lunes, 23 de abril de 2012

pequeña crónica de un viaje accidentado

Tal vez el título sea demasiado pretencioso para lo que soy capaz de narrar con la cantidad de trabajo atrasado y el cumpleaños de Milo por delante.
El viernes a la mañana marido y yo fuimos a la oficina, de allí a una junta y luego de vuelta a la oficina. Mau me llevó en la camioneta a hacer un mini tour: supermercado, colegio de hijo mayor, colegio de hija, vuelta a la oficina. Allí estaban ya Silvia y Milo y salimos todos a la carretara a la 1.22pm para ser exactos. Tardamos casi seis horas porque la salida estaba pesada. El viaje fue pacífico dado que cada hijo tenía su propia fila de asientos, la música del Ipod de marido no fue lo que yo espero para un viaje pero a marido la música rutera ya no le va. Es raro cómo y por qué cambian las cosas. De hecho, es una inquietud que viene persiguiéndome sin palabras hace un buen rato.
Oaxaca tiene un centro colonial hermoso y muy cuidado. Nos hospedamos en El parador del Dominico, dejamos las cosas y fuimos a darle de cenar a los niños. Bah, yo les sugerí la comida y después fui a cambiarme porque teníamos el cocktail que ofrecían los novios en Casa Oaxaca. Caminamos hasta allí, comimos delicatessen very typical y quesadilas y nos acostamos temprano.
El sábado amanecimos, nos cambiamos y caminamos hasta los mercados para desayunar. No fue lo que esperábamos. Tampoco compramos nada. Oh, no: miento. Un comalito de barro a una señora que los ofrecía (se nos rompió antes de partir) y una sombrero para mí, lindo y barato, en un puesto por el camino. Después descansamos en el hotel hasta que se hizo la hora de customizarse. Los chicos estaban listos dos horas antes, con su ansiedad habitual. Podríamos haber hecho algún paseo más interesante pero no se nos ocurrió. Bueno, marido no estaba muy pilas, ni siquiera quiso caminar más ni ir a otro mercado. Yo no insistí.
La iglesia de Santo Domingo es hermosa (muy barroca) pero si me preguntás, no entiendo cómo siguen existiendo las religiones a esta altura de la soireé. De verdad. ¿Cómo un señor que se supone que ni siquiera coge puede sermonear sobre lo que debe ser el matrimonio? Increíble. De todas maneras, el coro cantó bien, no escuché nada tétrico (tampoco presté demasiada atención, me supera) y el highlight fue que Lucila y yo NOS EQUIVOCAMOS y subimos al atrio en un momento que no nos correspondía. Éramos las dos chicas judías de la boda, vale aclarar. Se supone que teníamos que leer peticiones pero llamaron a leer, Lula me dijo que yo fuera detrás de ella porque era la segunda y ahí fui: craso error. Nos pasamos detrás de un amigo del novio que leyó no sé qué y el cura, que se ve que no entendía nada pero lo de la improvisación se le daba bien, me pidió que leyera una pasaje. Por suerte fue La carta a los corintios, 13.... es un pasaje hermoso que habla del amor y que leí con sentimiento (casi casi como si fuera Berta Singerman, declamando, eh). Y Luli leyó algo que decía muchas veces "aleluya". Un papelón. Creo que nadie igual se enteró, excepto la wedding planner que vino a retar a mi compañera muy desubicadamente.
De ahí pasamos al lugar de la recepción al ritmo de la guelaguetza, tomando unas aguas de sabores bastante deliciosas y un poco acalorados por el sol rajante. El jardín etnobotánico es espectacular, lleno de cactáceas y otras especies que no podría enumerar. Eso sí: no pude recorrerlo porque una señorita impedía el paso. La decoración era espectacular, muy acorde con el ambiente exterior y la comida muy rica (devoré entero el taquito con chapulines -son como grillos fritos muy típicamente oaxaqueños-). No respeté la dieta y engordé un kilo y medio en dos días pero de eso no voy hablar.
Milo se hizo una siesta, los chicos jugaron y comieron y al atardecer a marido le robaron, en unos pocos segundos, el celular de la mesa. Hicimos movidas con la organización para intentar recuperarlo pero no hubo respuesta. Malísimo. Marido de ahí en más no fue el mismo. Fue al hotel a intentar rastraarlo pero hubo un problema técnico que no se lo permitió. Estaba cansado y mustio por lo cual a eso de las 10pm, se fue al hotel. Por mi parte me clavé casi tres mezcales, insistida por el novio, y me sentaron estupendamente. El porro también. El dj era un desastre pero igual hicimos esfuerzos por bailar y a las casi 2am partimos con mi grupito de pertenencia en estado de cansancio extremo.
Marido se llevó a los chicos a desayunar mientras yo dormía un rato más. A las 11.30am hicimos rápido la valija y marido fue a buscar la camioneta a la pensión pero cuarenta minutos después seguía sin aparecer. Finalmente trajo a nuestros dos hijos menores con la camisa desabrochada y cara de desaliento: se nos había ponchado una llanta. Volvió a irse y a la hora decidí ir a buscarlo. El sol pegaba durísimo y cuando por fin encontré la camioneta, estaba abierta y sin nadie alrededor. A los diez minutos llegó marido en un taxi con la llanta reparada porque no había podido sacar la de auxilio (llevamos la camioneta de la oficina). Y una vez que cargamos todos los bártulos y todos los hijos, salimos en buscar de una talachería para que nos pusieran la de auxilio. Eso nos llevó otros 40 minutos aproximadamente por lo cual terminamos saliendo a la ruta después de las 3 de la tarde.
A todo esto: yo no tenía voz. Literalmente. Así que estuve todo el viaje en silencio (además, la onda no era del todo buena con marido así que me retiré a mi refugio mental). De todas maneras no fue nada grave. En cinco horas y media llegamos a casa sin ningún otro contratiempo (es cierto que habíamos tenido suficientes pero a mí el tema rachas me da mucho miedo, pasa algo malo y hay avalancha).

En fin.
Tengo que trabajar. Y el viernes es el cumple de Milo.
Por eso me retiro.
Así las cosas, chicos.

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