lunes, 29 de agosto de 2011

de todas formas, duró bastante

La felicidad, digo. Esa paz que supe macerar y se volvió dulce y sentadora durante semanas para ahora haberse evaporado con la misma delicadeza con la que llegó. A la mañana, en el sauna, un poco alunada, intenté reconstruir cuál era el factor tormentoso con el cual convivía de más chica pero no pude definirlo. Unas horas después, lo reviví. No está bueno. Antes, igual, era peor. Constante e intenso no me dejaba vivir.

Ayer a la mañana leí un par de artículos de diarios varios, pasé a buscar a Luli con las girls y nos fuimos al teatro. Por el corte de Reforma casi casi nos bajamos pero por suerte Guille insistió, estacionamos a un par de cuadras y caminamos. Llegamos justo. El teatro y yo nunca comulgamos. Entiendo lo importante del extrañamiento, del hecho teatral, etcétera, etcétera pero cuando estoy ahí me cuelgo, pienso en las cosas que pienso cuando me voy a dormir, me voy. A los chicos les copó y eso es lo único importante. Marido jugó tenis y los varones no sé qué hicieron en el club. Después fuimos a lo de los chicos a comernos una paella los cuatro, yo exageré un poco con el vino porque estaba muy rico y marido se tomó casi solo dos botellas de sidra de verdad que compró especialmente para maridar. De postre chocos de Oxxo, que compré como si tuviera quince y me hubieran dado vía libre para hacer lo que quisiera. Simi se había ido a lo de Lau y Walter y como estábamos en los dos coches, marido se fue con los chicos y yo me vine a casa a seguir leyendo diarios. Arreglamos todo para hoy a la mañana, les dimos algo de comer, baños y a dormir. Aunque les costó. Entrar en ritmo escolar no es lo más fácil del mundo. Para ninguno. A pesar de que casi forcé a marido a garchar y de que después me tragué un tylenol pm, dormí poco y muy mal. A las 6.30am sonó el despertador y yo estaba despierta hacia rato.

Cuando en agosto del 94 nos mudamos a Las Heras, dejé de tomarme el subte y pasé a ir al colegio en el 10, que paraba exactamente en la puerta de mi casa. A las 6.50am sonaba el despertador y a las 7.10 estaba en la parada. A las 7.40 sonaba el timbre. Siempre fui rápida. En el 96 terminé sexto y lo que más me alegró fue la certeza de saber que por un larguísimo tiempo no iba a madrugar más. Claro que de larguísimo no tuvo nada porque lo que realmente te cambia la maternidad es el sueño pero ese es otro tema. Despaché a Coco y Milo hizo algún pequeño escándalo pero después volvió a dormirse a mi lado en el piso.

Ah, en la semana en la que supe que estaba embarazada de Simón me preocuparon dos cosas: 1. a qué colegio iba a ir.
2. cuándo era que tenía que embarazarme del segundo para que tuvieran máximo 3 años de diferencia.
El día fue eterno.

Jamás entendí por qué alguien puede pensar que soy una persona relajada. No peinarse no implica nada más que: no peinarse. Por ejemplo.

Lo de la guardería al final estuvo bien, Milo salió contento y con ganas de volver mañana. La tarde fue bastante infame. O me cae trabajo pronto o enloquezco. Por suerte tenemos repentina cena semi laboral en Rosetta, marido viene a buscarme e iremos juntos. Respiro hastío y ganas de regalar algún hijo.

Chau contentez, hola realidad.

En fin.
Así las cosas.

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