lunes, 11 de julio de 2011

Crónica de unas vacaciones familiares, Indianápolis 1

A las 2.15am sonó el despertador, había despertado una vez cada media hora desde las 10pm. Transpirada. Así que me bañé aunque no era el plan. Llegamos rápido, los chicos durmieron vestidos y se despertaron bien. Aunque nos obligaron a ir cuatro horas antes, el mostrador de AA no abrió hasta las 4am. El avión salía 6.17, había un contigente de adolescentes jewish que se iban a un summer camp en Boston, eran miles. Hasta las 5 no abre el club Centurion de Amex ni casi ningún bar. Tomamos un café con leche y dos croissants en un barcito chico con pinta de cubano. Caminamos kilómetros para que le sellaran el FM3 a Simón (tampoco abría hasta las 5, una cosa rarísima) y finalmente embarcamos a los gritos con marido, odiándonos de la manera más vil. Un estrés. El viaje es corto, dos horas de vuelo en un avión chiquito para llegar a Dallas y su aeropuerto gigante (si no es el más grande del mundo, debe andar por ahí), pasar por tres interrogatorios de migración y esperar casi cuatro horas para hacer la conexión. Como AA solo te da algo de tomar, éramos una familia hambrienta. Buscamos lo más sano que podíamos ingerir y compramos unos sandwiches (el mío capresse), fruta fresca y yogur. Después trabajé un rato mientras los niños daban vueltas (o jugaban con el ipad o escuchaban música en el ipod) y Camilo desplegaba todos sus juguetes rosa de cocinar. Una soldado con pinta de regresar a su casa después de un servicio intenso me miraba con cara rara. Después, cuando resucité para comprar café, caminó atrás mío y escuché cómo un gordo wasp le decís "Thank you for your service" y ella le contestaba "Thank you". Los gringos son tan gringos que parecen una parodia de sí mismos pero hay algo que es cierto y es que todo funciona. Pau tiene razón al decir que los admira, en un punto, claro. A mí toda la apología individualista y de ser un "winner" y esas mierdas me dan ganas de vomitar.
El encuentro con los chicos fue como si no hubiera pasado ni un día. Llegamos a la casa que es divina, enorme, llena de cuertos y muy americana. Como dijo Simi: una mansión. Después de comer como cerdos, nos cambiamos y llevamos a los chicos a la pileta que está a 50mts. Volvimos, bañamos prole y los hombres tiraron unos cortes de carne a la parrilla y marido preparó unas papas. A las diez no podíamos más pero Milo no se rendía, chillaba porque le cerré la puerta del cuarto y no paraba. Tiene demasiada determinación.
Quisiera que la hostilidad del mundo me dejara un rato de paz. No te comuniques conmigo excepto que sea para hacerme sentir bien. Mil gracias.
Marido me habla lo mínimo indispensable.
Nos vamos de compras.
Así las cosas.

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