viernes, 28 de octubre de 2011

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Sigo triste. Pero no hay que confundir tristeza con angustia. Ni con ingratitud. Fui al Instituto Nacional de Perinatología a ver a mi ginecólogo. Lo esperé 40 minutos parada afuera porque se había olvidado de mí y me dediqué a mirar a las pacientes y los acompañantes que entraban y salían. La salud pública mexicana no es gratuita. Es algo a lo que no termino de acostumbrarme. Pero sí es muy económica según los recursos, asistentes sociales (por lo que entendí por un comentario de Mario al paso) determinan cuánto podés pagar. Si no tenés turno no podés pasar. Dos policías se encargan de eso. Es muy extraño. Pero adentro es lugar es limpio, grande y agradable. Nada tiene que ver con un hospital público argentino. Vi muchas adolescentes embarazadas, lo que me partió el corazón. De todas maneras, las imágenes no eran desgarradoras. Eso sí: Mario tardó porque tuvo que internar a una paciente con Lupus. No iba desde agosto a la consulta porque el marido se había quedado sin trabajo. Todo fue a las corridas, al pasar, mientras caminábamos. Eso sí es dramático. De todas maneras confío ciegamente en él y sé que la embarazada va a estar bien. La culpa de clase no soluciona nada. Ni la enunciación de la misma. Pero es lo que sentí.

Aunque el hipotiroidismo sea una enfermedad ultra extendida y el mío sea leve, la idea de tomar medicación de por vida es, como mínimo, extraña.

Este fin de semana estoy sola otra vez. Pero en la semana me sentí tan sola que no cambia demasiado. Simi se fue temprano, con su máscara de diablo que compramos ayer en Walmart y un jogging. Por suerte empieza a chuparle un huevo (aunque nunca fue hiper fan de los disfraces). Se fue a una fiesta en Los encinos (una suerte de country camino a Toluca) y volverá tarde. Mientras esperaba el camión le dije que lo iba a extrañar. Es cierto. Los extraño cuando se van muchas horas, antes no me pasaba. Hay días en los que me pregunto cómo y por qué se me ocurrió reproducirme pero otros, de verdad, mis hijos son todo. Volví a la cama y lo pensé. Y también pensé que es insoportable escuchar hablar bien recurrentemente de los hijos ajenos. La idealización de las crías me torra sobremanera.

Por lo demás: nada. Ahora me iré con Tita, quien está disfrazada de diablita, con dos colas y los ojos pintados (medio deformemente porque a las 8am y tirada en la cama no soy una Regina Kuligovsi), a buscar a Milo a la guarde. Al rato viene Xime a comer con Robert y después plantel de madres a hacer picnic en el parque. Un halloween wannabe. Mis instintos lúdicos son nulos. Lo lamento, eh, no creas que no.

Extraño Buenos Aires. Extraño a madre. Extraño a hermanos. Extraño la calle. Y extraño tener una actividad outdoors.

Pero por ahora esto es lo que hay. Ni modo: así las cosas.

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