miércoles, 19 de diciembre de 2018

Hoy fui con Camilo a la biblioteca, él en bici y yo caminando. De lejos se lo escuchaba cantar villancicos en inglés, español e italiano, con entusiasmo y fervor. Yo iba en ropa de gimnasia, sin bañarme después de hacer ejercicio, medias y chanclas. Y la capucha del buzo puesta. Porque madurar jamás, no sea cosa. Odio Navidad. Odio todo lo que sea festivo, nací amargada. Es increíble lo que engaño. En vivo te hago dos o tres chistes pero en la vida cotidiana soy tirando a muy malhumorada. Me interrumpe Simón haciendo acento chileno y de verdad quisiera filmarlo para uso anticonceptivo en escuelas y universidades. No se me ocurre nada más efectivo. Claro que después va y cocina y un poco decís "por ahí vale la pena aguantar unos años para después hacer usufructo". Eso pensaba mientras intentaba que Camilo no se me perdiera pedalenado: cómo me van a decir qué raro que no te gusten los niños y tenés tres hijos cuando la infancia de los hijos es tan corta en relación a una vida. La gente tiende a ser tarada, eso lo sabemos todos.

Muero de hambre. Y no sé qué voy a comer porque estos pibes no salen del miércoles de pasta ni a punta de pistola y yo sigo a dieta. Al final son más conservadores que yo.

Así las cosas.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

no miro televisión, no como dulces, no uso Tumblr, no fumo, no me drogo, no tomo alcohol, no trabajo, no veo gente durante la semana, no hago estudios, no toco instrumentos, no cocino, hago poca gimnasia, no salgo de mi casa más que para buscar a mi hijo en el colegio, no escribo, no hablo por teléfono, no uso juegos, no dibujo ni pinto ni hago jardinería, leo por trabajo.

una vida en su mínima expresión es una vida que no merece la pena ser vivida y sin embargo acá estoy, sobreviviendo(me).

lunes, 3 de diciembre de 2018

Para escribir hay que tener estímulos y yo tengo de pocos a nulos. El fin de semana casi no salí de casa, como el resto de los días. Tenía intención de que fuéramos a un museo, pedí entradas en la biblioteca, pero entre el proyecto de ciencias de Roberta, que dejó para último momento, y el mini asado con un amigo que está solo con los hijos, se pinchó el plan. Y ayer tuvimos un cumpleaños. La gente, cada vez más, me parece vacía y poco empática. Hay un desinterés generalizado en los demás. Triste y real. Supongo que a esta altura debería asumirlo.

Esta semana es Basel, para mucha gente una oportunidad genial de ver arte e ir a eventos. Para mi fobia es un espanto absoluto. Tráfico, multitudes, fiestas: el infierno. Tal vez si tomara sería más feliz. O si no hiciera dieta. O si fuera rica. Eso seguro: si fuera rica sería mucho más feliz. Porque señores, el dinero sí hace a la felicidad y el que diga lo contrario, está mintiendo.

Así las cosas.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

No permanecer ni transcurrir, o sí

En la vida hay grandes momentos, malos o buenos, y momentos chiquitos. Como si la vida se expandiera o se retrajera a su máxima o su mínima expresión según hechos externos y apreciaciones subjetivas. El 2018 fue mi año de metabolismo basal. Un año duro y malo pero sin los sobresaltos extremos de los anteriores. De tener que elegir, no sé qué prefiero.

En Miami los días no son ni muy largos ni muy cortos por la cercanía con el Ecuador. Pero el cambio de hora implica que en otoño-invierno oscurezca antes de las seis de la tarde, de a poco, como si taparan el cielo con una frazada. Mi madre decía que en México la noche caía de repente y tenía razón. Deben ser las montañas. A mí me encanta meterme temprano en la cama, cuando siento el peso de la colcha sobre el cuerpo horizontalizado, me recorre un temblor de placer. Soy la contracara del vitalismo bergsoniano. 

viernes, 23 de noviembre de 2018

Viernes 3.15pm, estoy sentada en la cama, en pijama, con ropa doblaba alrededor y con la tos de Simón de fondo. Es feriado por Thanksgiving, los chicos no tienen clases desde el martes y los días pasan y no pasan. Amanecimos tarde y cuando le tomé la fiebre al Coco tenía 39 y medio. Con sus dos neumonías a cuestas, tos más fiebre da mala espina. Le dimos dos ibuprofenos y ahora tiene 36. Espero que siga así, si no, mañana lo llevaré a urgencias. El sistema de salud de este país es caro y no me da confianza. El desamparo que siento desde que nos mudamos creo que no lo sentí en ningún otro momento de mi vida, ni cuando Diego se quedó sin trabajo en México a los ocho meses de llegar y nos sacaron la visa y el seguro de salud.

¿Cómo divisar a tiempo los rasgos psicopáticos de las personas? ¿Qué me lleva a mí a engancharme con esas personas? Si avisás que estás como un perro apaleado, que no tenés resto psíquico para el maltrato y lo que recibís es mierda y no sabés irte a tiempo, definitivamente estás peor de lo que pensabas.

Ojalá creyera en dios. O en algo. Pedir, confiar, esperar que el universo escuche y se apiade. Lo intenté toda la primera mitad del año pero fue en vano. Así que me entregué al esceptisismo.

¿Volveré a ser yo algún día? Es el miedo lo que me paraliza. ¿Y si no remontamos nunca más? ¿Y si todo sigue yendo en picada? ¿Qué va a ser de nosotros y nuestros hijos? Quiero ganarme el loto y saber que lo económico, al menos, lo tengo solucionado. Sería muchísimo.

Así las cosas.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Volver a analizarse. Empezar a revolver el fango de la inconciencia. El goce de la pulverización. Descubrir aunque sea tarde. Nunca es demasiado tarde. Solo tarde a secas. Abandonar la expansión, replegarse, protegerse. Aceptar. Achicar el gap entre el discurso y el acto. Decirle no a la autodestrucción.

Es otoño en Miami. Un otoño templado. El cielo azul nuboso. La casa en silencio, la cama sin hacer, la voz entrecortada por el llanto, el día que no sabe a nada. Entender por primera vez qué es lo importante y dejar lo fútil. ¿Será? ¿Será que nunca es tarde? Seguir esperando el efecto de las drogas legales, conseguir un mínimo de energía, de entusiasmo. Mientras: lechuguismo. A veces vale no poder.

Así las cosas.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Son las cuatro y diecisiete de la tarde de un viernes chicle y me siento miserable. Parece un dejà vu. Pasaron años y volvió con todo: el vacío existencial, la nada misma acechando, el dolor en el pecho, la desilusión, las ganas de decir basta.
Extraño Bs As como si no fuera la fuente de infelicidad que es. Extraño Bs As como si ahí estuviera la respuesta a mi miseria a pesar de que recuerdo calcada la sensación que tenía en el 2002 y en el 2003. Es en el hacer donde está la respuesta pero a mí no se me da, soy del club de la inacción. Estoy varada en un fango espeso y no me vinieron herramientas para salir. Tal vez la fluoxetina ayude cuando empiece a hacer efecto, tal vez la vida retome un mínimo de brillo pero no la veo. Tanta gente con ganas de vivir y yo con tan pocas. Con el corazón tan roto, tan sin respuestas, tan desolada.
Miami me mata.
Así las cosas

jueves, 15 de noviembre de 2018

Mi papá se va a morir y es lo más duro que me está tocando atravesar en una vida que no fue un lecho de rosas. Estoy arrasada. Soltar la vida se dice fácil y se hace imposible. Soltar es un verbo de mierda. Un invento de algún gurú barato que yo compré por muchos años. Es mentira. Nos aferramos a lo que sea. Al amor ficticio, por ejemplo. A las fantasías de un futuro promisorio. Yo perdí el tronco. Derivo en un mar de incertidumble, con el elefante encima del pecho, con un miedo indomable. También estoy triste. Lloro de la nada, sola, con ruido y mocos. Lloro por lo que ya no soy, lo que no va a ser, lo que perdimos. Lloro porque sé que sufre. Lloro porque no se quiere morir y porque no hay consuelo para la muerte. Lloro porque el mañana está oscurecido y porque el tránsito es doloroso. Lloro y no voy a dejar de llorar. Mi papá se va a morir y yo estoy lejos. Mi papá se va a morir y un pedazo de mí se va a morir con él.

jueves, 4 de octubre de 2018

Subimos al auto con Camilo y llama Diego desde Buenos Aires. Comenta que el desayuno es el festival de las harinas, un clásico que se repite, y nos cuenta que ayer mientras grababan por el centro se clavó el gancho de una carpeta que perforó la suela de la zapatilla y no sabe si tendría que darse la antitetánica. Escucho espantada, como si me hubiera vuelto gringa de repente. Camilo se baja en la escuela y nosotros seguimos hablando sin escapar al habitual malentendido. En un momento cualquiera se provoca el cortocircuito. Más de diecisiete años juntos y no podemos reponer ese resto que hace a la completud comunicativa. ¿Serán así todas las parejas?

Vuelvo y me tiro en la cama un ratito más. Le chateo a madre como todos los días. Padre no amaneció bien y nada bueno nos espera. Para que las sábanas no me coopten abro una de las persianas antes de mirar porno: BDSM liviano. Sentador.

Sobre la escaladora escucho música gronchísima y cuando cambio de máquina pongo La Beriso. Mis gustos musicales están en franca decadencia. Pero no me importa. Diego me vuelve a llamar solo para saludarme. Mientras vuelvo en bici pienso en qué bien funciona el matrimonio a la distancia. Y en cómo fui fan de la pareja estable durante miles de años. Ahora no sé qué pienso. Cada vez sé menos qué quiero y qué pienso sobre la pareja, los hijos, el trabajo, la literatura y casi todos los otros etcéteras. Soy la Benjamin Button de las certezas.

Con un vientito otoñal pegándome suave en la cara pienso que va a ser duro volver a trabajar. Le estoy tomando el gusto al dolce far niente, un gesto contracultural tardío en la tierra del time is money. Ya veremos.

Entre tanto:
Así las cosas. 

domingo, 9 de septiembre de 2018

¿Cuál es el punto de quiebre de una persona? ¿De una pareja? ¿Cuántos lados b soportás? ¿Qué te rompe? Pasé tantas veces por ahí que ya no tengo respuesta. Habitar un puro presente, vaciarte hasta ser sólo cáscara, un rulo completo que se oxida con rapidez.

Hoy empieza el año 5779 para los judíos. Suelo acordarme porque coincide con la edad de padre. Hasta hace un tiempo, aunque no festejara, me parecía una oportunidad para empezar de nuevo. El año pasado los chicos querían festejar pero no teníamos con quién. Les hice manzana con miel después de cenar, deseando que fuera un año dulce. No creo que se haya cumplido. O tal vez sí. Tal vez a la luz de los años precedentes, fue un año más dulce, más suave en la superficie, en lo colectivo del núcleo duro. La tormenta me la guardé para mí.

¿Cómo uno a los 40 años puede sentirse tan muerto por dentro? El switch está a mitad de camino. Ando por la vida con la batería baja, con resignación. ¿Es eso una vida?

En una época creía en las segundas vueltas. Esperaba a la fortuna que, como un vendaval, viniera a ponerme la vida de cabeza. Para bien. Qué ternu. En la resignación hay cierta paz. No esperar, no caer. Ya aprendí que no soy de ese equipo.

Así las cosas.

viernes, 31 de agosto de 2018

El ruido me destroza. Cómo sobreviví los ocho años del primer piso en Gallo y Charcas a la calle es un misterio. Vinieron a poner shutters para los huracanes y el taladro no para. El señor que los coloca prefirió decirle "la emergencia", un eufemismo digno de La Nación con "larga enfermedad" para nombrar al cáncer. Bueno, si viene una "emergencia" ya estamos mejor protegidos. El años pasado, cuando vino Irma, dejamos la casa a pelo y si se la llevaba puesta se la llevaba puesta, igual nuestras cosas todavía no habían llegado. Este año espero que no venga ninguno. El huracán lo llevo adentro.

Hice una hora de escaladora y un poco de pesas y quedé KO.
Un día más sin ver adultos y van...

Así las cosas.

jueves, 30 de agosto de 2018

Todas las crisis, la crisis

Puse Sui Generis mientras lavaba trastes, rompiendo mi preferencia por el silencio excepto en el auto y mientras hago aeróbico. Una vez más Argentina parece resquebrajarse a fuerza de una devaluación brutal a la que nadie le encuentra explicación. O sí. Falta de confianza política. En mi imaginación, hace muchos que veo a la silueta de Argentina como el producto de un meteorito. Es esa imagen la que me dice una y otra vez que por más que por la situación familiar de origen debiera estar ahí, no hay forma de ponerlo en práctica. ¿Acá nos va bien? No, cero. Pero ahí no tendríamos ninguna perspectiva. Triste. Tristísimo.

Ayer hice empanadas. Toda la tarde dedicada a un producto que ni siquiera me gusta. La argentindiad al palo. Busqué a Milo 1.50pm y de ahí fuimos al colegio de Simón porque había estado afiebrado y llovía. Cuando salió ya no llovía, se sentía bien y estaba por irse con unos amigos  al shopping de al lado del colegio. Le arruiné el plan a pesar de insistirle para que se quedara. Vino y musicalizó mientras yo hacía el relleno. Tuve que pedirle que no pusiera música horrible como lo hace habitualmente. Charly, Melero, Cafeta. Bien. Después quiso ponerle sus toques en mi preparación, intervenirla, convencido de que le iba a salir mucho mejor que a mí. Insoportable. A los 16 se cree mil y tengo ganas de regalarlo.

Roberta me llamó 4.15 para decirme que se iba a lo de su nueva amiga Ana, mexa, que vive cerca. Tuve que insistirle para que me pasara el teléfono de Ana porque ella muchas veces no atiende y yo me vuelvo loca. Le dije que la buscaba pero prefirió volver caminando. 15 cuadras caminando en ella: dudosísimo. Simón mientras fue a comprar más tapas porque teníamos solo una docena. Hice el repulgue como si fuera pro y no una discapacitada manual. Quedaron perfectas y hoy se llevaron los tres empanadas para el lunch. Mi gran pequeño triunfo doméstico.

A las 6.20am, Simón le pidió al padre que lo lleve al colegio porque el bus iba a tardar 40 minutos. Volvió a la cama y nos despertamos sobresaltados a las 7.33, hora en la que ya deberíamos estar saliendo para llevar a Camilo. Le dije a Milo que podía no lavarse los dientes, metí el tupper con las empanadas y dos mini mandarinas en su lunchera y salimos corriendo. Cuando llegamos, todavía no se podía entrar. Volví y me metí en la cama. Hace meses que no pasaba una mañana con marido. Gran plan. Después desayunamos juntos, hablando de todo lo que nos sale mal. Antes me quejaba, con una letanía monocorde y sin pausa. Ahora que me entregué ni siquiera me angustio. Mi droga legal es la resignación.

En la hiper del 89 recuerdo estar sentada en la cama de los papás de mi amiga Marcela -tenían un acolchado a rayas de colores muy pop-, viendo cómo subía el dólar minuto a minuto, cómo remarcaban los precios en los supermercados y cómo la gente salía a saquear. Tenía casi 11 años. En el 2001, cuando declararon el corralito, estaba internada en el Hospital Italiano con una amenaza de parto. Creo que fue la segunda internación por la orientación de la cama. En junio le había dicho a Diego, que tenía un trabajo estable después de dos años muy duros (previos a conocernos), que lo que ahorráramos los sacara del banco. El corralito nos agarró con 19mil dólares en el cajón de la ropa interior. Las crisis se tatuan en el inconsciente. Cuando entramos en default Simón ya había nacido. Yo lloraba, puérpera, sobre el cuerpo chiquito de mi bebé, desconsolada por el mundo al que lo había tirado. Y así siguieron los presidentes y la devaluación y los días aciagos. El país se reconstruyó muy lentamente y se vino a pique bastante rápido. Como suele suceder.

El dólar estaba a 36 antes de que me pusiera a escribir y ahora está a 39. Triste, tristísimo.

Así las cosas.

miércoles, 29 de agosto de 2018

Tendría que estar lavando las ollas de ayer. Hicimos un cerdo con salsa india comprada en nuestro supermercado de marca blanca alemán pero más latino imposible, Aldi. A los chicos les gustó, a mí me dio mucha acidez y mi marido lo convirtió en algo mucho más rico con maní y cilantro cuando llegó de Spinning.

En realidad, debería ya estar en el gimnasio, produciendo las endorfinas que me permiten encarar el día con cierta entereza. Pero viene Adelix, la chica que limpia. Empezó la semana pasada porque Gaby encontró un trabajo estable. Quedamos que llegaba a las 8am pero siendo las 9.45 todavía no apareció. Una laxitud horaria apabullante. Pensé que los padres le habían puesto ese nombre en honor a Ásterix pero, al parecer, en Venezuela es muy común juntar nombre de padre y madre y generar uno nuevo. Como los argentinos hacemos con las casas de la Costa Atlántica. Adelix vendría a ser hija de una Adela y un Félix, me dijeron en Tuiter. Alguno de mis hijos se podría haber llamado Juliego o Diejul.

Soy desempleada. Una desempleada hecha y derecha. Busqué trabajo de todas las formas posibles: contacté a todos los que podían tener una punta, apliqué en todos los sitios de búsquedas, moví cielo y tierra y nada. Me deprimí, lloré con ruido mientras estaban mis papás de visita, me quedé echada en la cama, lamentándome de mi mala suerte, chorreé lágrimas adelante de mis hijos menores en sus vacaciones eternas (hijo mayor se fue 41 días a Suiza, a la casa de mi hermana mayor). Hasta que me entregué. Es así, el mundo no me necesita aunque yo necesite facturar. Llamalo maldición, mercado, falta de capacidad, como quieras, pero acá estoy, siendo ama de casa por primera vez en mi vida y sin perspectivas de cambio.

Por eso voy a lavar las ollas (Adelix acaba de llegar, casi dos horas tarde), voy a ir al gimnasio, voy a volver a bañarme -tal vez me ponga el mismo vestido que los últimos dos días porque no veo a nadie que no sean mis hijos así que me da igual, hace calor y como estoy gorda, la ropa me molesta mucho-, voy a terminar Magnetizado de Busqued, voy a leer a Borges, voy a lamentarme un rato por mi suerte y voy a ir a buscar a hijo menor al colegio porque los miércoles sale a la 1.50 en lugar de a las 3.05 y vamos a hacer el relleno de unas empanadas intentando que la tarde pase un poco más ligera, como la primavera.

Así las cosas. 




martes, 28 de agosto de 2018

Esquirlas

¿Qué hago acá? Lo que debería haber hecho hace un año. Empecé este blog cuando me mudé a México y habiéndome mudado de nuevo, el blog tendría que ser EL espacio de fuga para mis penas. Pero como la edad trae cierto pudor, empecé un diario, que dejé bastante rápido. Y empecé una novela, que no seguí, y escribí un cuentito, que ahí está y un librito de poemas, que hay que pulir. Y siempre está tuiter, inmediato, adictivo y no muy amable.

Lo de qué hago acá podría traspolarse a Miami, lo sé. Es la pregunta del millón, la que me hicieron durante un año con curiosidad mientras la enunciaban y desconcierto cuando escuchaban la respuesta. La explicación es casi un sinsentido: necesitábamos un cambio, mi marido pudo sacar la visa de talento extraordinario y nos vinimos. OK.

Miami es Ricky Fort, es Versace, es reggetón, es playa, es el deme dos de los argentinos entre crisis, es un disco de Babasónicos y es todo lo que yo no soy.  Pero también es donde vine con mis padres tres veces de adolescentea, es a donde visité a mi marido ni bien lo conocí, donde pasé dos meses en el 2003 siendo muy infeliz y la única opción que nos pareció posible hace más de un año y medio, cuando decidimos que el ciclo México estaba terminado.

¿Es conveniente explotar una vida a tres meses de cumplir 40? ¿Dejar tu casa, tu trabajo, los amigos familia, la comodidad de lo que una vez fue extraño y se volvió conocido? Hoy no lo voy a contestar. Un año es poco tiempo. O no. Pero retroceder nunca, rendirse jamás. Y el arrepentimiento es un sentimiento tan o más inconducente que la angustia.

Un resumen de mi martes: me levanté, hice quesadillas para los lunchs de mis hijos menores, agregué fruta y cacahuates, volví a la cama, me escribió mi amiga Flor ¿nos vemos en Coconout tipo 8? Ok. Me levanté, hice la cama, me vestí, tomé dos cafés con ella en Le pain Quotidien, le dije que me sentía poquita cosa, quedamos en buscar dos películas argentinas que queremos ver, volví, lavé tres sartenes de la comida de ayer, y muchos utensilios, ordené un poco el cuarto de hija, pasé un trapo, agarré la bici, fui al Community Center (está a tres cuadras), hice una hora de elíptica escuchando música bajón, volví bajo una llovizna, me puse a hacer cosas en la compu y ahora, siendo las 12.45pm, voy a comer algo, bañarme, leer y después buscar a hijo menor en la escuela. Sin la parte del café con amiga, más o menos esa es mi vida cada uno de los días de semana. Un opio.

Mañana sigo.
Así las cosas.