domingo, 12 de febrero de 2012

la madre comida

Como la ballena, la vida cotidiana me tragó entera. De acá para allá y de allá para acá corro sin rumbo ni destino. Siento que choco contra paredes imaginarias, más bien que reboto, como una pelota de squash. Y sin embargo, lo más raro es que creo que está bien: es lo que corresponde. Nunca, desde que soy madre, estuve tan comprometida con la causa. La comida, el orden, la casa, los proyectos escolares, los programas, mis padres, mi marido, mi hijo menor, etcétera. Es difícil de explicar pero mi mente suele estar en otra parte, busca algo más, se evade, escapa de una realidad aplastante como casi todas las realidades. Ahora está acá al cien por ciento, soportando estoica el peso de la decisión de tener una familia numerosa. Es duro pero creo que más dura me resultaría la soledad. Ya habrá tiempo me digo en los pocos minutos en los que reflexiono, ya habrá tiempo para leer, para mirar más películas, ir a museos, ver series, cocinar rico, escuchar bandas y alguna otra idea que me cruza de vez en cuando.

En otro orden de cosas: no dejarás que los problemas identitarios ajenos te perturben. Oh no. Bajo ningún punto de vista.

Poco sé de lo que pasa afuera y no sé cuánto pasa adentro pero sé que en algún punto estoy haciendo lo correcto. Nadie nunca me lo agradecerá, eso no pasa pero aquí estoy, con la conciencia tranquila.

Así las cosas.

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