miércoles, 9 de agosto de 2023

No hay nada más difícil que vivir sin ti

Hace una semana que tarareo No hay nada más difícil que vivir sin ti en loop. No sé de dónde salió ni porqué se me quedó y ni siquiera está linkeado a un hombre. Simplemente se me tatuó en el cerebro y ya.


Ahora tengo covid. En realidad hace tres días que tengo covid pero me enteré ayer. Martes a la noche dolor de cabeza imposible como nunca tuve, no podía dormir. Miércoles a la mañana dolor de cuerpo, falta de energía, confusión. Me quedé en la cama como si estuviera adentro de una nube. En un momento bajé a hacerme un café y saqué las cosas limpias del lavavajillas. Creo que fue parte del delirio de la fiebre. Cuando me la tomé tenía 39.4. Una estufa humana. En un momento llamó Anita y dijo que venía para acá. No puedo reponer la secuencia de nada porque ese día mi cerebro era un algodón de azúcar. Durante horas mi cabeza fantaseó con que venía Álvaro a visitarme, traía comida y tomábamos uno de los vinos blancos que encargué con un gift card del trabajo. Él entraba, yo lo esperaba apoyada en la pared donde está el cuadro del árbol, cuando me veía me abrazaba lento y yo le preguntaba ¿Por qué volviste? Hasta ahí llegaba la fantasía porque hasta delirando sé que él nunca va a responder Porque te extrañaba.


Este diálogo pasó esta semana en la realidad.

¿Cuáles son los vinos blancos que tomo?

Todos

Dale no seas pesado, solo tomo vino blanco con vos y nunca presto atención a cuál pedís.

1-Chardonay 2-Sauvignon Blanc 3-Albariño

Le mando una foto de los que elegí.

¿No había otros?

No tiene importancia.

Lo que bebes tiene mucha importancia.

Solo tomo vino blanco con vos. Se quedan acá o los llevo a algún evento.

Que se queden.

Álvaro reapareció hace dos semanas. Era lunes y estaba yendo al campo de Open door con mi amigo Pablo, a pesar de que era uno de los días más fríos del invierno porteño. Cuando paramos en un supermercadito de la ruta a comprar carne para la noche, saqué el teléfono para asegurarme de que mis hijos estuvieran bien y ahí estaba la llamada perdida de Álvaro y un mensaje en el que me contaba que su papá había muerto hacía unos días, que se había despedido de hijos y nietos y que se había ido en paz. Mi último mensaje, que nunca respondió, era de dos meses atrás.


El jueves amanecí sin fiebre pero con un dolor de garganta imposible. Anita pasó el día en casa, la ayudé a organizarse con el trabajo, me trasladé de la cama al sillón y del sillón a la cama. La noche anterior había empezado a tomar amoxidal que mi hijo mayor tenía en su cuarto. Por los síntomas todos estábamos convencidos de que era una infección. El martes a la noche, cuando no podía dormir por el dolor de cabeza, me escribió un tipo que conocí en abril. Salimos un viernes, tomamos unas copas de vino en Books and Books, nos reíamos, apretamos en el estacionamiento donde estaba mi auto y quedamos en vernos al día siguiente. Pero me canceló y nunca más apareció. En algún momento borré su contacto y el chat.


Hola Juli, ¿te acordás de mí?

La verdad que no.


Abrí la foto de whatsapp y me acordé.

¿El piloto?

Jaja, sí.

¿Por qué me escribís?

Porque pensé mucho en vos en este tiempo.

¿Y por qué desapareciste?

Pasaron muchas cosas. ¿Hablamos mañana?

Al día siguiente volaba de fiebre y no sé si me escribió pero el jueves que me sentía mejor dijo que pasaba a visitarme. Le dije que no le creía. Me dijo que ya iba a ver. A las seis y media me avisó que estaba en camino. Le dije que estaba la puerta abierta, que se sacara los zapatos y subiera. A las siete y diez de la tarde lo tenía metido en mi cama. Como si lo conociera de toda la vida. Bajó y se sirvió un whisky, subió, nos revolcamos, bajamos, le hice un sandwich de jamón y queso, tomó una cerveza que había puesto en el freezer y antes de las diez de la noche se fue. ¿Vas a volver a desaparecer? No. Como no le creí borré su contacto y el chat de whatsapp de nuevo.


El viernes a las siete y media de la mañana tuve sesión. Hablé mayormente de trabajo, de mi convicción de que esa tarde me iban a echar, de lo que se venía, de las posibilidades, los planes, la esperanza. En un momento Karen me preguntó si me había hecho el test porque muchos de sus pacientes, que están desperdigados por todo el mundo, están con covid. Le dije que no y pasó. Me senté a trabajar a pesar de sentirme todavía mal y a eso de las doce me acordé de que tenía unos tests guardados. Hisopar la nariz, meter el hisopo en la solución transparente, tirar cuatro gotitas en el agujerito de la tira, esperar unos segundos, ver dos rayitas. Le escribí a Anita de inmediato para avisarle y después tuve que ir a buscar al piloto a la app en que lo conocí.


Che, tengo covid. Sorry.

¿Qué? ¿Te testeaste?

Sí, recién.

Nunca más respondió nada.


Es sábado al mediodía. Tengo tos, dolor de cabeza y mocos pero veo una luz al final del camino. Me di un baño, me saqué el pijama, dejé la cama oréandose y escribo en el sillón de la sala de tele. Mañana quisiera sentirme bien para ir a la playa un rato y limpiar la semana. Llegué de Buenos Aireas el domingo pasado pero parece que fue hace un siglo. De los hombres ya no espero nada. De la vida por suerte todavía espero mucho. Decido que al final no hay nada más difícil que vivir sin ti habla ni más ni menos que sobre la salud.

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