plantitas de flores naranjas (cantidades impresionantes apiladas dentro de un camión), algunos las atrapan, otros les sacan las macetas y otros las vuelven parte del boulevard. Las alternan con otras plantas en formas geométricas generando un lindo espacio verde. Pienso en todo el dinero que se gasta en eso y pienso que es una zona de ricos que, sin embargo, los fines de semana visita una extraordinaria masa de población urbana porque están los museos, el zoológico, la casa del Lago y el botánico. La avenida se vuelve un verdadero océano de gente.


La relación con el endodoncista es de una cotideaneidad inexplicable. Y cambió de signo también inexplicablemente. Ya no puedo contar la cantidad de veces que fui y hoy tuvimos nuestro climax. Hay pocas cosas más sexuales (aparte del sexo) que la endodoncia: lo juro. Como no pudo solucionar el tema con las limas y los líquidos ácidos, tuvo que sacarme la mitad de la raíz. Una carnicería. Cuando vi el cacho con restos de encía casi me desmayo. Gemí durante todo el proceso, dolía a pesar de la anestecia y sentí cómo se me esfumaban las fuerzas. Soy del tipo de persona que puede no caer bien a mi pesar. No reconozco el factor incómodo pero la gente suele detestarme con facilidad. Así el endodoncista hasta hace un par de consultas que por algún motivo vio mi corazón dulce detrás de mis facciones fuertes y mi hablar vehemente. Casi me pongo a llorar cuando me abrazó de despedida, pidiéndome perdón por haberme hecho doler. La escena ridícula (mide 1.60 con toda la furia) la vi reflejada en el vidrio del consultorio. Llamé a marido con un par de lágrimas en el rabillo del ojo pero no me atendió (para variar) y le pedí al chico que tenía mi coche (no el de siempre sino otro nuevo) que sí me lo bajara de la banqueta porque todavía me temblequeaban las piernas. Ahora no puedo ni mirar lo que quedó. Tengo que volver en una semana y espero que por fin sí sea la última vez.

Ahora a trabajar. Y a llamar a la dermatóloga. Mañana viene un amigo de Tita (al parecer, no quiere invitar a ninguna niña) y Coco tiene un cumple en Kidzania. Yo debería aprovechar la tarde para escribir.

En fin.
Así de sanguinolientas las cosas.

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