sábado, 20 de agosto de 2016

Abrazar tu realidad

Hace un par de noches volví a escuchar a Chet Baker. Ayer, ya entre sueños, me pregunté si de no saber que no es negro lo descubriría por su fraseo. Qué se yo, no soy tan experta. Pero tal vez sí. Falta un resto de crudeza. Y eso que fue crudo y sufrido como cualquier otro jazzero negro. No es que tenga importancia.

Mi hijo mayor mira una peli con 3 chicas, tirado en el sillón de la sala de tele. Si me preguntás para mí nunca le dio un beso a nadie: 14 y medio. Pero quién sabe. Y a quién le importa. La intimidad de los hijos es eso: la intimidad de los hijos. Yo, a los casi 40 años, sigo teniendo mi mundo secreto. Mi hijo menor juega con un amigo. Mi hija ordena los múltiples caos que fue dejando en diferentes lugares de la casa a lo largo de la semana.

El lunes pasado estaba en Bs As después de un fin de semana raro y un domingo para olvidar. Hay gente muy egoísta allá afuera y yo me la cruzo toda. Podría decir que tengo un imán pero sería mentira. Lo que tengo es roto el instinto de autopreservación. Falla de fábrica. Entre otras. Lo que pasó esa tarde noche de invierno en Bs As es que conocí a una psiquiatra que además de arreglarme temas de medicación me puso en caja. Creo que fue la primer persona en 20 años que me leyó bien. Y no se comió ninguna. Está mal que lo diga pero suelo comerme crudo a mis analistas, por más inteligentes que sean. Su legitimación fue de lo más importante que me pasó en años. Con otras palabras me dijo algo tipo "Julieta, abrazá tu locura, no vas a ser otra". Porque yo pienso que quiero ser otra, pensar distinto, llevar otra vida. Hay puntos del orden de lo concreto con los que de verdad quisiera no tener que luchar más. Hay otros, más del orden de lo simbólico, a los que me tengo que entregar.

El día está gris. Un poco fresco. La soledad me sienta. Los psicofármacos ayudan. A mi alrededor hay paz. La semana es un vendaval. Pasa todo demasiado rápido, poco profundamente, al ras. Trabajo, me quejo, digo la concha del mono cada veinte minutos, resuelvo muchos problemas, ayudo a los que tengo alrededor, materno poco y mal, soy un hueco en la vida de mis hijos que Silvia viene a reponer. Se los ve bien igual. Posiblemente mejor. Hay poco espacio en mi locura para sus subjetividades. Excepto cuando pasa algo grave, ocupan un espacio mínimo de mi cabeza. Pienso básicamente en trabajo. Y en distractores. A sus analistas, de adultos, les contarán esto. Quisiera dar una mejor versión de mí misma: mentiría.

Suelo aburrirme. Y eso es en un plano meramente conceptual. Jamás me aburro en la realidad. Es tan poco el tiempo y tanto lo que hay para hacer...

Solo hay que dejar el fuego. Jugar con objetos sin filo. Rescatarse. Lo que se pueda. Son ráfagas. Después durante meses no pasa nada, la vida se escurre, resbala por un tobogán de rutina sin sobresaltos, de corazón helado, de cabeza en piloto automático.

Sigo igual de extrema en cuanto a la mentira: pienso que no existe, que todos somos honestos, abiertos, francos, que nos mostramos como somos. Proyecto un yo inadaptado. El mundo no es así. Funciona en capas, se sostiene a base de hipocresía, oscuridades, ocultamientos.

A mí solo me queda sobrevivir. Aceptarme. Respirar. E intentar que el aburrimiento no sea tan grande como para acordarme de la falta de sentido. A veces es fácil. Otras no.