viernes, 31 de agosto de 2018

El ruido me destroza. Cómo sobreviví los ocho años del primer piso en Gallo y Charcas a la calle es un misterio. Vinieron a poner shutters para los huracanes y el taladro no para. El señor que los coloca prefirió decirle "la emergencia", un eufemismo digno de La Nación con "larga enfermedad" para nombrar al cáncer. Bueno, si viene una "emergencia" ya estamos mejor protegidos. El años pasado, cuando vino Irma, dejamos la casa a pelo y si se la llevaba puesta se la llevaba puesta, igual nuestras cosas todavía no habían llegado. Este año espero que no venga ninguno. El huracán lo llevo adentro.

Hice una hora de escaladora y un poco de pesas y quedé KO.
Un día más sin ver adultos y van...

Así las cosas.

jueves, 30 de agosto de 2018

Todas las crisis, la crisis

Puse Sui Generis mientras lavaba trastes, rompiendo mi preferencia por el silencio excepto en el auto y mientras hago aeróbico. Una vez más Argentina parece resquebrajarse a fuerza de una devaluación brutal a la que nadie le encuentra explicación. O sí. Falta de confianza política. En mi imaginación, hace muchos que veo a la silueta de Argentina como el producto de un meteorito. Es esa imagen la que me dice una y otra vez que por más que por la situación familiar de origen debiera estar ahí, no hay forma de ponerlo en práctica. ¿Acá nos va bien? No, cero. Pero ahí no tendríamos ninguna perspectiva. Triste. Tristísimo.

Ayer hice empanadas. Toda la tarde dedicada a un producto que ni siquiera me gusta. La argentindiad al palo. Busqué a Milo 1.50pm y de ahí fuimos al colegio de Simón porque había estado afiebrado y llovía. Cuando salió ya no llovía, se sentía bien y estaba por irse con unos amigos  al shopping de al lado del colegio. Le arruiné el plan a pesar de insistirle para que se quedara. Vino y musicalizó mientras yo hacía el relleno. Tuve que pedirle que no pusiera música horrible como lo hace habitualmente. Charly, Melero, Cafeta. Bien. Después quiso ponerle sus toques en mi preparación, intervenirla, convencido de que le iba a salir mucho mejor que a mí. Insoportable. A los 16 se cree mil y tengo ganas de regalarlo.

Roberta me llamó 4.15 para decirme que se iba a lo de su nueva amiga Ana, mexa, que vive cerca. Tuve que insistirle para que me pasara el teléfono de Ana porque ella muchas veces no atiende y yo me vuelvo loca. Le dije que la buscaba pero prefirió volver caminando. 15 cuadras caminando en ella: dudosísimo. Simón mientras fue a comprar más tapas porque teníamos solo una docena. Hice el repulgue como si fuera pro y no una discapacitada manual. Quedaron perfectas y hoy se llevaron los tres empanadas para el lunch. Mi gran pequeño triunfo doméstico.

A las 6.20am, Simón le pidió al padre que lo lleve al colegio porque el bus iba a tardar 40 minutos. Volvió a la cama y nos despertamos sobresaltados a las 7.33, hora en la que ya deberíamos estar saliendo para llevar a Camilo. Le dije a Milo que podía no lavarse los dientes, metí el tupper con las empanadas y dos mini mandarinas en su lunchera y salimos corriendo. Cuando llegamos, todavía no se podía entrar. Volví y me metí en la cama. Hace meses que no pasaba una mañana con marido. Gran plan. Después desayunamos juntos, hablando de todo lo que nos sale mal. Antes me quejaba, con una letanía monocorde y sin pausa. Ahora que me entregué ni siquiera me angustio. Mi droga legal es la resignación.

En la hiper del 89 recuerdo estar sentada en la cama de los papás de mi amiga Marcela -tenían un acolchado a rayas de colores muy pop-, viendo cómo subía el dólar minuto a minuto, cómo remarcaban los precios en los supermercados y cómo la gente salía a saquear. Tenía casi 11 años. En el 2001, cuando declararon el corralito, estaba internada en el Hospital Italiano con una amenaza de parto. Creo que fue la segunda internación por la orientación de la cama. En junio le había dicho a Diego, que tenía un trabajo estable después de dos años muy duros (previos a conocernos), que lo que ahorráramos los sacara del banco. El corralito nos agarró con 19mil dólares en el cajón de la ropa interior. Las crisis se tatuan en el inconsciente. Cuando entramos en default Simón ya había nacido. Yo lloraba, puérpera, sobre el cuerpo chiquito de mi bebé, desconsolada por el mundo al que lo había tirado. Y así siguieron los presidentes y la devaluación y los días aciagos. El país se reconstruyó muy lentamente y se vino a pique bastante rápido. Como suele suceder.

El dólar estaba a 36 antes de que me pusiera a escribir y ahora está a 39. Triste, tristísimo.

Así las cosas.

miércoles, 29 de agosto de 2018

Tendría que estar lavando las ollas de ayer. Hicimos un cerdo con salsa india comprada en nuestro supermercado de marca blanca alemán pero más latino imposible, Aldi. A los chicos les gustó, a mí me dio mucha acidez y mi marido lo convirtió en algo mucho más rico con maní y cilantro cuando llegó de Spinning.

En realidad, debería ya estar en el gimnasio, produciendo las endorfinas que me permiten encarar el día con cierta entereza. Pero viene Adelix, la chica que limpia. Empezó la semana pasada porque Gaby encontró un trabajo estable. Quedamos que llegaba a las 8am pero siendo las 9.45 todavía no apareció. Una laxitud horaria apabullante. Pensé que los padres le habían puesto ese nombre en honor a Ásterix pero, al parecer, en Venezuela es muy común juntar nombre de padre y madre y generar uno nuevo. Como los argentinos hacemos con las casas de la Costa Atlántica. Adelix vendría a ser hija de una Adela y un Félix, me dijeron en Tuiter. Alguno de mis hijos se podría haber llamado Juliego o Diejul.

Soy desempleada. Una desempleada hecha y derecha. Busqué trabajo de todas las formas posibles: contacté a todos los que podían tener una punta, apliqué en todos los sitios de búsquedas, moví cielo y tierra y nada. Me deprimí, lloré con ruido mientras estaban mis papás de visita, me quedé echada en la cama, lamentándome de mi mala suerte, chorreé lágrimas adelante de mis hijos menores en sus vacaciones eternas (hijo mayor se fue 41 días a Suiza, a la casa de mi hermana mayor). Hasta que me entregué. Es así, el mundo no me necesita aunque yo necesite facturar. Llamalo maldición, mercado, falta de capacidad, como quieras, pero acá estoy, siendo ama de casa por primera vez en mi vida y sin perspectivas de cambio.

Por eso voy a lavar las ollas (Adelix acaba de llegar, casi dos horas tarde), voy a ir al gimnasio, voy a volver a bañarme -tal vez me ponga el mismo vestido que los últimos dos días porque no veo a nadie que no sean mis hijos así que me da igual, hace calor y como estoy gorda, la ropa me molesta mucho-, voy a terminar Magnetizado de Busqued, voy a leer a Borges, voy a lamentarme un rato por mi suerte y voy a ir a buscar a hijo menor al colegio porque los miércoles sale a la 1.50 en lugar de a las 3.05 y vamos a hacer el relleno de unas empanadas intentando que la tarde pase un poco más ligera, como la primavera.

Así las cosas. 




martes, 28 de agosto de 2018

Esquirlas

¿Qué hago acá? Lo que debería haber hecho hace un año. Empecé este blog cuando me mudé a México y habiéndome mudado de nuevo, el blog tendría que ser EL espacio de fuga para mis penas. Pero como la edad trae cierto pudor, empecé un diario, que dejé bastante rápido. Y empecé una novela, que no seguí, y escribí un cuentito, que ahí está y un librito de poemas, que hay que pulir. Y siempre está tuiter, inmediato, adictivo y no muy amable.

Lo de qué hago acá podría traspolarse a Miami, lo sé. Es la pregunta del millón, la que me hicieron durante un año con curiosidad mientras la enunciaban y desconcierto cuando escuchaban la respuesta. La explicación es casi un sinsentido: necesitábamos un cambio, mi marido pudo sacar la visa de talento extraordinario y nos vinimos. OK.

Miami es Ricky Fort, es Versace, es reggetón, es playa, es el deme dos de los argentinos entre crisis, es un disco de Babasónicos y es todo lo que yo no soy.  Pero también es donde vine con mis padres tres veces de adolescentea, es a donde visité a mi marido ni bien lo conocí, donde pasé dos meses en el 2003 siendo muy infeliz y la única opción que nos pareció posible hace más de un año y medio, cuando decidimos que el ciclo México estaba terminado.

¿Es conveniente explotar una vida a tres meses de cumplir 40? ¿Dejar tu casa, tu trabajo, los amigos familia, la comodidad de lo que una vez fue extraño y se volvió conocido? Hoy no lo voy a contestar. Un año es poco tiempo. O no. Pero retroceder nunca, rendirse jamás. Y el arrepentimiento es un sentimiento tan o más inconducente que la angustia.

Un resumen de mi martes: me levanté, hice quesadillas para los lunchs de mis hijos menores, agregué fruta y cacahuates, volví a la cama, me escribió mi amiga Flor ¿nos vemos en Coconout tipo 8? Ok. Me levanté, hice la cama, me vestí, tomé dos cafés con ella en Le pain Quotidien, le dije que me sentía poquita cosa, quedamos en buscar dos películas argentinas que queremos ver, volví, lavé tres sartenes de la comida de ayer, y muchos utensilios, ordené un poco el cuarto de hija, pasé un trapo, agarré la bici, fui al Community Center (está a tres cuadras), hice una hora de elíptica escuchando música bajón, volví bajo una llovizna, me puse a hacer cosas en la compu y ahora, siendo las 12.45pm, voy a comer algo, bañarme, leer y después buscar a hijo menor en la escuela. Sin la parte del café con amiga, más o menos esa es mi vida cada uno de los días de semana. Un opio.

Mañana sigo.
Así las cosas.