lunes, 5 de mayo de 2008

si tuviera que contar algo inconfesable

contaría, tal vez, que cuando tenía 19 años fuimos unas vacaciones de invierno con mis padres y mis hermanos a Punta del Este. paramos en el hotel San Rafael que estaba siendo remodelado o semejante (tal vez rescatado sería la palabra correcta). yo tenía que estudiar para mi final de gramática y eso hacía en un salón de juegos mientras el resto de mi familia paseaba. era tan chica. en algún momento de la estadía conocí al gerente del hotel; era un gordito de unos treinta y pico, rubio, casado y con un hijo. en esa época todo pibe que me mirase me resultaba atractivo y presumo que éste más aún por su ilegalidad. una mañana me ofreció mostrarme unas habitaciones no sé con qué pretexto y allí fui. obviamente ni bien entramos se me tiró encima, habíamos estado histeriqueando los dos días anteriores, y yo, que era una chica muy fácil pero no tan arriesgada- y el gordich sólo me gustaba para jugar- salí literalmente corriendo (también era, todavía, un poco ingenua). en algún piso se abrió el ascensor y apareció mi madre preguntando qué hacía yo bajando con el gordo casado de treintapico de un piso que no era el mío. no sé qué contesté pero me muy incómoda tartamudié una explicación muy poco convicente y al rato escuché el relato que, muy indignada, le hacía de la anécdota a mi padre. una par de caras de culo, algún otro comentario de mis padres y el susto que me pegué con la posibilidad de ser violada en un tradicional hotel del más concheto balneario uruguayo, me desalentaron para siempre de este tipo de aventuras.

éramos tan putas.

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