Sábado 9 de septiembre de 2023
Todos los días me despierto a las cuatro y doce de la mañana. Miro el reloj y es esa hora exacta. Excepto hoy que fue a las tres cero siete. A las diez de la noche tomo el rivotril y a la media hora máximo estoy durmiendo. Es una media hora difícil porque no tengo ningún pensamiento feliz al que recurrir. Durante los últimos dos meses había sido el reencuentro con Álvaro, el momento en el que me daba un beso (nunca pasa siempre soy yo la que lo beso) y me decía que me había extrañado (jamás en cuatro años me dijo algo sentimental ni siquiera positivo) pero ahora que las posibilidades de volver a verlo son escasas, tendiente a nulas y mis ganas también son escasas tendiente a nulas ni siquiera me quedó esa fantasía.
El sábado pasado me plantó el piloto. Toda la semana me había estado escribiendo “Tengo ganas de abrazos”, “Me gustas mucho loquita”, “Quiero verte”. Quedamos que venía el sábado, a la mañana me dijo que había llevado unos pasajeros a Bimini y que no podía volver por el mal tiempo. Le pedí que me avisara si venía o no “Sí mi amor” contestó y fue el último mensaje que recibí de él. Mi conclusión es: los hombres están locos, los quiero lejos.
Álvaro es otra cosa. Es una droga dura. Un subidón tremendo cuando está de buenas o nos vemos (una vez cada cuatro meses) y el bajón absoluto cuando no aparece o está de malhumor (algo bastante frecuente). A veces quiero encontrar el momento en el que me hice adicta al maltrato pero no puedo, pienso que se gestó en mi infancia y la rehabilitación me está costando mucho más de lo que me gustaría. Es la peor de mis adiciones: no tomo alcohol, fumo un máximo de tres cigarrillos al día cuando fumo mucho (excepto si salgo que fumo más), consumo marihuana de vez en cuando y tomé drogas duras un par de veces al año durante un par de años pero como bajar es lo peor prefiero tenerlas lejos. Como a los hombres.
Es posible que dormir poco sea un efecto indeseado de la fluoxetina. No recuerdo que me haya pasado antes y menos que el clonazapan no lo neutralizara. Esta noche voy a doblar la dosis a ver si mejora.
Son las once de la mañana y ya lavé ropa blanca, hice un poco de brazos con las pesas, leí algunas páginas de El dios salvaje de Al Alvarez, hablé por teléfono con mamá, llevé a Camilo a tenis, fui al Dollar Tree a comprar guantes descartables, helado y papel aluminio, volví, doblé la ropa y me hice café. En un rato tengo que buscar a Camilo y a la tarde llevarlo a un Bat Mitzbah. En el medio vamos a comer sandwichitos de focaccia que hizo ayer a la tarde. Los sábados a la mañana siento que es posible ser feliz. Después se me pasa.
Así las cosas.
mexico me mata
sábado, 9 de septiembre de 2023
viernes, 8 de septiembre de 2023
Diario de una depresión
Domitila me instó a que vuelva a escribir. Sugirió que haga un comeback de México me mata menopáusica. Le dije que iba a hacer como si no lo hubiera escuchado. Se lo digo seguido porque es capaz de decir cualquier barbaridad. A veces yo también. Es la gracia de nuestra relación: podemos decir cualquier cosa.
Estoy quieta la mayor parte del día. Cuando no estoy quieta es porque estoy limpiando. Hace días que no salgo de casa. La calle me parece imposible de encarar. No quiero caminar por el barrio porque me trae recuerdos tristes. No quiero ir a tomar un café porque estoy en economía de guerra. No quiero ir al supermercado tampoco aunque ya me toca. Tardé en darme cuenta de lo dañada que estoy. Ya no rota, solo profundamente dañada. Me siento una sombra con muy poco para dar. No puedo pensar en trabajar. Toda la energía está puesta en sobrevivir, en mantener la casa más o menos en pie sin mayores pretenciones y en cuidar a los chicos. No hay resto para nada más.
Controlo los impulsos. No quiero exponerme a nada doloroso. Quiero creer en el futuro. Medito. Hago esfuerzos. Lo logro de a ratos cortos. Muchos años de estrés continuo horadan el alma. Cuando te querés dar cuenta ya no sabés quién sos ni qué querés. No hay deseo. Solo el deseo de sufrir lo menos posible. La vida en su mínima expresión desde que vivo en Miami. Soy un potus. Sigo ahí a pesar de todo pero sin gracia. Una planta que a donde la pongas va a sobrevivir pero que nunca va a resaltar.
No tengo noticias de Álvaro desde el sábado. Me mandó un cartel sobre el valor del agua y que depende de dónde se venda porque dos días antes le dije que me hacía mal a la autoestima. Freno el impulso e escribirle porque sé que no hay nada ahí. Es una adicción de la que no me curo. Los hombres que no tienen nada para dar. Él es el último. Si me preguntás hoy no creo volver a tener una relación nunca más. Me encantaría. Nada es más hermoso que el amor romántico y nada veo más lejano. En realidad hoy veo todo lejano. Imposible. No sé cuándo pasó o si fui siempre así. Tal vez la sucesión de fracasos me dejaron en el borde. La novela no publicada, el guión no filmado, la serie no elegida. Los trabajos que perdí. Me siento incapaz de hacer ningún trabajo. Nada. Inservible. Quiero deshacer el sentimiento. Pensar que el futuro es mío que es brillante abundante sorprendente. Lo logro de a ratos muy cortos. Ni siquiera quiero bordar. También me da fobia. Como las personas y la calle. Quiero la nada. Quiero que sea de noche y dormir porque durante la noche el mundo no espera nada de vos.
Soy un potus al que se le escapa una lágrima. No quiero darme pena ni darle pena al mundo, por eso me escondo.
Por ahora: así las cosas.
Estoy quieta la mayor parte del día. Cuando no estoy quieta es porque estoy limpiando. Hace días que no salgo de casa. La calle me parece imposible de encarar. No quiero caminar por el barrio porque me trae recuerdos tristes. No quiero ir a tomar un café porque estoy en economía de guerra. No quiero ir al supermercado tampoco aunque ya me toca. Tardé en darme cuenta de lo dañada que estoy. Ya no rota, solo profundamente dañada. Me siento una sombra con muy poco para dar. No puedo pensar en trabajar. Toda la energía está puesta en sobrevivir, en mantener la casa más o menos en pie sin mayores pretenciones y en cuidar a los chicos. No hay resto para nada más.
Controlo los impulsos. No quiero exponerme a nada doloroso. Quiero creer en el futuro. Medito. Hago esfuerzos. Lo logro de a ratos cortos. Muchos años de estrés continuo horadan el alma. Cuando te querés dar cuenta ya no sabés quién sos ni qué querés. No hay deseo. Solo el deseo de sufrir lo menos posible. La vida en su mínima expresión desde que vivo en Miami. Soy un potus. Sigo ahí a pesar de todo pero sin gracia. Una planta que a donde la pongas va a sobrevivir pero que nunca va a resaltar.
No tengo noticias de Álvaro desde el sábado. Me mandó un cartel sobre el valor del agua y que depende de dónde se venda porque dos días antes le dije que me hacía mal a la autoestima. Freno el impulso e escribirle porque sé que no hay nada ahí. Es una adicción de la que no me curo. Los hombres que no tienen nada para dar. Él es el último. Si me preguntás hoy no creo volver a tener una relación nunca más. Me encantaría. Nada es más hermoso que el amor romántico y nada veo más lejano. En realidad hoy veo todo lejano. Imposible. No sé cuándo pasó o si fui siempre así. Tal vez la sucesión de fracasos me dejaron en el borde. La novela no publicada, el guión no filmado, la serie no elegida. Los trabajos que perdí. Me siento incapaz de hacer ningún trabajo. Nada. Inservible. Quiero deshacer el sentimiento. Pensar que el futuro es mío que es brillante abundante sorprendente. Lo logro de a ratos muy cortos. Ni siquiera quiero bordar. También me da fobia. Como las personas y la calle. Quiero la nada. Quiero que sea de noche y dormir porque durante la noche el mundo no espera nada de vos.
Soy un potus al que se le escapa una lágrima. No quiero darme pena ni darle pena al mundo, por eso me escondo.
Por ahora: así las cosas.
viernes, 11 de agosto de 2023
El capítulo anterior
Mayo 2023
Llegué ayer a la tardecita de Madrid y hoy es feriado. Dejé este día buffer para no llegar y empezar y es siempre la mejor idea del mundo.
Me encanta Madrid pero estuve triste. Puede ser porque mamá está triste y me contagié. Se me mezcla la muerte de papá con extrañar el amor, el sufrimiento laboral, la falta de ciudad. Un mega mix que no entiendo si es pasajero o basal. Además, la historia con Álvaro pareciera estar terminada.
Todo porque me hizo ver una serie que se llama Daisy Jones and the Six y se la pasó insistiendo con que soy igual a Daisy Jones que básicamente es una chica insoportable a la que no le importa lo que piensa el mundo de ella, que se enamora del cantante de la banda con el que escribe, que está casado.
Mírala en Prime. Ahí diferencia entre what’s the right thing to do and what’s good for you. Te vas a identificar con Daisy Jones.
Le fui comentando cada capítulo antes de subirme al avión y vi el último ni bien llegué a Madrid. Cuando le pregunté a él con quién se identificaba contestó que con nadie. Pero tres veces me dijo que le encantaba la esposa del protagonista. Y a la pregunta de si él hace lo correcto o lo que es bueno para él dijo que en su caso coinciden.
Su último mensaje decía:
No te voy a recomendar más series.
El mío:
A veces pienso que entre nosotros hay algo especial y difícil de explicar. Otras pienso que solo estoy aburrida. No tengo ni la más puta idea de qué pensás vos. Es mucho más noble decir algo aunque sea hiriente a no responder o decir vaguedades. Eso es hacer lo correcto.
Nunca más me respondió.
Lo extraño pero creo que podría ser cualquier hombre inteligente. Extraño que a alguien le interesen mis sentimientos, mis consumos culturales, mis problemas. Y aunque a él le interesa solo un tercio de esas cosas es mucho más que nada.
Llegué ayer a la tardecita de Madrid y hoy es feriado. Dejé este día buffer para no llegar y empezar y es siempre la mejor idea del mundo.
Me encanta Madrid pero estuve triste. Puede ser porque mamá está triste y me contagié. Se me mezcla la muerte de papá con extrañar el amor, el sufrimiento laboral, la falta de ciudad. Un mega mix que no entiendo si es pasajero o basal. Además, la historia con Álvaro pareciera estar terminada.
Todo porque me hizo ver una serie que se llama Daisy Jones and the Six y se la pasó insistiendo con que soy igual a Daisy Jones que básicamente es una chica insoportable a la que no le importa lo que piensa el mundo de ella, que se enamora del cantante de la banda con el que escribe, que está casado.
Mírala en Prime. Ahí diferencia entre what’s the right thing to do and what’s good for you. Te vas a identificar con Daisy Jones.
Le fui comentando cada capítulo antes de subirme al avión y vi el último ni bien llegué a Madrid. Cuando le pregunté a él con quién se identificaba contestó que con nadie. Pero tres veces me dijo que le encantaba la esposa del protagonista. Y a la pregunta de si él hace lo correcto o lo que es bueno para él dijo que en su caso coinciden.
Su último mensaje decía:
No te voy a recomendar más series.
El mío:
A veces pienso que entre nosotros hay algo especial y difícil de explicar. Otras pienso que solo estoy aburrida. No tengo ni la más puta idea de qué pensás vos. Es mucho más noble decir algo aunque sea hiriente a no responder o decir vaguedades. Eso es hacer lo correcto.
Nunca más me respondió.
Lo extraño pero creo que podría ser cualquier hombre inteligente. Extraño que a alguien le interesen mis sentimientos, mis consumos culturales, mis problemas. Y aunque a él le interesa solo un tercio de esas cosas es mucho más que nada.
miércoles, 9 de agosto de 2023
No hay nada más difícil que vivir sin ti
Hace una semana que tarareo No hay nada más difícil que vivir sin ti en loop. No sé de dónde salió ni porqué se me quedó y ni siquiera está linkeado a un hombre. Simplemente se me tatuó en el cerebro y ya.
Ahora tengo covid. En realidad hace tres días que tengo covid pero me enteré ayer. Martes a la noche dolor de cabeza imposible como nunca tuve, no podía dormir. Miércoles a la mañana dolor de cuerpo, falta de energía, confusión. Me quedé en la cama como si estuviera adentro de una nube. En un momento bajé a hacerme un café y saqué las cosas limpias del lavavajillas. Creo que fue parte del delirio de la fiebre. Cuando me la tomé tenía 39.4. Una estufa humana. En un momento llamó Anita y dijo que venía para acá. No puedo reponer la secuencia de nada porque ese día mi cerebro era un algodón de azúcar. Durante horas mi cabeza fantaseó con que venía Álvaro a visitarme, traía comida y tomábamos uno de los vinos blancos que encargué con un gift card del trabajo. Él entraba, yo lo esperaba apoyada en la pared donde está el cuadro del árbol, cuando me veía me abrazaba lento y yo le preguntaba ¿Por qué volviste? Hasta ahí llegaba la fantasía porque hasta delirando sé que él nunca va a responder Porque te extrañaba.
Este diálogo pasó esta semana en la realidad.
¿Cuáles son los vinos blancos que tomo?
Todos
Dale no seas pesado, solo tomo vino blanco con vos y nunca presto atención a cuál pedís.
1-Chardonay 2-Sauvignon Blanc 3-Albariño
Le mando una foto de los que elegí.
¿No había otros?
No tiene importancia.
Lo que bebes tiene mucha importancia.
Solo tomo vino blanco con vos. Se quedan acá o los llevo a algún evento.
Que se queden.
Álvaro reapareció hace dos semanas. Era lunes y estaba yendo al campo de Open door con mi amigo Pablo, a pesar de que era uno de los días más fríos del invierno porteño. Cuando paramos en un supermercadito de la ruta a comprar carne para la noche, saqué el teléfono para asegurarme de que mis hijos estuvieran bien y ahí estaba la llamada perdida de Álvaro y un mensaje en el que me contaba que su papá había muerto hacía unos días, que se había despedido de hijos y nietos y que se había ido en paz. Mi último mensaje, que nunca respondió, era de dos meses atrás.
El jueves amanecí sin fiebre pero con un dolor de garganta imposible. Anita pasó el día en casa, la ayudé a organizarse con el trabajo, me trasladé de la cama al sillón y del sillón a la cama. La noche anterior había empezado a tomar amoxidal que mi hijo mayor tenía en su cuarto. Por los síntomas todos estábamos convencidos de que era una infección. El martes a la noche, cuando no podía dormir por el dolor de cabeza, me escribió un tipo que conocí en abril. Salimos un viernes, tomamos unas copas de vino en Books and Books, nos reíamos, apretamos en el estacionamiento donde estaba mi auto y quedamos en vernos al día siguiente. Pero me canceló y nunca más apareció. En algún momento borré su contacto y el chat.
Hola Juli, ¿te acordás de mí?
La verdad que no.
Abrí la foto de whatsapp y me acordé.
¿El piloto?
Jaja, sí.
¿Por qué me escribís?
Porque pensé mucho en vos en este tiempo.
¿Y por qué desapareciste?
Pasaron muchas cosas. ¿Hablamos mañana?
Al día siguiente volaba de fiebre y no sé si me escribió pero el jueves que me sentía mejor dijo que pasaba a visitarme. Le dije que no le creía. Me dijo que ya iba a ver. A las seis y media me avisó que estaba en camino. Le dije que estaba la puerta abierta, que se sacara los zapatos y subiera. A las siete y diez de la tarde lo tenía metido en mi cama. Como si lo conociera de toda la vida. Bajó y se sirvió un whisky, subió, nos revolcamos, bajamos, le hice un sandwich de jamón y queso, tomó una cerveza que había puesto en el freezer y antes de las diez de la noche se fue. ¿Vas a volver a desaparecer? No. Como no le creí borré su contacto y el chat de whatsapp de nuevo.
El viernes a las siete y media de la mañana tuve sesión. Hablé mayormente de trabajo, de mi convicción de que esa tarde me iban a echar, de lo que se venía, de las posibilidades, los planes, la esperanza. En un momento Karen me preguntó si me había hecho el test porque muchos de sus pacientes, que están desperdigados por todo el mundo, están con covid. Le dije que no y pasó. Me senté a trabajar a pesar de sentirme todavía mal y a eso de las doce me acordé de que tenía unos tests guardados. Hisopar la nariz, meter el hisopo en la solución transparente, tirar cuatro gotitas en el agujerito de la tira, esperar unos segundos, ver dos rayitas. Le escribí a Anita de inmediato para avisarle y después tuve que ir a buscar al piloto a la app en que lo conocí.
Che, tengo covid. Sorry.
¿Qué? ¿Te testeaste?
Sí, recién.
Nunca más respondió nada.
Es sábado al mediodía. Tengo tos, dolor de cabeza y mocos pero veo una luz al final del camino. Me di un baño, me saqué el pijama, dejé la cama oréandose y escribo en el sillón de la sala de tele. Mañana quisiera sentirme bien para ir a la playa un rato y limpiar la semana. Llegué de Buenos Aireas el domingo pasado pero parece que fue hace un siglo. De los hombres ya no espero nada. De la vida por suerte todavía espero mucho. Decido que al final no hay nada más difícil que vivir sin ti habla ni más ni menos que sobre la salud.
Ahora tengo covid. En realidad hace tres días que tengo covid pero me enteré ayer. Martes a la noche dolor de cabeza imposible como nunca tuve, no podía dormir. Miércoles a la mañana dolor de cuerpo, falta de energía, confusión. Me quedé en la cama como si estuviera adentro de una nube. En un momento bajé a hacerme un café y saqué las cosas limpias del lavavajillas. Creo que fue parte del delirio de la fiebre. Cuando me la tomé tenía 39.4. Una estufa humana. En un momento llamó Anita y dijo que venía para acá. No puedo reponer la secuencia de nada porque ese día mi cerebro era un algodón de azúcar. Durante horas mi cabeza fantaseó con que venía Álvaro a visitarme, traía comida y tomábamos uno de los vinos blancos que encargué con un gift card del trabajo. Él entraba, yo lo esperaba apoyada en la pared donde está el cuadro del árbol, cuando me veía me abrazaba lento y yo le preguntaba ¿Por qué volviste? Hasta ahí llegaba la fantasía porque hasta delirando sé que él nunca va a responder Porque te extrañaba.
Este diálogo pasó esta semana en la realidad.
¿Cuáles son los vinos blancos que tomo?
Todos
Dale no seas pesado, solo tomo vino blanco con vos y nunca presto atención a cuál pedís.
1-Chardonay 2-Sauvignon Blanc 3-Albariño
Le mando una foto de los que elegí.
¿No había otros?
No tiene importancia.
Lo que bebes tiene mucha importancia.
Solo tomo vino blanco con vos. Se quedan acá o los llevo a algún evento.
Que se queden.
Álvaro reapareció hace dos semanas. Era lunes y estaba yendo al campo de Open door con mi amigo Pablo, a pesar de que era uno de los días más fríos del invierno porteño. Cuando paramos en un supermercadito de la ruta a comprar carne para la noche, saqué el teléfono para asegurarme de que mis hijos estuvieran bien y ahí estaba la llamada perdida de Álvaro y un mensaje en el que me contaba que su papá había muerto hacía unos días, que se había despedido de hijos y nietos y que se había ido en paz. Mi último mensaje, que nunca respondió, era de dos meses atrás.
El jueves amanecí sin fiebre pero con un dolor de garganta imposible. Anita pasó el día en casa, la ayudé a organizarse con el trabajo, me trasladé de la cama al sillón y del sillón a la cama. La noche anterior había empezado a tomar amoxidal que mi hijo mayor tenía en su cuarto. Por los síntomas todos estábamos convencidos de que era una infección. El martes a la noche, cuando no podía dormir por el dolor de cabeza, me escribió un tipo que conocí en abril. Salimos un viernes, tomamos unas copas de vino en Books and Books, nos reíamos, apretamos en el estacionamiento donde estaba mi auto y quedamos en vernos al día siguiente. Pero me canceló y nunca más apareció. En algún momento borré su contacto y el chat.
Hola Juli, ¿te acordás de mí?
La verdad que no.
Abrí la foto de whatsapp y me acordé.
¿El piloto?
Jaja, sí.
¿Por qué me escribís?
Porque pensé mucho en vos en este tiempo.
¿Y por qué desapareciste?
Pasaron muchas cosas. ¿Hablamos mañana?
Al día siguiente volaba de fiebre y no sé si me escribió pero el jueves que me sentía mejor dijo que pasaba a visitarme. Le dije que no le creía. Me dijo que ya iba a ver. A las seis y media me avisó que estaba en camino. Le dije que estaba la puerta abierta, que se sacara los zapatos y subiera. A las siete y diez de la tarde lo tenía metido en mi cama. Como si lo conociera de toda la vida. Bajó y se sirvió un whisky, subió, nos revolcamos, bajamos, le hice un sandwich de jamón y queso, tomó una cerveza que había puesto en el freezer y antes de las diez de la noche se fue. ¿Vas a volver a desaparecer? No. Como no le creí borré su contacto y el chat de whatsapp de nuevo.
El viernes a las siete y media de la mañana tuve sesión. Hablé mayormente de trabajo, de mi convicción de que esa tarde me iban a echar, de lo que se venía, de las posibilidades, los planes, la esperanza. En un momento Karen me preguntó si me había hecho el test porque muchos de sus pacientes, que están desperdigados por todo el mundo, están con covid. Le dije que no y pasó. Me senté a trabajar a pesar de sentirme todavía mal y a eso de las doce me acordé de que tenía unos tests guardados. Hisopar la nariz, meter el hisopo en la solución transparente, tirar cuatro gotitas en el agujerito de la tira, esperar unos segundos, ver dos rayitas. Le escribí a Anita de inmediato para avisarle y después tuve que ir a buscar al piloto a la app en que lo conocí.
Che, tengo covid. Sorry.
¿Qué? ¿Te testeaste?
Sí, recién.
Nunca más respondió nada.
Es sábado al mediodía. Tengo tos, dolor de cabeza y mocos pero veo una luz al final del camino. Me di un baño, me saqué el pijama, dejé la cama oréandose y escribo en el sillón de la sala de tele. Mañana quisiera sentirme bien para ir a la playa un rato y limpiar la semana. Llegué de Buenos Aireas el domingo pasado pero parece que fue hace un siglo. De los hombres ya no espero nada. De la vida por suerte todavía espero mucho. Decido que al final no hay nada más difícil que vivir sin ti habla ni más ni menos que sobre la salud.
viernes, 12 de mayo de 2023
Viernes mañana mayo alergia
Pasó la ssemana sin pena ni gloria. Solo trabajé. Y bordé. No vi a nadie fuera de la gente de la oficina miércoles y jueves y a mis hijos.
El miércoles a las siete de la mañana tuve sesión y lloré con una catarata de mocos. Estoy cansada de vivir en Miami, de remar sola, de subirme al ascensor y que nadie sea capaz de decir buen día, de no tener ciudad por la que caminar, de que no pase absolutamente nada nunca. Debo estar triste por la muerte de mi papá, por la soledad que con el tiempo se vuelve cada vez más densa, por trabajar demasiadas horas en algo que no me hace feliz, por tener que autogenerar todo.
Lo bueno: el tiempo que paso con Camilo y Roberta, que están cada vez más compañeros, graciosos, dulces y juiciosos. La transformación de los hijos de nenes a adultos es muy impresionante. Y el tiempo demasiado incomprensible. Ayer a la noche fuimos con Milo a comprar un pollo rostizado de Publix y una tortilla de papa ya hecha. Simón pasó malhumorado después de trabajar y tuvimos un encuentro desafortunado. Es el momento del choque. Roberta llegó de pasear con una amiga y nos sentamos a charlar los tres. Camilo encontró unas fotos mías en la cuenta vieja de IG del padre y me las mostró. Les dije que yo había estado enamorada de su papá. Camilo recordó que nos reíamos mucho. Es cierto, con mi exmarido nos reíamos mucho. La risa era directamente proporcional al sufrimiento en todos los demás aspectos.
Ayer le dije a Joana que el amor siempre me parece un milagro. Eso que pasa cuando dos personas se encuentran y se enamoran es estadísticamente muy bajo. Y así y todo pasa. Nada me interesa más que el amor.
Tengo muchas ganas de llorar. Es el cansancio acumulado. El viernes que viene a la noche me voy a Madrid. Voy a intentar quedarme con eso. Y con el bordado. Y los amigos. Y el amor de mis hijos.
Así las cosas.
El miércoles a las siete de la mañana tuve sesión y lloré con una catarata de mocos. Estoy cansada de vivir en Miami, de remar sola, de subirme al ascensor y que nadie sea capaz de decir buen día, de no tener ciudad por la que caminar, de que no pase absolutamente nada nunca. Debo estar triste por la muerte de mi papá, por la soledad que con el tiempo se vuelve cada vez más densa, por trabajar demasiadas horas en algo que no me hace feliz, por tener que autogenerar todo.
Lo bueno: el tiempo que paso con Camilo y Roberta, que están cada vez más compañeros, graciosos, dulces y juiciosos. La transformación de los hijos de nenes a adultos es muy impresionante. Y el tiempo demasiado incomprensible. Ayer a la noche fuimos con Milo a comprar un pollo rostizado de Publix y una tortilla de papa ya hecha. Simón pasó malhumorado después de trabajar y tuvimos un encuentro desafortunado. Es el momento del choque. Roberta llegó de pasear con una amiga y nos sentamos a charlar los tres. Camilo encontró unas fotos mías en la cuenta vieja de IG del padre y me las mostró. Les dije que yo había estado enamorada de su papá. Camilo recordó que nos reíamos mucho. Es cierto, con mi exmarido nos reíamos mucho. La risa era directamente proporcional al sufrimiento en todos los demás aspectos.
Ayer le dije a Joana que el amor siempre me parece un milagro. Eso que pasa cuando dos personas se encuentran y se enamoran es estadísticamente muy bajo. Y así y todo pasa. Nada me interesa más que el amor.
Tengo muchas ganas de llorar. Es el cansancio acumulado. El viernes que viene a la noche me voy a Madrid. Voy a intentar quedarme con eso. Y con el bordado. Y los amigos. Y el amor de mis hijos.
Así las cosas.
lunes, 8 de mayo de 2023
Lunes interior noche
Hoy no salí de casa.
Trabajé nueve horas ininterrumpidas. Cerré la computadora a las seis de la tarde, me di un baño, medité, puse una carne al horno con orégano semi muerto de mi huerta -que es la cosa más triste del mundo-, unas cebollas, unos camotes, preparé una ensalada griega y me senté a bordar en el sillón de la tele.
A las ocho y cuarto llegó Simón y Roberta bajó a cenar. A Simón la carne le gustó mucho. No es poco. Comentamos los videos que encontré ayer en un blog que no sabía que tenía que se llama The Alvarez Lost Tapes. Son de 2011, cuando todavía éramos el proyecto de una familia feliz. A los meses vino el derrumbe que duró siete años. Cuando comentaron uno en el que mi exmarido imita a mi papá en su cumpleaños 72 se me cayeron unas lágrimas. Las dejé rodas silenciosas y ni siquiera me las sequé. Mis hjos están acostumbrados a que de repente llore así y siga.
Mañana el día va a ser igual. No tengo mayores alegrías ni emociones. Pero el 19 de mayo me voy a Madrid por una semana. Los cambios de locación siempre son sentadores, les dan aire a la trama.
Ahora voy a sacarme el jogging y el buzo, voy a ponerme el pijama, lavarme los dientes y buscar algún docu para ver. Empecé uno de Herzog sobre un escritor que frecuentaba la Patagonia pero creo que necesito algo un poco más llevadero. Leer no es opción con este estado espiritual.
No pensar en lo que no vale la pena. Bracear para no hundirse, mantener la atención en el presente, querer siempre estar mejor, no dejarse arrastrar por lo que no pasa. Seguir seguir seguir y pensar que tal vez en algún momento la vida te puede sorprender para bien.
Así las cosas.
Trabajé nueve horas ininterrumpidas. Cerré la computadora a las seis de la tarde, me di un baño, medité, puse una carne al horno con orégano semi muerto de mi huerta -que es la cosa más triste del mundo-, unas cebollas, unos camotes, preparé una ensalada griega y me senté a bordar en el sillón de la tele.
A las ocho y cuarto llegó Simón y Roberta bajó a cenar. A Simón la carne le gustó mucho. No es poco. Comentamos los videos que encontré ayer en un blog que no sabía que tenía que se llama The Alvarez Lost Tapes. Son de 2011, cuando todavía éramos el proyecto de una familia feliz. A los meses vino el derrumbe que duró siete años. Cuando comentaron uno en el que mi exmarido imita a mi papá en su cumpleaños 72 se me cayeron unas lágrimas. Las dejé rodas silenciosas y ni siquiera me las sequé. Mis hjos están acostumbrados a que de repente llore así y siga.
Mañana el día va a ser igual. No tengo mayores alegrías ni emociones. Pero el 19 de mayo me voy a Madrid por una semana. Los cambios de locación siempre son sentadores, les dan aire a la trama.
Ahora voy a sacarme el jogging y el buzo, voy a ponerme el pijama, lavarme los dientes y buscar algún docu para ver. Empecé uno de Herzog sobre un escritor que frecuentaba la Patagonia pero creo que necesito algo un poco más llevadero. Leer no es opción con este estado espiritual.
No pensar en lo que no vale la pena. Bracear para no hundirse, mantener la atención en el presente, querer siempre estar mejor, no dejarse arrastrar por lo que no pasa. Seguir seguir seguir y pensar que tal vez en algún momento la vida te puede sorprender para bien.
Así las cosas.
domingo, 7 de mayo de 2023
La soledad
El ejercicio de escribir. Para soltar la mano, para acompañarme, para salir de mi cabeza.
Me desperté y medité 50 minutos. Me alinea, me calma, me encaja.
Después leí un rato, hablé por teléfono con Pau, arreglé para almorzar con un tipo, hablé con mi mamá, el tipo me canceló, me pareció bien aunque su forma fue desagradable.
Iba a decir que los hombres son hace un tiempo solo fuente de desilusión pero sería injusto. Pasaron cosas en el medio con tipos a los que dejé porque no me enamoraban. Los que me enamoraron fueron pocos y me dejaron con el corazón roto. De todas maneras sobre eso no quiero pensar.
A la una calenté tres pedazos de pescado empanizado industrial en la Air Fryer y abrí una lata de frijoles, le agregué el último puñado de hojas verdes sin aceite que quedaban y me senté a comer como una persona normal. Por lo general mi alimentación está basada en pan con kummel, sour cream y jamón. Comí dos de los tres pedazos. Después de las ocho inyecciones de semaglutide volví al desinterés habitual por la comida. Supongo que engordé 15 kilos porque me enamoré, dejé de fumar y me rompieron el corazón. En ese orden. Ahora volví a fumar y me rearmé. Bajé nueve kilos. Tendría que bajar seis para volver a ser flaca de verdad y tres para ser normal.
Ayer Ana me sacó unas fotos en bikini y cuando las vi quise morir. En el espejo me veo bien, en las fotos obesa.
Empecé la serie de Fito pero me aburrió. Medité veinte minutos más, miré algo de porno, comí una mini paleta helada, fui a Walgreens a comprarle el labial 805 de L´Oreal a mi mamá, volví, leí unas páginas de La novela luminosa, fumé un pucho mientras intercambiaba audios con Joana y acá estoy, escribiendo echada en el sillón de la sala de tele. Escucho la presencia de un mosquito pero no lo veo. Es enloquecedor. Significa algo que no puedo descular. Lo omnisciente.
El bienestar es solo interno pero la vida cuando hay amor tiene brillo. Sin amor romántico es opaca. Quisiera no sentirlo pero lo siento. Mi vida no dista demasiado de la vida que describe Levrero. Solo que tengo hijos que pasan temporadas conmigo y tengo que hacer de madre. Me sale cada vez peor. Es como si lo hubiera dejado todo durante 20 años y ahora ya no tuviera resto. Pero tener hijos es no rendirse. Aunque no falten ganas. La vida no dista tanto el talento de más está decir que sí. Su humor es espectacular.
Extraño Buenos Aires, caminar por una ciudad, intercambiar charlas casuales en los ascensores o en la farmacia, que la gente te mire, te vea. Pienso que sería más fácil también tener un hombre al que querer y que me quiera en otro lugar del mundo donde la alienación sea menor. Tal vez idealice y el amor es algo demasiado milagroso más allá de la ciudad que habites. No lo sé.
Desde que tengo uso de razón que me cuesta salir de mi cabeza. La tendencia es siempre hacia adentro. La pareja me gusta más conceptualmente que en la ejecución. Creo. Cada día tengo menos certezas. En esto sí soy muy consecuente.
Así las cosas.
Me desperté y medité 50 minutos. Me alinea, me calma, me encaja.
Después leí un rato, hablé por teléfono con Pau, arreglé para almorzar con un tipo, hablé con mi mamá, el tipo me canceló, me pareció bien aunque su forma fue desagradable.
Iba a decir que los hombres son hace un tiempo solo fuente de desilusión pero sería injusto. Pasaron cosas en el medio con tipos a los que dejé porque no me enamoraban. Los que me enamoraron fueron pocos y me dejaron con el corazón roto. De todas maneras sobre eso no quiero pensar.
A la una calenté tres pedazos de pescado empanizado industrial en la Air Fryer y abrí una lata de frijoles, le agregué el último puñado de hojas verdes sin aceite que quedaban y me senté a comer como una persona normal. Por lo general mi alimentación está basada en pan con kummel, sour cream y jamón. Comí dos de los tres pedazos. Después de las ocho inyecciones de semaglutide volví al desinterés habitual por la comida. Supongo que engordé 15 kilos porque me enamoré, dejé de fumar y me rompieron el corazón. En ese orden. Ahora volví a fumar y me rearmé. Bajé nueve kilos. Tendría que bajar seis para volver a ser flaca de verdad y tres para ser normal.
Ayer Ana me sacó unas fotos en bikini y cuando las vi quise morir. En el espejo me veo bien, en las fotos obesa.
Empecé la serie de Fito pero me aburrió. Medité veinte minutos más, miré algo de porno, comí una mini paleta helada, fui a Walgreens a comprarle el labial 805 de L´Oreal a mi mamá, volví, leí unas páginas de La novela luminosa, fumé un pucho mientras intercambiaba audios con Joana y acá estoy, escribiendo echada en el sillón de la sala de tele. Escucho la presencia de un mosquito pero no lo veo. Es enloquecedor. Significa algo que no puedo descular. Lo omnisciente.
El bienestar es solo interno pero la vida cuando hay amor tiene brillo. Sin amor romántico es opaca. Quisiera no sentirlo pero lo siento. Mi vida no dista demasiado de la vida que describe Levrero. Solo que tengo hijos que pasan temporadas conmigo y tengo que hacer de madre. Me sale cada vez peor. Es como si lo hubiera dejado todo durante 20 años y ahora ya no tuviera resto. Pero tener hijos es no rendirse. Aunque no falten ganas. La vida no dista tanto el talento de más está decir que sí. Su humor es espectacular.
Extraño Buenos Aires, caminar por una ciudad, intercambiar charlas casuales en los ascensores o en la farmacia, que la gente te mire, te vea. Pienso que sería más fácil también tener un hombre al que querer y que me quiera en otro lugar del mundo donde la alienación sea menor. Tal vez idealice y el amor es algo demasiado milagroso más allá de la ciudad que habites. No lo sé.
Desde que tengo uso de razón que me cuesta salir de mi cabeza. La tendencia es siempre hacia adentro. La pareja me gusta más conceptualmente que en la ejecución. Creo. Cada día tengo menos certezas. En esto sí soy muy consecuente.
Así las cosas.
sábado, 6 de mayo de 2023
Tantos años después
Un martes al mes me junto con gente de acá a leer textos. Le decimos tertulia literaria y es un espacio que venimos construyendo desde enero y que gana cada vez un poco más de sentido y solidez.
Conté en la tertulia que tuve un blog mucho tiempo. Y al día siguiente vino Aki y también hablamos con los chicos del blog.
Y acá estoy sin saber muy bien porqué, pensando que este era un espacio feliz -o tristísimo- pero un espacio en el que podía desarrollar las pavadas que pienso sin invadir a nadie. Todo lo que ponés en tuiter es leído porque se impone, acá el que quiere leer tiene que venir especialmente. Hay algo lindo en que busquen leerte en lugar de que te encuentren de prepo. Algo del orden del deseo que seguramente es más espeso y complejo pero que ahora no estoy en condiciones de hilar.
En un rato me busca Anita para ir a Naples. Es a una hora y media de acá, del lado del Golfo. La arena es más natural y el mar más lindo. Y no tenemos nada mejor que hacer. Ella hizo sandwichitos de miga, yo compré papitas y cocuchas y voy a llevar unos helados que ella compró el sábado para el cineclub y el domingo los trajo Fernanda a casa y no los comimos y ahora intentaremos ver si zafan en una heladerita llena de hielo. Las probabilidades son bajas pero no perdemos nada con probar.
Mi vida sexoafectiva es un desierto. No recuerdo la última vez que estuve así, creo que fue 1999. El problema es que aunque sea un desierto siempre está el mismo hombre tácitamente. El hombre del que estuve imposiblemente enamorada cuando me separé y al que saqué de mi vida ocho meses en el 2021 ya no recuerdo bien porqué. O sea, recuerdo el hecho nimio por el que le dije que no quería verlo nunca más pero no recuerdo si lo subyacente era que estaba enamorada de mi novio y quería ser fiel -cosa que logré esos ochos meses. Doy por sentado que sí.
El tema es que ayer lo vi. Cada tres o cuatro meses nos vemos, nos emborrachamos y nos revolcamos durante un máximo de tres horas. Pero ayer un llamado telefónico impidió que se cumpliera el mínimo de las tres horas reglamentarias. "Me tengo que ir" dijo, se vistió y efectivamente se fue. En general nos tomamos media botella de vino blanco cada uno. Ayer tomamos Prosecco y creo que yo me lo fui tomando como juguito y él se dedicó a tenerme la copa llena y que sin darme cuenta terminé bastante dañada. Tan dañada que en un momento le dije "¿Te hago full disclosure? A veces estoy bañándome ahí y pienso que aunque te separaras no estaría con vos porque no se puede estar con alguien que se irrita y se fastidia por todo". "Deja de bañarte" contestó. Y después agregó algo sobre ser insoportable pero yo estaba demasiado borracha y seguro empezó a tocarme y me fui del todo.
Lo que vino después es humillante y lo voy a elidir.
Pero lo importante es que hace años que no tenía sentimientos por este hombre. Cuando lo conocí me enamoré como creo que no me enamoré de ningún otro hombre. Por supuesto que era una infatuation muy justificada: me estaba separando y la enfermedad de mi padre empeoraba. Además, no cogíamos. Mi amiga Valeria se reía porque muchas veces le dije "siento cosas en el plexo solar" con mi voz nasal. arrastrada y llena de sentimientos. Era verdad.
Ayer sentí cosas en la concha y en el plexo solar a la vez y no hay mix más peligroso que ese.
Voy a terminar de alistarme para la playa.
Por ahora: así las cosas.
martes, 12 de noviembre de 2019
Renacida
Hoy cumplo 42.
Este año:
Me sacaron un nódulo de la teta izquierda.
Empecé tres trabajos diferentes.
Me separé.
Me mudé.
Me reenamoré de mis hijes.
De las risas que me brotan sonoras y ridículas.
De la música.
De mis ganas de vivir.
Del sexo.
De la comida.
Del chocolate.
De mis amigas.
De mis amigos reencontrados.
Del cine.
De la tristeza.
Del porro y del alcohol.
Me enamoré de las nubes mullidas de Miami.
Y de la vista brillante de la oficina.
Del mar lustroso.
De un hombre imposible.
De mis amigos nuevos.
De mi casa.
De mi patio.
Del árbol de mi patio.
De las ranas que croan a coro en las noches de verano.
De muchos amantes por ratos cortos.
De la fluoxetina.
De las plantas que crecen salvajes.
De la cama para mí sola.
De la poesía.
De la libertad.
Este año:
Me sacaron un nódulo de la teta izquierda.
Empecé tres trabajos diferentes.
Me separé.
Me mudé.
Me reenamoré de mis hijes.
De las risas que me brotan sonoras y ridículas.
De la música.
De mis ganas de vivir.
Del sexo.
De la comida.
Del chocolate.
De mis amigas.
De mis amigos reencontrados.
Del cine.
De la tristeza.
Del porro y del alcohol.
Me enamoré de las nubes mullidas de Miami.
Y de la vista brillante de la oficina.
Del mar lustroso.
De un hombre imposible.
De mis amigos nuevos.
De mi casa.
De mi patio.
Del árbol de mi patio.
De las ranas que croan a coro en las noches de verano.
De muchos amantes por ratos cortos.
De la fluoxetina.
De las plantas que crecen salvajes.
De la cama para mí sola.
De la poesía.
De la libertad.
miércoles, 19 de diciembre de 2018
Hoy fui con Camilo a la biblioteca, él en bici y yo caminando. De lejos se lo escuchaba cantar villancicos en inglés, español e italiano, con entusiasmo y fervor. Yo iba en ropa de gimnasia, sin bañarme después de hacer ejercicio, medias y chanclas. Y la capucha del buzo puesta. Porque madurar jamás, no sea cosa. Odio Navidad. Odio todo lo que sea festivo, nací amargada. Es increíble lo que engaño. En vivo te hago dos o tres chistes pero en la vida cotidiana soy tirando a muy malhumorada. Me interrumpe Simón haciendo acento chileno y de verdad quisiera filmarlo para uso anticonceptivo en escuelas y universidades. No se me ocurre nada más efectivo. Claro que después va y cocina y un poco decís "por ahí vale la pena aguantar unos años para después hacer usufructo". Eso pensaba mientras intentaba que Camilo no se me perdiera pedalenado: cómo me van a decir qué raro que no te gusten los niños y tenés tres hijos cuando la infancia de los hijos es tan corta en relación a una vida. La gente tiende a ser tarada, eso lo sabemos todos.
Muero de hambre. Y no sé qué voy a comer porque estos pibes no salen del miércoles de pasta ni a punta de pistola y yo sigo a dieta. Al final son más conservadores que yo.
Así las cosas.
Muero de hambre. Y no sé qué voy a comer porque estos pibes no salen del miércoles de pasta ni a punta de pistola y yo sigo a dieta. Al final son más conservadores que yo.
Así las cosas.
miércoles, 5 de diciembre de 2018
no miro televisión, no como dulces, no uso Tumblr, no fumo, no me drogo, no tomo alcohol, no trabajo, no veo gente durante la semana, no hago estudios, no toco instrumentos, no cocino, hago poca gimnasia, no salgo de mi casa más que para buscar a mi hijo en el colegio, no escribo, no hablo por teléfono, no uso juegos, no dibujo ni pinto ni hago jardinería, leo por trabajo.
una vida en su mínima expresión es una vida que no merece la pena ser vivida y sin embargo acá estoy, sobreviviendo(me).
una vida en su mínima expresión es una vida que no merece la pena ser vivida y sin embargo acá estoy, sobreviviendo(me).
lunes, 3 de diciembre de 2018
Para escribir hay que tener estímulos y yo tengo de pocos a nulos. El fin de semana casi no salí de casa, como el resto de los días. Tenía intención de que fuéramos a un museo, pedí entradas en la biblioteca, pero entre el proyecto de ciencias de Roberta, que dejó para último momento, y el mini asado con un amigo que está solo con los hijos, se pinchó el plan. Y ayer tuvimos un cumpleaños. La gente, cada vez más, me parece vacía y poco empática. Hay un desinterés generalizado en los demás. Triste y real. Supongo que a esta altura debería asumirlo.
Esta semana es Basel, para mucha gente una oportunidad genial de ver arte e ir a eventos. Para mi fobia es un espanto absoluto. Tráfico, multitudes, fiestas: el infierno. Tal vez si tomara sería más feliz. O si no hiciera dieta. O si fuera rica. Eso seguro: si fuera rica sería mucho más feliz. Porque señores, el dinero sí hace a la felicidad y el que diga lo contrario, está mintiendo.
Así las cosas.
Esta semana es Basel, para mucha gente una oportunidad genial de ver arte e ir a eventos. Para mi fobia es un espanto absoluto. Tráfico, multitudes, fiestas: el infierno. Tal vez si tomara sería más feliz. O si no hiciera dieta. O si fuera rica. Eso seguro: si fuera rica sería mucho más feliz. Porque señores, el dinero sí hace a la felicidad y el que diga lo contrario, está mintiendo.
Así las cosas.
miércoles, 28 de noviembre de 2018
No permanecer ni transcurrir, o sí
En la vida hay grandes momentos, malos o buenos, y momentos chiquitos. Como si la vida se expandiera o se retrajera a su máxima o su mínima expresión según hechos externos y apreciaciones subjetivas. El 2018 fue mi año de metabolismo basal. Un año duro y malo pero sin los sobresaltos extremos de los anteriores. De tener que elegir, no sé qué prefiero.
En Miami los días no son ni muy largos ni muy cortos por la cercanía con el Ecuador. Pero el cambio de hora implica que en otoño-invierno oscurezca antes de las seis de la tarde, de a poco, como si taparan el cielo con una frazada. Mi madre decía que en México la noche caía de repente y tenía razón. Deben ser las montañas. A mí me encanta meterme temprano en la cama, cuando siento el peso de la colcha sobre el cuerpo horizontalizado, me recorre un temblor de placer. Soy la contracara del vitalismo bergsoniano.
viernes, 23 de noviembre de 2018
Viernes 3.15pm, estoy sentada en la cama, en pijama, con ropa doblaba alrededor y con la tos de Simón de fondo. Es feriado por Thanksgiving, los chicos no tienen clases desde el martes y los días pasan y no pasan. Amanecimos tarde y cuando le tomé la fiebre al Coco tenía 39 y medio. Con sus dos neumonías a cuestas, tos más fiebre da mala espina. Le dimos dos ibuprofenos y ahora tiene 36. Espero que siga así, si no, mañana lo llevaré a urgencias. El sistema de salud de este país es caro y no me da confianza. El desamparo que siento desde que nos mudamos creo que no lo sentí en ningún otro momento de mi vida, ni cuando Diego se quedó sin trabajo en México a los ocho meses de llegar y nos sacaron la visa y el seguro de salud.
¿Cómo divisar a tiempo los rasgos psicopáticos de las personas? ¿Qué me lleva a mí a engancharme con esas personas? Si avisás que estás como un perro apaleado, que no tenés resto psíquico para el maltrato y lo que recibís es mierda y no sabés irte a tiempo, definitivamente estás peor de lo que pensabas.
Ojalá creyera en dios. O en algo. Pedir, confiar, esperar que el universo escuche y se apiade. Lo intenté toda la primera mitad del año pero fue en vano. Así que me entregué al esceptisismo.
¿Volveré a ser yo algún día? Es el miedo lo que me paraliza. ¿Y si no remontamos nunca más? ¿Y si todo sigue yendo en picada? ¿Qué va a ser de nosotros y nuestros hijos? Quiero ganarme el loto y saber que lo económico, al menos, lo tengo solucionado. Sería muchísimo.
Así las cosas.
¿Cómo divisar a tiempo los rasgos psicopáticos de las personas? ¿Qué me lleva a mí a engancharme con esas personas? Si avisás que estás como un perro apaleado, que no tenés resto psíquico para el maltrato y lo que recibís es mierda y no sabés irte a tiempo, definitivamente estás peor de lo que pensabas.
Ojalá creyera en dios. O en algo. Pedir, confiar, esperar que el universo escuche y se apiade. Lo intenté toda la primera mitad del año pero fue en vano. Así que me entregué al esceptisismo.
¿Volveré a ser yo algún día? Es el miedo lo que me paraliza. ¿Y si no remontamos nunca más? ¿Y si todo sigue yendo en picada? ¿Qué va a ser de nosotros y nuestros hijos? Quiero ganarme el loto y saber que lo económico, al menos, lo tengo solucionado. Sería muchísimo.
Así las cosas.
lunes, 19 de noviembre de 2018
Volver a analizarse. Empezar a revolver el fango de la inconciencia. El goce de la pulverización. Descubrir aunque sea tarde. Nunca es demasiado tarde. Solo tarde a secas. Abandonar la expansión, replegarse, protegerse. Aceptar. Achicar el gap entre el discurso y el acto. Decirle no a la autodestrucción.
Es otoño en Miami. Un otoño templado. El cielo azul nuboso. La casa en silencio, la cama sin hacer, la voz entrecortada por el llanto, el día que no sabe a nada. Entender por primera vez qué es lo importante y dejar lo fútil. ¿Será? ¿Será que nunca es tarde? Seguir esperando el efecto de las drogas legales, conseguir un mínimo de energía, de entusiasmo. Mientras: lechuguismo. A veces vale no poder.
Así las cosas.
Es otoño en Miami. Un otoño templado. El cielo azul nuboso. La casa en silencio, la cama sin hacer, la voz entrecortada por el llanto, el día que no sabe a nada. Entender por primera vez qué es lo importante y dejar lo fútil. ¿Será? ¿Será que nunca es tarde? Seguir esperando el efecto de las drogas legales, conseguir un mínimo de energía, de entusiasmo. Mientras: lechuguismo. A veces vale no poder.
Así las cosas.
viernes, 16 de noviembre de 2018
Son las cuatro y diecisiete de la tarde de un viernes chicle y me siento miserable. Parece un dejà vu. Pasaron años y volvió con todo: el vacío existencial, la nada misma acechando, el dolor en el pecho, la desilusión, las ganas de decir basta.
Extraño Bs As como si no fuera la fuente de infelicidad que es. Extraño Bs As como si ahí estuviera la respuesta a mi miseria a pesar de que recuerdo calcada la sensación que tenía en el 2002 y en el 2003. Es en el hacer donde está la respuesta pero a mí no se me da, soy del club de la inacción. Estoy varada en un fango espeso y no me vinieron herramientas para salir. Tal vez la fluoxetina ayude cuando empiece a hacer efecto, tal vez la vida retome un mínimo de brillo pero no la veo. Tanta gente con ganas de vivir y yo con tan pocas. Con el corazón tan roto, tan sin respuestas, tan desolada.
Miami me mata.
Así las cosas
Extraño Bs As como si no fuera la fuente de infelicidad que es. Extraño Bs As como si ahí estuviera la respuesta a mi miseria a pesar de que recuerdo calcada la sensación que tenía en el 2002 y en el 2003. Es en el hacer donde está la respuesta pero a mí no se me da, soy del club de la inacción. Estoy varada en un fango espeso y no me vinieron herramientas para salir. Tal vez la fluoxetina ayude cuando empiece a hacer efecto, tal vez la vida retome un mínimo de brillo pero no la veo. Tanta gente con ganas de vivir y yo con tan pocas. Con el corazón tan roto, tan sin respuestas, tan desolada.
Miami me mata.
Así las cosas
jueves, 15 de noviembre de 2018
Mi papá se va a morir y es lo más duro que me está tocando atravesar en una vida que no fue un lecho de rosas. Estoy arrasada. Soltar la vida se dice fácil y se hace imposible. Soltar es un verbo de mierda. Un invento de algún gurú barato que yo compré por muchos años. Es mentira. Nos aferramos a lo que sea. Al amor ficticio, por ejemplo. A las fantasías de un futuro promisorio. Yo perdí el tronco. Derivo en un mar de incertidumble, con el elefante encima del pecho, con un miedo indomable. También estoy triste. Lloro de la nada, sola, con ruido y mocos. Lloro por lo que ya no soy, lo que no va a ser, lo que perdimos. Lloro porque sé que sufre. Lloro porque no se quiere morir y porque no hay consuelo para la muerte. Lloro porque el mañana está oscurecido y porque el tránsito es doloroso. Lloro y no voy a dejar de llorar. Mi papá se va a morir y yo estoy lejos. Mi papá se va a morir y un pedazo de mí se va a morir con él.
jueves, 4 de octubre de 2018
Subimos al auto con Camilo y llama Diego desde Buenos Aires. Comenta que el desayuno es el festival de las harinas, un clásico que se repite, y nos cuenta que ayer mientras grababan por el centro se clavó el gancho de una carpeta que perforó la suela de la zapatilla y no sabe si tendría que darse la antitetánica. Escucho espantada, como si me hubiera vuelto gringa de repente. Camilo se baja en la escuela y nosotros seguimos hablando sin escapar al habitual malentendido. En un momento cualquiera se provoca el cortocircuito. Más de diecisiete años juntos y no podemos reponer ese resto que hace a la completud comunicativa. ¿Serán así todas las parejas?
Vuelvo y me tiro en la cama un ratito más. Le chateo a madre como todos los días. Padre no amaneció bien y nada bueno nos espera. Para que las sábanas no me coopten abro una de las persianas antes de mirar porno: BDSM liviano. Sentador.
Sobre la escaladora escucho música gronchísima y cuando cambio de máquina pongo La Beriso. Mis gustos musicales están en franca decadencia. Pero no me importa. Diego me vuelve a llamar solo para saludarme. Mientras vuelvo en bici pienso en qué bien funciona el matrimonio a la distancia. Y en cómo fui fan de la pareja estable durante miles de años. Ahora no sé qué pienso. Cada vez sé menos qué quiero y qué pienso sobre la pareja, los hijos, el trabajo, la literatura y casi todos los otros etcéteras. Soy la Benjamin Button de las certezas.
Con un vientito otoñal pegándome suave en la cara pienso que va a ser duro volver a trabajar. Le estoy tomando el gusto al dolce far niente, un gesto contracultural tardío en la tierra del time is money. Ya veremos.
Entre tanto:
Así las cosas.
Vuelvo y me tiro en la cama un ratito más. Le chateo a madre como todos los días. Padre no amaneció bien y nada bueno nos espera. Para que las sábanas no me coopten abro una de las persianas antes de mirar porno: BDSM liviano. Sentador.
Sobre la escaladora escucho música gronchísima y cuando cambio de máquina pongo La Beriso. Mis gustos musicales están en franca decadencia. Pero no me importa. Diego me vuelve a llamar solo para saludarme. Mientras vuelvo en bici pienso en qué bien funciona el matrimonio a la distancia. Y en cómo fui fan de la pareja estable durante miles de años. Ahora no sé qué pienso. Cada vez sé menos qué quiero y qué pienso sobre la pareja, los hijos, el trabajo, la literatura y casi todos los otros etcéteras. Soy la Benjamin Button de las certezas.
Con un vientito otoñal pegándome suave en la cara pienso que va a ser duro volver a trabajar. Le estoy tomando el gusto al dolce far niente, un gesto contracultural tardío en la tierra del time is money. Ya veremos.
Entre tanto:
Así las cosas.
domingo, 9 de septiembre de 2018
¿Cuál es el punto de quiebre de una persona? ¿De una pareja? ¿Cuántos lados b soportás? ¿Qué te rompe? Pasé tantas veces por ahí que ya no tengo respuesta. Habitar un puro presente, vaciarte hasta ser sólo cáscara, un rulo completo que se oxida con rapidez.
Hoy empieza el año 5779 para los judíos. Suelo acordarme porque coincide con la edad de padre. Hasta hace un tiempo, aunque no festejara, me parecía una oportunidad para empezar de nuevo. El año pasado los chicos querían festejar pero no teníamos con quién. Les hice manzana con miel después de cenar, deseando que fuera un año dulce. No creo que se haya cumplido. O tal vez sí. Tal vez a la luz de los años precedentes, fue un año más dulce, más suave en la superficie, en lo colectivo del núcleo duro. La tormenta me la guardé para mí.
¿Cómo uno a los 40 años puede sentirse tan muerto por dentro? El switch está a mitad de camino. Ando por la vida con la batería baja, con resignación. ¿Es eso una vida?
En una época creía en las segundas vueltas. Esperaba a la fortuna que, como un vendaval, viniera a ponerme la vida de cabeza. Para bien. Qué ternu. En la resignación hay cierta paz. No esperar, no caer. Ya aprendí que no soy de ese equipo.
Así las cosas.
Hoy empieza el año 5779 para los judíos. Suelo acordarme porque coincide con la edad de padre. Hasta hace un tiempo, aunque no festejara, me parecía una oportunidad para empezar de nuevo. El año pasado los chicos querían festejar pero no teníamos con quién. Les hice manzana con miel después de cenar, deseando que fuera un año dulce. No creo que se haya cumplido. O tal vez sí. Tal vez a la luz de los años precedentes, fue un año más dulce, más suave en la superficie, en lo colectivo del núcleo duro. La tormenta me la guardé para mí.
¿Cómo uno a los 40 años puede sentirse tan muerto por dentro? El switch está a mitad de camino. Ando por la vida con la batería baja, con resignación. ¿Es eso una vida?
En una época creía en las segundas vueltas. Esperaba a la fortuna que, como un vendaval, viniera a ponerme la vida de cabeza. Para bien. Qué ternu. En la resignación hay cierta paz. No esperar, no caer. Ya aprendí que no soy de ese equipo.
Así las cosas.
viernes, 31 de agosto de 2018
El ruido me destroza. Cómo sobreviví los ocho años del primer piso en Gallo y Charcas a la calle es un misterio. Vinieron a poner shutters para los huracanes y el taladro no para. El señor que los coloca prefirió decirle "la emergencia", un eufemismo digno de La Nación con "larga enfermedad" para nombrar al cáncer. Bueno, si viene una "emergencia" ya estamos mejor protegidos. El años pasado, cuando vino Irma, dejamos la casa a pelo y si se la llevaba puesta se la llevaba puesta, igual nuestras cosas todavía no habían llegado. Este año espero que no venga ninguno. El huracán lo llevo adentro.
Hice una hora de escaladora y un poco de pesas y quedé KO.
Un día más sin ver adultos y van...
Así las cosas.
Hice una hora de escaladora y un poco de pesas y quedé KO.
Un día más sin ver adultos y van...
Así las cosas.
jueves, 30 de agosto de 2018
Todas las crisis, la crisis
Puse Sui Generis mientras lavaba trastes, rompiendo mi preferencia por el silencio excepto en el auto y mientras hago aeróbico. Una vez más Argentina parece resquebrajarse a fuerza de una devaluación brutal a la que nadie le encuentra explicación. O sí. Falta de confianza política. En mi imaginación, hace muchos que veo a la silueta de Argentina como el producto de un meteorito. Es esa imagen la que me dice una y otra vez que por más que por la situación familiar de origen debiera estar ahí, no hay forma de ponerlo en práctica. ¿Acá nos va bien? No, cero. Pero ahí no tendríamos ninguna perspectiva. Triste. Tristísimo.
Ayer hice empanadas. Toda la tarde dedicada a un producto que ni siquiera me gusta. La argentindiad al palo. Busqué a Milo 1.50pm y de ahí fuimos al colegio de Simón porque había estado afiebrado y llovía. Cuando salió ya no llovía, se sentía bien y estaba por irse con unos amigos al shopping de al lado del colegio. Le arruiné el plan a pesar de insistirle para que se quedara. Vino y musicalizó mientras yo hacía el relleno. Tuve que pedirle que no pusiera música horrible como lo hace habitualmente. Charly, Melero, Cafeta. Bien. Después quiso ponerle sus toques en mi preparación, intervenirla, convencido de que le iba a salir mucho mejor que a mí. Insoportable. A los 16 se cree mil y tengo ganas de regalarlo.
Roberta me llamó 4.15 para decirme que se iba a lo de su nueva amiga Ana, mexa, que vive cerca. Tuve que insistirle para que me pasara el teléfono de Ana porque ella muchas veces no atiende y yo me vuelvo loca. Le dije que la buscaba pero prefirió volver caminando. 15 cuadras caminando en ella: dudosísimo. Simón mientras fue a comprar más tapas porque teníamos solo una docena. Hice el repulgue como si fuera pro y no una discapacitada manual. Quedaron perfectas y hoy se llevaron los tres empanadas para el lunch. Mi gran pequeño triunfo doméstico.
A las 6.20am, Simón le pidió al padre que lo lleve al colegio porque el bus iba a tardar 40 minutos. Volvió a la cama y nos despertamos sobresaltados a las 7.33, hora en la que ya deberíamos estar saliendo para llevar a Camilo. Le dije a Milo que podía no lavarse los dientes, metí el tupper con las empanadas y dos mini mandarinas en su lunchera y salimos corriendo. Cuando llegamos, todavía no se podía entrar. Volví y me metí en la cama. Hace meses que no pasaba una mañana con marido. Gran plan. Después desayunamos juntos, hablando de todo lo que nos sale mal. Antes me quejaba, con una letanía monocorde y sin pausa. Ahora que me entregué ni siquiera me angustio. Mi droga legal es la resignación.
En la hiper del 89 recuerdo estar sentada en la cama de los papás de mi amiga Marcela -tenían un acolchado a rayas de colores muy pop-, viendo cómo subía el dólar minuto a minuto, cómo remarcaban los precios en los supermercados y cómo la gente salía a saquear. Tenía casi 11 años. En el 2001, cuando declararon el corralito, estaba internada en el Hospital Italiano con una amenaza de parto. Creo que fue la segunda internación por la orientación de la cama. En junio le había dicho a Diego, que tenía un trabajo estable después de dos años muy duros (previos a conocernos), que lo que ahorráramos los sacara del banco. El corralito nos agarró con 19mil dólares en el cajón de la ropa interior. Las crisis se tatuan en el inconsciente. Cuando entramos en default Simón ya había nacido. Yo lloraba, puérpera, sobre el cuerpo chiquito de mi bebé, desconsolada por el mundo al que lo había tirado. Y así siguieron los presidentes y la devaluación y los días aciagos. El país se reconstruyó muy lentamente y se vino a pique bastante rápido. Como suele suceder.
El dólar estaba a 36 antes de que me pusiera a escribir y ahora está a 39. Triste, tristísimo.
Así las cosas.
Ayer hice empanadas. Toda la tarde dedicada a un producto que ni siquiera me gusta. La argentindiad al palo. Busqué a Milo 1.50pm y de ahí fuimos al colegio de Simón porque había estado afiebrado y llovía. Cuando salió ya no llovía, se sentía bien y estaba por irse con unos amigos al shopping de al lado del colegio. Le arruiné el plan a pesar de insistirle para que se quedara. Vino y musicalizó mientras yo hacía el relleno. Tuve que pedirle que no pusiera música horrible como lo hace habitualmente. Charly, Melero, Cafeta. Bien. Después quiso ponerle sus toques en mi preparación, intervenirla, convencido de que le iba a salir mucho mejor que a mí. Insoportable. A los 16 se cree mil y tengo ganas de regalarlo.
Roberta me llamó 4.15 para decirme que se iba a lo de su nueva amiga Ana, mexa, que vive cerca. Tuve que insistirle para que me pasara el teléfono de Ana porque ella muchas veces no atiende y yo me vuelvo loca. Le dije que la buscaba pero prefirió volver caminando. 15 cuadras caminando en ella: dudosísimo. Simón mientras fue a comprar más tapas porque teníamos solo una docena. Hice el repulgue como si fuera pro y no una discapacitada manual. Quedaron perfectas y hoy se llevaron los tres empanadas para el lunch. Mi gran pequeño triunfo doméstico.
A las 6.20am, Simón le pidió al padre que lo lleve al colegio porque el bus iba a tardar 40 minutos. Volvió a la cama y nos despertamos sobresaltados a las 7.33, hora en la que ya deberíamos estar saliendo para llevar a Camilo. Le dije a Milo que podía no lavarse los dientes, metí el tupper con las empanadas y dos mini mandarinas en su lunchera y salimos corriendo. Cuando llegamos, todavía no se podía entrar. Volví y me metí en la cama. Hace meses que no pasaba una mañana con marido. Gran plan. Después desayunamos juntos, hablando de todo lo que nos sale mal. Antes me quejaba, con una letanía monocorde y sin pausa. Ahora que me entregué ni siquiera me angustio. Mi droga legal es la resignación.
En la hiper del 89 recuerdo estar sentada en la cama de los papás de mi amiga Marcela -tenían un acolchado a rayas de colores muy pop-, viendo cómo subía el dólar minuto a minuto, cómo remarcaban los precios en los supermercados y cómo la gente salía a saquear. Tenía casi 11 años. En el 2001, cuando declararon el corralito, estaba internada en el Hospital Italiano con una amenaza de parto. Creo que fue la segunda internación por la orientación de la cama. En junio le había dicho a Diego, que tenía un trabajo estable después de dos años muy duros (previos a conocernos), que lo que ahorráramos los sacara del banco. El corralito nos agarró con 19mil dólares en el cajón de la ropa interior. Las crisis se tatuan en el inconsciente. Cuando entramos en default Simón ya había nacido. Yo lloraba, puérpera, sobre el cuerpo chiquito de mi bebé, desconsolada por el mundo al que lo había tirado. Y así siguieron los presidentes y la devaluación y los días aciagos. El país se reconstruyó muy lentamente y se vino a pique bastante rápido. Como suele suceder.
El dólar estaba a 36 antes de que me pusiera a escribir y ahora está a 39. Triste, tristísimo.
Así las cosas.
miércoles, 29 de agosto de 2018
Tendría que estar lavando las ollas de ayer. Hicimos un cerdo con salsa india comprada en nuestro supermercado de marca blanca alemán pero más latino imposible, Aldi. A los chicos les gustó, a mí me dio mucha acidez y mi marido lo convirtió en algo mucho más rico con maní y cilantro cuando llegó de Spinning.
En realidad, debería ya estar en el gimnasio, produciendo las endorfinas que me permiten encarar el día con cierta entereza. Pero viene Adelix, la chica que limpia. Empezó la semana pasada porque Gaby encontró un trabajo estable. Quedamos que llegaba a las 8am pero siendo las 9.45 todavía no apareció. Una laxitud horaria apabullante. Pensé que los padres le habían puesto ese nombre en honor a Ásterix pero, al parecer, en Venezuela es muy común juntar nombre de padre y madre y generar uno nuevo. Como los argentinos hacemos con las casas de la Costa Atlántica. Adelix vendría a ser hija de una Adela y un Félix, me dijeron en Tuiter. Alguno de mis hijos se podría haber llamado Juliego o Diejul.
Soy desempleada. Una desempleada hecha y derecha. Busqué trabajo de todas las formas posibles: contacté a todos los que podían tener una punta, apliqué en todos los sitios de búsquedas, moví cielo y tierra y nada. Me deprimí, lloré con ruido mientras estaban mis papás de visita, me quedé echada en la cama, lamentándome de mi mala suerte, chorreé lágrimas adelante de mis hijos menores en sus vacaciones eternas (hijo mayor se fue 41 días a Suiza, a la casa de mi hermana mayor). Hasta que me entregué. Es así, el mundo no me necesita aunque yo necesite facturar. Llamalo maldición, mercado, falta de capacidad, como quieras, pero acá estoy, siendo ama de casa por primera vez en mi vida y sin perspectivas de cambio.
Por eso voy a lavar las ollas (Adelix acaba de llegar, casi dos horas tarde), voy a ir al gimnasio, voy a volver a bañarme -tal vez me ponga el mismo vestido que los últimos dos días porque no veo a nadie que no sean mis hijos así que me da igual, hace calor y como estoy gorda, la ropa me molesta mucho-, voy a terminar Magnetizado de Busqued, voy a leer a Borges, voy a lamentarme un rato por mi suerte y voy a ir a buscar a hijo menor al colegio porque los miércoles sale a la 1.50 en lugar de a las 3.05 y vamos a hacer el relleno de unas empanadas intentando que la tarde pase un poco más ligera, como la primavera.
Así las cosas.
En realidad, debería ya estar en el gimnasio, produciendo las endorfinas que me permiten encarar el día con cierta entereza. Pero viene Adelix, la chica que limpia. Empezó la semana pasada porque Gaby encontró un trabajo estable. Quedamos que llegaba a las 8am pero siendo las 9.45 todavía no apareció. Una laxitud horaria apabullante. Pensé que los padres le habían puesto ese nombre en honor a Ásterix pero, al parecer, en Venezuela es muy común juntar nombre de padre y madre y generar uno nuevo. Como los argentinos hacemos con las casas de la Costa Atlántica. Adelix vendría a ser hija de una Adela y un Félix, me dijeron en Tuiter. Alguno de mis hijos se podría haber llamado Juliego o Diejul.
Soy desempleada. Una desempleada hecha y derecha. Busqué trabajo de todas las formas posibles: contacté a todos los que podían tener una punta, apliqué en todos los sitios de búsquedas, moví cielo y tierra y nada. Me deprimí, lloré con ruido mientras estaban mis papás de visita, me quedé echada en la cama, lamentándome de mi mala suerte, chorreé lágrimas adelante de mis hijos menores en sus vacaciones eternas (hijo mayor se fue 41 días a Suiza, a la casa de mi hermana mayor). Hasta que me entregué. Es así, el mundo no me necesita aunque yo necesite facturar. Llamalo maldición, mercado, falta de capacidad, como quieras, pero acá estoy, siendo ama de casa por primera vez en mi vida y sin perspectivas de cambio.
Por eso voy a lavar las ollas (Adelix acaba de llegar, casi dos horas tarde), voy a ir al gimnasio, voy a volver a bañarme -tal vez me ponga el mismo vestido que los últimos dos días porque no veo a nadie que no sean mis hijos así que me da igual, hace calor y como estoy gorda, la ropa me molesta mucho-, voy a terminar Magnetizado de Busqued, voy a leer a Borges, voy a lamentarme un rato por mi suerte y voy a ir a buscar a hijo menor al colegio porque los miércoles sale a la 1.50 en lugar de a las 3.05 y vamos a hacer el relleno de unas empanadas intentando que la tarde pase un poco más ligera, como la primavera.
Así las cosas.
martes, 28 de agosto de 2018
Esquirlas
¿Qué hago acá? Lo que debería haber hecho hace un año. Empecé este blog cuando me mudé a México y habiéndome mudado de nuevo, el blog tendría que ser EL espacio de fuga para mis penas. Pero como la edad trae cierto pudor, empecé un diario, que dejé bastante rápido. Y empecé una novela, que no seguí, y escribí un cuentito, que ahí está y un librito de poemas, que hay que pulir. Y siempre está tuiter, inmediato, adictivo y no muy amable.
Lo de qué hago acá podría traspolarse a Miami, lo sé. Es la pregunta del millón, la que me hicieron durante un año con curiosidad mientras la enunciaban y desconcierto cuando escuchaban la respuesta. La explicación es casi un sinsentido: necesitábamos un cambio, mi marido pudo sacar la visa de talento extraordinario y nos vinimos. OK.
Miami es Ricky Fort, es Versace, es reggetón, es playa, es el deme dos de los argentinos entre crisis, es un disco de Babasónicos y es todo lo que yo no soy. Pero también es donde vine con mis padres tres veces de adolescentea, es a donde visité a mi marido ni bien lo conocí, donde pasé dos meses en el 2003 siendo muy infeliz y la única opción que nos pareció posible hace más de un año y medio, cuando decidimos que el ciclo México estaba terminado.
¿Es conveniente explotar una vida a tres meses de cumplir 40? ¿Dejar tu casa, tu trabajo, los amigos familia, la comodidad de lo que una vez fue extraño y se volvió conocido? Hoy no lo voy a contestar. Un año es poco tiempo. O no. Pero retroceder nunca, rendirse jamás. Y el arrepentimiento es un sentimiento tan o más inconducente que la angustia.
Un resumen de mi martes: me levanté, hice quesadillas para los lunchs de mis hijos menores, agregué fruta y cacahuates, volví a la cama, me escribió mi amiga Flor ¿nos vemos en Coconout tipo 8? Ok. Me levanté, hice la cama, me vestí, tomé dos cafés con ella en Le pain Quotidien, le dije que me sentía poquita cosa, quedamos en buscar dos películas argentinas que queremos ver, volví, lavé tres sartenes de la comida de ayer, y muchos utensilios, ordené un poco el cuarto de hija, pasé un trapo, agarré la bici, fui al Community Center (está a tres cuadras), hice una hora de elíptica escuchando música bajón, volví bajo una llovizna, me puse a hacer cosas en la compu y ahora, siendo las 12.45pm, voy a comer algo, bañarme, leer y después buscar a hijo menor en la escuela. Sin la parte del café con amiga, más o menos esa es mi vida cada uno de los días de semana. Un opio.
Mañana sigo.
Así las cosas.
Lo de qué hago acá podría traspolarse a Miami, lo sé. Es la pregunta del millón, la que me hicieron durante un año con curiosidad mientras la enunciaban y desconcierto cuando escuchaban la respuesta. La explicación es casi un sinsentido: necesitábamos un cambio, mi marido pudo sacar la visa de talento extraordinario y nos vinimos. OK.
Miami es Ricky Fort, es Versace, es reggetón, es playa, es el deme dos de los argentinos entre crisis, es un disco de Babasónicos y es todo lo que yo no soy. Pero también es donde vine con mis padres tres veces de adolescentea, es a donde visité a mi marido ni bien lo conocí, donde pasé dos meses en el 2003 siendo muy infeliz y la única opción que nos pareció posible hace más de un año y medio, cuando decidimos que el ciclo México estaba terminado.
¿Es conveniente explotar una vida a tres meses de cumplir 40? ¿Dejar tu casa, tu trabajo, los amigos familia, la comodidad de lo que una vez fue extraño y se volvió conocido? Hoy no lo voy a contestar. Un año es poco tiempo. O no. Pero retroceder nunca, rendirse jamás. Y el arrepentimiento es un sentimiento tan o más inconducente que la angustia.
Un resumen de mi martes: me levanté, hice quesadillas para los lunchs de mis hijos menores, agregué fruta y cacahuates, volví a la cama, me escribió mi amiga Flor ¿nos vemos en Coconout tipo 8? Ok. Me levanté, hice la cama, me vestí, tomé dos cafés con ella en Le pain Quotidien, le dije que me sentía poquita cosa, quedamos en buscar dos películas argentinas que queremos ver, volví, lavé tres sartenes de la comida de ayer, y muchos utensilios, ordené un poco el cuarto de hija, pasé un trapo, agarré la bici, fui al Community Center (está a tres cuadras), hice una hora de elíptica escuchando música bajón, volví bajo una llovizna, me puse a hacer cosas en la compu y ahora, siendo las 12.45pm, voy a comer algo, bañarme, leer y después buscar a hijo menor en la escuela. Sin la parte del café con amiga, más o menos esa es mi vida cada uno de los días de semana. Un opio.
Mañana sigo.
Así las cosas.
domingo, 11 de septiembre de 2016
otra vez domingo, otra vez lluvia
Diluvia. Después de unos días de tregua escucho el agua golpear contra todo: pasto, techo, pavimento, empedrado, árboles, coches y plantas. A oscuras, echada en la cama, con el resto de la familia conviviendo por ahí, puedo pensar poco. Hojeo diarios, intento digerir una comida opulenta que Domitila cocinó con amor, intento no pensar en el hueco del pecho, que horada una vez más mi integridad espiritual. Es raro como el optimismo no se rinde. Una piensa que no, que no va a sentir más el agujero permanente y activo llamado angustia, que el blindaje de los psicofármacos es infalible, que trabajar mil horas y no pensar ayuda. Cuánta ingenuidad. Escribiría más pero ¿para qué? Hay poca gente del otro lado, no calma el desasosiego y queda poco nuevo por decir. Mis problemas se repiten en loop así ya casi 15 años. Mi nickname debería ser cobardía. ¿O es simple ética? Ya ni sé.
Soy infeliz. Pero todo pasa. Siempre. Hasta que te morís.
Soy infeliz. Pero todo pasa. Siempre. Hasta que te morís.
domingo, 4 de septiembre de 2016
De abajo vienen notas de bebop profrundo, de ese que ya no soporto escuchar. Simón se pone su playlist de jazz para hacer la tarea (aunque creo que se está preparando el lunch para mañana con las sobras de la comida). Por mi parte intento digerir las carnitas de cerdo (muchos cortes, muy grasosos, hechos durante bastante tiempo), echada en la cama, leyendo columnas de opinión, mirando ropa por internet, charlando con mi hijo menor -que come cereales al lado mío- todo junto, todo mezclado, todo a la vez. Mi marido y mi hija se fueron a comprar un aceite para barnizar el deck que él hizo con sus manos (con ayuda, en algunas instancias del jardinero y sus secuaces) y cuando vuelva veremos un par de capítulos de Chef´s Table Francia. Ayer fue un día raro, de reacomodo. Después de cinco semanas (o más) de no estar en zona, la presencia de mi marido llegó a ser disruptiva. Por suerte mi amiga Mercedes se llevó a mis hijos a dormir a su casa y nuestro reencuentro romántico fue buscando llantas y vituallas en Costco y una pasada rápida por Bed, Bath & Beyond. La noche voló, como todos los días, como este fin de semana, como la vida, que pasa cada segundo un poco más rápido. Hoy estuve sola unas horas felices, comprando algo de ropa, sin tensión, sin apuro, sin pensar en nada. El puro presente. Después tortitas de plátano con requesón mientras hijo mayor hacía guacamole e hija cortaba verduras. Algo del orden de la paz. Algo del orden del amor. Algo del orden de la armonía. Mañana es lunes otra vez, la vorágine de la vida cotidiana, el olvidar el sinsentido, la ciudad, el caos, la muerte siempre como sentido.
Sueño con una huerta (de la que jamás quisiera ocuparme) que nos dé nuestros alimentos. Hoy vino gente a casa. El ruido de la gente, lo familiar, lo sabroso de un buen plato.
Hay nada atrás de todo esto y hay mucho más, en esta música de fondo, en esta compañía, en esta cotideaneidad de lo que se puede expresar con palabras.
Sueño con una huerta (de la que jamás quisiera ocuparme) que nos dé nuestros alimentos. Hoy vino gente a casa. El ruido de la gente, lo familiar, lo sabroso de un buen plato.
Hay nada atrás de todo esto y hay mucho más, en esta música de fondo, en esta compañía, en esta cotideaneidad de lo que se puede expresar con palabras.
sábado, 20 de agosto de 2016
Abrazar tu realidad
Hace un par de noches volví a escuchar a Chet Baker. Ayer, ya entre sueños, me pregunté si de no saber que no es negro lo descubriría por su fraseo. Qué se yo, no soy tan experta. Pero tal vez sí. Falta un resto de crudeza. Y eso que fue crudo y sufrido como cualquier otro jazzero negro. No es que tenga importancia.
Mi hijo mayor mira una peli con 3 chicas, tirado en el sillón de la sala de tele. Si me preguntás para mí nunca le dio un beso a nadie: 14 y medio. Pero quién sabe. Y a quién le importa. La intimidad de los hijos es eso: la intimidad de los hijos. Yo, a los casi 40 años, sigo teniendo mi mundo secreto. Mi hijo menor juega con un amigo. Mi hija ordena los múltiples caos que fue dejando en diferentes lugares de la casa a lo largo de la semana.
El lunes pasado estaba en Bs As después de un fin de semana raro y un domingo para olvidar. Hay gente muy egoísta allá afuera y yo me la cruzo toda. Podría decir que tengo un imán pero sería mentira. Lo que tengo es roto el instinto de autopreservación. Falla de fábrica. Entre otras. Lo que pasó esa tarde noche de invierno en Bs As es que conocí a una psiquiatra que además de arreglarme temas de medicación me puso en caja. Creo que fue la primer persona en 20 años que me leyó bien. Y no se comió ninguna. Está mal que lo diga pero suelo comerme crudo a mis analistas, por más inteligentes que sean. Su legitimación fue de lo más importante que me pasó en años. Con otras palabras me dijo algo tipo "Julieta, abrazá tu locura, no vas a ser otra". Porque yo pienso que quiero ser otra, pensar distinto, llevar otra vida. Hay puntos del orden de lo concreto con los que de verdad quisiera no tener que luchar más. Hay otros, más del orden de lo simbólico, a los que me tengo que entregar.
El día está gris. Un poco fresco. La soledad me sienta. Los psicofármacos ayudan. A mi alrededor hay paz. La semana es un vendaval. Pasa todo demasiado rápido, poco profundamente, al ras. Trabajo, me quejo, digo la concha del mono cada veinte minutos, resuelvo muchos problemas, ayudo a los que tengo alrededor, materno poco y mal, soy un hueco en la vida de mis hijos que Silvia viene a reponer. Se los ve bien igual. Posiblemente mejor. Hay poco espacio en mi locura para sus subjetividades. Excepto cuando pasa algo grave, ocupan un espacio mínimo de mi cabeza. Pienso básicamente en trabajo. Y en distractores. A sus analistas, de adultos, les contarán esto. Quisiera dar una mejor versión de mí misma: mentiría.
Suelo aburrirme. Y eso es en un plano meramente conceptual. Jamás me aburro en la realidad. Es tan poco el tiempo y tanto lo que hay para hacer...
Solo hay que dejar el fuego. Jugar con objetos sin filo. Rescatarse. Lo que se pueda. Son ráfagas. Después durante meses no pasa nada, la vida se escurre, resbala por un tobogán de rutina sin sobresaltos, de corazón helado, de cabeza en piloto automático.
Sigo igual de extrema en cuanto a la mentira: pienso que no existe, que todos somos honestos, abiertos, francos, que nos mostramos como somos. Proyecto un yo inadaptado. El mundo no es así. Funciona en capas, se sostiene a base de hipocresía, oscuridades, ocultamientos.
A mí solo me queda sobrevivir. Aceptarme. Respirar. E intentar que el aburrimiento no sea tan grande como para acordarme de la falta de sentido. A veces es fácil. Otras no.
Mi hijo mayor mira una peli con 3 chicas, tirado en el sillón de la sala de tele. Si me preguntás para mí nunca le dio un beso a nadie: 14 y medio. Pero quién sabe. Y a quién le importa. La intimidad de los hijos es eso: la intimidad de los hijos. Yo, a los casi 40 años, sigo teniendo mi mundo secreto. Mi hijo menor juega con un amigo. Mi hija ordena los múltiples caos que fue dejando en diferentes lugares de la casa a lo largo de la semana.
El lunes pasado estaba en Bs As después de un fin de semana raro y un domingo para olvidar. Hay gente muy egoísta allá afuera y yo me la cruzo toda. Podría decir que tengo un imán pero sería mentira. Lo que tengo es roto el instinto de autopreservación. Falla de fábrica. Entre otras. Lo que pasó esa tarde noche de invierno en Bs As es que conocí a una psiquiatra que además de arreglarme temas de medicación me puso en caja. Creo que fue la primer persona en 20 años que me leyó bien. Y no se comió ninguna. Está mal que lo diga pero suelo comerme crudo a mis analistas, por más inteligentes que sean. Su legitimación fue de lo más importante que me pasó en años. Con otras palabras me dijo algo tipo "Julieta, abrazá tu locura, no vas a ser otra". Porque yo pienso que quiero ser otra, pensar distinto, llevar otra vida. Hay puntos del orden de lo concreto con los que de verdad quisiera no tener que luchar más. Hay otros, más del orden de lo simbólico, a los que me tengo que entregar.
El día está gris. Un poco fresco. La soledad me sienta. Los psicofármacos ayudan. A mi alrededor hay paz. La semana es un vendaval. Pasa todo demasiado rápido, poco profundamente, al ras. Trabajo, me quejo, digo la concha del mono cada veinte minutos, resuelvo muchos problemas, ayudo a los que tengo alrededor, materno poco y mal, soy un hueco en la vida de mis hijos que Silvia viene a reponer. Se los ve bien igual. Posiblemente mejor. Hay poco espacio en mi locura para sus subjetividades. Excepto cuando pasa algo grave, ocupan un espacio mínimo de mi cabeza. Pienso básicamente en trabajo. Y en distractores. A sus analistas, de adultos, les contarán esto. Quisiera dar una mejor versión de mí misma: mentiría.
Suelo aburrirme. Y eso es en un plano meramente conceptual. Jamás me aburro en la realidad. Es tan poco el tiempo y tanto lo que hay para hacer...
Solo hay que dejar el fuego. Jugar con objetos sin filo. Rescatarse. Lo que se pueda. Son ráfagas. Después durante meses no pasa nada, la vida se escurre, resbala por un tobogán de rutina sin sobresaltos, de corazón helado, de cabeza en piloto automático.
Sigo igual de extrema en cuanto a la mentira: pienso que no existe, que todos somos honestos, abiertos, francos, que nos mostramos como somos. Proyecto un yo inadaptado. El mundo no es así. Funciona en capas, se sostiene a base de hipocresía, oscuridades, ocultamientos.
A mí solo me queda sobrevivir. Aceptarme. Respirar. E intentar que el aburrimiento no sea tan grande como para acordarme de la falta de sentido. A veces es fácil. Otras no.
sábado, 26 de septiembre de 2015
El espacio, un recoveco, donde ser un poco menos infeliz, miserable, sola. Redimirse, reinventarse. La hostilidad que derrumba, el deseo de no ser, de no estar más, de que dejen de mirarte y lastimarte. Las épocas oscuras son muchas y prolongadas, no se repliegan. "Pido". Pido. Grito el nombre de lo imposible. La lluvia, la banda de sonido que no esperaba.
lunes, 14 de septiembre de 2015
Vida monacal. Lectura. Maternidad. Trabajo. Hay poco para decir. La vida, se escurre. La energía es moderada y no alcanza para todo. El deporte me queda lejos. Detesto el sendentarismo, estoy ideológicamente en contra y, sin embargo, poco puedo hacer para combatirlo. Todo pasa. Y esto también pasará. Espero.
Hay un cierto equilibrio psíquico, nada espectacular pero una capacidad de sobrevivir sin mayores sobresaltos, que agradezco. La contracara es la mediación de los psicofármacos, una capa como de microfilm que te mantiene semiaislado, que conduce los sentimientos a su mínima expresión, que te saca ese resto que tal vez te haga humana. O no. Qué importancia tiene.
Los japoneses, leo en un Estupor y temblores, de Amelie Nothomb, consideran al suicidio un honor. Pienso que hacen bien. Son sabios. De otra especie. Nosotros, los occidentales, tan estigmatizado que lo tenemos. Lo pienso aunque no esté suicida. Los hijos son un ancla a la existencia. Aunque pierda la gracia, aunque no encuentres el camino, aunque quieras desaparecer completamente, te obligan a seguir remando. Supongo que, sin saberlo, por eso me reproduje. La salvación. Qué bajeza.
Por lo demás: seguir braceando aunque no haya orilla. Quiero ir a comer a un lugar lindo, comprarme cosas. El dinero, en su futilidad, logra sacarme de la sensación de abismo. Su falta, en cambio, genera angustia, vacío, miedo. El dinero como sostén, un desplazamiento de la existencia hacia lo concreto. Otra tabla de salvación. Otra bajeza.
Y de tanto en tanto las ganas de algo. Un mini proyecto, una búsqueda, una posibilidad. Otra mentira.
Shaná tová. Que los 5776 nos den otra oportunidad. Mientras haya vida hay esperanza, dijo alguien alguna vez. Supongo que tenía razón.
Así las cosas.
Hay un cierto equilibrio psíquico, nada espectacular pero una capacidad de sobrevivir sin mayores sobresaltos, que agradezco. La contracara es la mediación de los psicofármacos, una capa como de microfilm que te mantiene semiaislado, que conduce los sentimientos a su mínima expresión, que te saca ese resto que tal vez te haga humana. O no. Qué importancia tiene.
Los japoneses, leo en un Estupor y temblores, de Amelie Nothomb, consideran al suicidio un honor. Pienso que hacen bien. Son sabios. De otra especie. Nosotros, los occidentales, tan estigmatizado que lo tenemos. Lo pienso aunque no esté suicida. Los hijos son un ancla a la existencia. Aunque pierda la gracia, aunque no encuentres el camino, aunque quieras desaparecer completamente, te obligan a seguir remando. Supongo que, sin saberlo, por eso me reproduje. La salvación. Qué bajeza.
Por lo demás: seguir braceando aunque no haya orilla. Quiero ir a comer a un lugar lindo, comprarme cosas. El dinero, en su futilidad, logra sacarme de la sensación de abismo. Su falta, en cambio, genera angustia, vacío, miedo. El dinero como sostén, un desplazamiento de la existencia hacia lo concreto. Otra tabla de salvación. Otra bajeza.
Y de tanto en tanto las ganas de algo. Un mini proyecto, una búsqueda, una posibilidad. Otra mentira.
Shaná tová. Que los 5776 nos den otra oportunidad. Mientras haya vida hay esperanza, dijo alguien alguna vez. Supongo que tenía razón.
Así las cosas.
jueves, 28 de mayo de 2015
Diario de una desempleada
Es el cuarto día que no trabajo. No sé cuándo fue la última vez que fui 100 por ciento desempleada. Años. Muchos. Siempre, más o menos, trabajé. O sea: tenía un pendiente laboral en la cabeza. Ahora, después de 9 meses de no parar un segundo, de estar en la oficina o mirando el teléfono desde que me levantaba hasta que me acostaba (el del trabajo), tengo la cabeza despejada.
La depresión parece, además, ir retrayéndose. Los psicofármacos son mágicos cuando le pegan a la droga y a la dosis.
Escucho conciertos de Bach para violín. Leo cosas. Mando mails. Cuido a mis hijos (Roberta está enferma, posibles paperas).
Hago gimnasia (en un rato tengo yoga).
Soy bastante feliz.
A ver cuánto dura.
Bajé el primer tomo de las obras completas de San Agustín. Tengo empezada la novela de la amiga de una amiga. Tengo abierto el link de la película de un amigo. Un libro en la mesa de luz, uno en la cartera y otro en el coche.
De a poco vuelvo a ser yo.
A pesar de que el mundo no es de los buenos, uno tiene que ser quién es. Siempre. En todas las circunstancias.
La traición a la propia ética rompe los cimientos. Destruye la subjetividad. Corrompe. Y juntar los pedazos no es nada fácil.
En fin.
Así las cosas.
La depresión parece, además, ir retrayéndose. Los psicofármacos son mágicos cuando le pegan a la droga y a la dosis.
Escucho conciertos de Bach para violín. Leo cosas. Mando mails. Cuido a mis hijos (Roberta está enferma, posibles paperas).
Hago gimnasia (en un rato tengo yoga).
Soy bastante feliz.
A ver cuánto dura.
Bajé el primer tomo de las obras completas de San Agustín. Tengo empezada la novela de la amiga de una amiga. Tengo abierto el link de la película de un amigo. Un libro en la mesa de luz, uno en la cartera y otro en el coche.
De a poco vuelvo a ser yo.
A pesar de que el mundo no es de los buenos, uno tiene que ser quién es. Siempre. En todas las circunstancias.
La traición a la propia ética rompe los cimientos. Destruye la subjetividad. Corrompe. Y juntar los pedazos no es nada fácil.
En fin.
Así las cosas.
martes, 26 de mayo de 2015
Pinamar, un viaje a la prehistoria
Resulta que tuve una experiencia mística. O algo parecido. Cuando todavía las drogas legales no hacían efecto y me encontraba nadando en el doble fondo del pozo más profundo, recurrí a una suerte de médium que se comunica con los registros akáshicos. Me encantaría poder contarles qué son pero no termino de entenderlo. Pongamos que entiendo un poco y parecieran ser las huellas (pasado, presente y futuro) de tu alma que quedan registradas en el éter. Como si el éter nos dijera mucho, ¿no? Qué importancia tiene. Como la consulta era gratuita y desde hace muchos años soy partidaria de probar lo que sea en pos de estar mejor: lo hice. Me junté con Yleana vía skype -vive en Colombia- y me entregué a la experiencia en cuerpo y alma. En realidad, no hice mucho más que enunciar un par de preguntas, que tuvieron respuestas concretas/vagas como suelen ser en estos casos, y después llorar y llorar, con mocos que se me escurrían por la nariz sin siquiera tener la fuerza para limpiármelos. A Yleana sé que le di mucha pena: lloraba conmigo y ponía cara de pobre piba.
Pero lo que viene al caso es el tópico Pinamar. Es muy largo contar por qué llegué a que me recomendaran ir allá (y con la adultez un poco también me vino el pudor) pero la cuestión es que tenía programado un viaje a Bs As (después de no ir por un año y dos meses) y decidí concederle uno de esos seis días a la aventura pinamarense.
Me desperté temprano, me disfracé de adolescente que se escapa de su casa (jeans, panchas bordó botitas, remera de manga larga y suerte grueso con capucha más una mochila Jansport) y después de desayunar rápido, mi padre me llevó en su coche de señor grande y me dejó en la puerta de Retiro. Saqué el boleto para las 7.45am, esperé un rato dormida y mirando como si fuera un ET a la mucha gente que sin ser vacaciones ni feriado viajaba hacia diferentes lugares. A la hora exacta me senté en mi asiento y durante casi cinco horas me dediqué básicamente a ser. Bueno, también miré la llanura pampeana con sus sauces llorones (creo que eran sauces llorones), su planicie interminable, sus vacas y caballos y los típicos cables de la ruta que pasan y pasan causando ese efecto óptico rarísimo. También escuché música, todo lo que el shuffle quiso darme sin siquiera hacer el esfuerzo por pasar de canción. Un poco lloré por mis circunstancias actuales (la distancia, el desamor, la vida misma) y otro poco fui feliz por estar sola, cómoda en un asiento semicama, pudiendo pensar y pensarme desde otra perspectiva.
Cuatro horas y media después, aprox, quise vislumbrar los edificios que de chica eran el signo inequívoco de que ya estábamos muy cerca pero en mi asiento del segundo piso de ese micro tan ruta 2 no llegué a ver más que una cortina. Ahora la terminal antes de lo que para mí es Pinamar, y en un lugar que nada tiene que ver con la vieja terminal a la que tantas veces fui hasta los 19 años.
Lo primero que hice cuando me bajé fue comprar mi pasaje de vuelta para las 3.40pm. El chico que me lo vendió me pidió el número de dni y me reí con ganas cuando preguntó coqueto ¿36 millones? Porque en Bs As la gente coquetea así, con esa cosa medio inocente, medio deportiva que cuando te vas añorás sin saber. (No sé hace cuánto tiempo no escucho un ¿qué haces, morocha?).
Ya con mi boleto bien guardado en un bolsillo de la mochila, empecé a caminar por la Bunge.
Lo primero que vi fue el Hotel del Bosque, semi tapado por pinos y eucaliptos, igual a sí mismo. Un invierno en el que fuimos de rotation por la Costa Atlántica (Necochea -donde mis abuelos paternos tenían casa-, Mar del Plata y finalmente Pinamar, mi hermana Ale con el brazo enyesado desde el hombro) paramos ahí (vaya uno a saber por qué) y a mí me parecía el colmo del lujo. Fue en ese viaje que mi hermano, con dos años, se dedicó a hacer berrinches en absolutamente todos los restoranes y hoteles en los que estuvimos. Y fue en el Hotel del Bosque donde mi madre, cansada de llantos eternos y tiradas en el piso, le dio una buena zamarreada con tan mala suerte que al darse vuelta vio a una paciente que la miraba incrédula. Ser psicoanalista no es nada fácil.
Contrariamente a lo que uno pudiera pensar -o yo- había muchos coches dando vueltas y la temperatura era de unos cuantos grados Celsius más de lo que esperaba así que primero guardé el sueter peludo junto a la campera Uniqlo que llevé tan confundidamente, después busqué con desesperación mi broche en todos los recovecos de la Jansport y terminé haciéndome un rodete desprolijo y espantoso con mi propio pelo ya levemente transpirado. Lo rematé con dos florcitas amarillas atrás de la oreja.
Para mí Pinamar empezaba en la Shell. Y con la Shell, las vacaciones. Pero resulta que la Shell no está más y casi no reconozco la calle de la casa de mis abuelos. La farmacia me resultó familiar y recién supe a ciencia cierta que esa calle era Marco Polo, y que dos cuadras más adentro encontraría la que fue, hasta hace unos diez años, la casa de mis abuelos, cuando vi el Tilcara. A esa altura estaba derretida y sorprendida por lo larga que es la Bunge y lo poco que había cambiado todo. Ni bien doblé empecé a escuchar el tremendo cotorreo de, valga la redundancia, las cotorras invisibles. Había olvidado lo escandalosas que podían ser. Y cuando por fin llegué a Los Petirrojos tuve que asomarme dos veces para entender que esa era la casa en la que pasé los mejores momentos de mi vida. No solo le agregaron un ala que rompió toda la armonía sino que, además, sacaron lo que nosotros llamábamos "la montaña" (en donde dos pinos enormes estaban unidos por una enredadera gigante) para hacer una pileta y un quincho.
Demás está decir que me puse a llorar con bastante desconsuelo. El jardín me pareció cien veces más chico y tuve que reprimirme para no entrar a ver cuán grande estaba el níspero que plantamos con mis primos atrás de la parrilla. No entré porque había un coche y porque temí que una alarma me hiciera terminar en la vieja comisaría con vaya a saber uno qué cargos encima. Saqué un par de fotos y seguí caminando por la misma calle, convencida pero no tanto de que de alguna manera por ahí llegaría a la playa.
A esa altura ya no había ningún coche ni ningún humano y recordé a mi madre diciendo "tené cuidado, mirá que desaparecen mujeres todo el tiempo" pero volver sobre mis pasos por la cuesta bastante pesada que ya había atravesado me pareció pésima opción y, además, quería pasar por la Redonda, la casa, efectivamente redonda, que había sido de Chiquito y Mery (prima de mi abuelo). Lo más particular del caso es que Chiquito era un gordo gigante bueno, gracioso que se sentaba a comer comida muy elaborada en las mesas de la carpa mientras todos los demás comíamos unos muy tristes sandwichitos de figacitas con jamón y queso (mi madre anoréxica se dedicó a cagarnos de hambre sistemáticamente durante toda nuestra infancia).
Al final encontré Del Libertador, pasé por la casa china, por el engendro ese que construyó Yabrán en los 90s que ya de nuevo no tiene nada, paré a comprar cigas en un kiosco y retomé el camino hacia la playa por la Bunge. Lo único que verdaderamente no pude creer es que los cines no estuvieran más. Ni los cines ni la Shell. Cualquiera.
Eso sí, el Hotel Playas, el tobogán gigante, el muelle y la arena gruesa y pegajosa siguen ahí como si el tiempo verdaderamente no hubiera pasado. Y el mar marrón, completa e irrevocablemente marrón. Sin una pizca de azulado. Fue una desilusión: no recordaba que fuera tan espantoso.
Pasado el asombro bajé a la playa, me saqué las zapatillas y caminé el kilómetro que separa la avenida de la orilla. Los caracoles del Pacífico no tienen nada que ver con los del Atlántico, que son mucho más lindos: estaba plagado de piedras, conchas chiquitas redondas y berberechos. Junté algunas y metí los pies en el agua pero aguanté veinte segundos porque pensé que iba a perder un dedo, la temperatura del agua debía estar en -25. Volví sobre mis pasos y me lavé los pies en el baño de El Dorado, histórico parador que a pesar de un par de remodelaciones sigue ahí, como si nada.
En lugar de comer un plato de rabas o unos cornalitos pasé por un lugar de lomitos autoservicio y me lo embuché en menos de cinco minutos, sin dignidad pero con pasión, dejando solo el huevo frito porque me pareció un exceso. En el centro, para colmo, compré 100 gramos de chocolate en rama y mientras volvía hacia la terminal me comí el 100%, incluyendo las migas que cayeron en la mochila.
Como era temprano, me tiré en un pasto a la sombra enfrente de la terminal, leí La nostalgia feliz hasta la hora de la salida y volví a ser durante las cinco horas siguientes en el asiento semicama, escuchando la misma música pero ahora sí pasando las canciones que no me daban ganas de oír.
Pinamar está horrible, decadente y estacionada en el siglo XX. Al menos la zona del centro. ¿Me sorprendió? Un poco. El olor a pino y a mar, de todas maneras, sigue siendo el mismo. ¿Encontré lo que fui a buscar? Lo sabré con el tiempo. Por ahora me conformo con esta suerte de paz adquirida. Una iluminación diferente. Un golpe a la desesperanza.
Pero lo que viene al caso es el tópico Pinamar. Es muy largo contar por qué llegué a que me recomendaran ir allá (y con la adultez un poco también me vino el pudor) pero la cuestión es que tenía programado un viaje a Bs As (después de no ir por un año y dos meses) y decidí concederle uno de esos seis días a la aventura pinamarense.
Me desperté temprano, me disfracé de adolescente que se escapa de su casa (jeans, panchas bordó botitas, remera de manga larga y suerte grueso con capucha más una mochila Jansport) y después de desayunar rápido, mi padre me llevó en su coche de señor grande y me dejó en la puerta de Retiro. Saqué el boleto para las 7.45am, esperé un rato dormida y mirando como si fuera un ET a la mucha gente que sin ser vacaciones ni feriado viajaba hacia diferentes lugares. A la hora exacta me senté en mi asiento y durante casi cinco horas me dediqué básicamente a ser. Bueno, también miré la llanura pampeana con sus sauces llorones (creo que eran sauces llorones), su planicie interminable, sus vacas y caballos y los típicos cables de la ruta que pasan y pasan causando ese efecto óptico rarísimo. También escuché música, todo lo que el shuffle quiso darme sin siquiera hacer el esfuerzo por pasar de canción. Un poco lloré por mis circunstancias actuales (la distancia, el desamor, la vida misma) y otro poco fui feliz por estar sola, cómoda en un asiento semicama, pudiendo pensar y pensarme desde otra perspectiva.
Cuatro horas y media después, aprox, quise vislumbrar los edificios que de chica eran el signo inequívoco de que ya estábamos muy cerca pero en mi asiento del segundo piso de ese micro tan ruta 2 no llegué a ver más que una cortina. Ahora la terminal antes de lo que para mí es Pinamar, y en un lugar que nada tiene que ver con la vieja terminal a la que tantas veces fui hasta los 19 años.
Lo primero que hice cuando me bajé fue comprar mi pasaje de vuelta para las 3.40pm. El chico que me lo vendió me pidió el número de dni y me reí con ganas cuando preguntó coqueto ¿36 millones? Porque en Bs As la gente coquetea así, con esa cosa medio inocente, medio deportiva que cuando te vas añorás sin saber. (No sé hace cuánto tiempo no escucho un ¿qué haces, morocha?).
Ya con mi boleto bien guardado en un bolsillo de la mochila, empecé a caminar por la Bunge.
Lo primero que vi fue el Hotel del Bosque, semi tapado por pinos y eucaliptos, igual a sí mismo. Un invierno en el que fuimos de rotation por la Costa Atlántica (Necochea -donde mis abuelos paternos tenían casa-, Mar del Plata y finalmente Pinamar, mi hermana Ale con el brazo enyesado desde el hombro) paramos ahí (vaya uno a saber por qué) y a mí me parecía el colmo del lujo. Fue en ese viaje que mi hermano, con dos años, se dedicó a hacer berrinches en absolutamente todos los restoranes y hoteles en los que estuvimos. Y fue en el Hotel del Bosque donde mi madre, cansada de llantos eternos y tiradas en el piso, le dio una buena zamarreada con tan mala suerte que al darse vuelta vio a una paciente que la miraba incrédula. Ser psicoanalista no es nada fácil.
Contrariamente a lo que uno pudiera pensar -o yo- había muchos coches dando vueltas y la temperatura era de unos cuantos grados Celsius más de lo que esperaba así que primero guardé el sueter peludo junto a la campera Uniqlo que llevé tan confundidamente, después busqué con desesperación mi broche en todos los recovecos de la Jansport y terminé haciéndome un rodete desprolijo y espantoso con mi propio pelo ya levemente transpirado. Lo rematé con dos florcitas amarillas atrás de la oreja.
Para mí Pinamar empezaba en la Shell. Y con la Shell, las vacaciones. Pero resulta que la Shell no está más y casi no reconozco la calle de la casa de mis abuelos. La farmacia me resultó familiar y recién supe a ciencia cierta que esa calle era Marco Polo, y que dos cuadras más adentro encontraría la que fue, hasta hace unos diez años, la casa de mis abuelos, cuando vi el Tilcara. A esa altura estaba derretida y sorprendida por lo larga que es la Bunge y lo poco que había cambiado todo. Ni bien doblé empecé a escuchar el tremendo cotorreo de, valga la redundancia, las cotorras invisibles. Había olvidado lo escandalosas que podían ser. Y cuando por fin llegué a Los Petirrojos tuve que asomarme dos veces para entender que esa era la casa en la que pasé los mejores momentos de mi vida. No solo le agregaron un ala que rompió toda la armonía sino que, además, sacaron lo que nosotros llamábamos "la montaña" (en donde dos pinos enormes estaban unidos por una enredadera gigante) para hacer una pileta y un quincho.
Demás está decir que me puse a llorar con bastante desconsuelo. El jardín me pareció cien veces más chico y tuve que reprimirme para no entrar a ver cuán grande estaba el níspero que plantamos con mis primos atrás de la parrilla. No entré porque había un coche y porque temí que una alarma me hiciera terminar en la vieja comisaría con vaya a saber uno qué cargos encima. Saqué un par de fotos y seguí caminando por la misma calle, convencida pero no tanto de que de alguna manera por ahí llegaría a la playa.
A esa altura ya no había ningún coche ni ningún humano y recordé a mi madre diciendo "tené cuidado, mirá que desaparecen mujeres todo el tiempo" pero volver sobre mis pasos por la cuesta bastante pesada que ya había atravesado me pareció pésima opción y, además, quería pasar por la Redonda, la casa, efectivamente redonda, que había sido de Chiquito y Mery (prima de mi abuelo). Lo más particular del caso es que Chiquito era un gordo gigante bueno, gracioso que se sentaba a comer comida muy elaborada en las mesas de la carpa mientras todos los demás comíamos unos muy tristes sandwichitos de figacitas con jamón y queso (mi madre anoréxica se dedicó a cagarnos de hambre sistemáticamente durante toda nuestra infancia).
Al final encontré Del Libertador, pasé por la casa china, por el engendro ese que construyó Yabrán en los 90s que ya de nuevo no tiene nada, paré a comprar cigas en un kiosco y retomé el camino hacia la playa por la Bunge. Lo único que verdaderamente no pude creer es que los cines no estuvieran más. Ni los cines ni la Shell. Cualquiera.
Eso sí, el Hotel Playas, el tobogán gigante, el muelle y la arena gruesa y pegajosa siguen ahí como si el tiempo verdaderamente no hubiera pasado. Y el mar marrón, completa e irrevocablemente marrón. Sin una pizca de azulado. Fue una desilusión: no recordaba que fuera tan espantoso.
Pasado el asombro bajé a la playa, me saqué las zapatillas y caminé el kilómetro que separa la avenida de la orilla. Los caracoles del Pacífico no tienen nada que ver con los del Atlántico, que son mucho más lindos: estaba plagado de piedras, conchas chiquitas redondas y berberechos. Junté algunas y metí los pies en el agua pero aguanté veinte segundos porque pensé que iba a perder un dedo, la temperatura del agua debía estar en -25. Volví sobre mis pasos y me lavé los pies en el baño de El Dorado, histórico parador que a pesar de un par de remodelaciones sigue ahí, como si nada.
En lugar de comer un plato de rabas o unos cornalitos pasé por un lugar de lomitos autoservicio y me lo embuché en menos de cinco minutos, sin dignidad pero con pasión, dejando solo el huevo frito porque me pareció un exceso. En el centro, para colmo, compré 100 gramos de chocolate en rama y mientras volvía hacia la terminal me comí el 100%, incluyendo las migas que cayeron en la mochila.
Como era temprano, me tiré en un pasto a la sombra enfrente de la terminal, leí La nostalgia feliz hasta la hora de la salida y volví a ser durante las cinco horas siguientes en el asiento semicama, escuchando la misma música pero ahora sí pasando las canciones que no me daban ganas de oír.
Pinamar está horrible, decadente y estacionada en el siglo XX. Al menos la zona del centro. ¿Me sorprendió? Un poco. El olor a pino y a mar, de todas maneras, sigue siendo el mismo. ¿Encontré lo que fui a buscar? Lo sabré con el tiempo. Por ahora me conformo con esta suerte de paz adquirida. Una iluminación diferente. Un golpe a la desesperanza.
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