lunes, 25 de julio de 2011

el punto de fuga

Ahí está, siempre. Omnipresente aunque a veces soterrado. Agazapado. El objeto móvil, accesorio, conyuntural, varía al compás de la búsqueda, la necesidad. La lucidez deja de ser una virtud para ser un castigo. El pragmatismo, el único compañero posible, suple las falencias, previene las caídas. Saber, entender, someterse al propio juicio pero nunca actuar en consecuencia. Ser puro acto. El otro no tiene peso. O uno muy relativo. El mecanismo, la puesta en práctica del método recurrente, conocido. El sufrimiento concomitante fuera de escala. El hastío. La repetición. La comedia.

Siempre estoy dormida, cansada, con ganas de acostarme. Los chicos se duermen tarde, Milo tarda horas en caer y tengo que quedarme acostada al lado de su cuna para prevenir que venga a dormir al lado de mi cama. Inversión de roles constante. Son vacaciones. Me cuesta tenerlos todo el día encima, no salir, tener poca vida social. No estar en Bs as, en un sentido. En otro saber que es liberador. Marido se levantó temprano, me mimó, me dijo "estás linda así gordita" y se fue a trabajar. Está ocupado. En un ratito voy a llevar a los chicos al club para que empiecen el curso de verano, Milo se va a quedar llorando como todos los días, podría llevarlo y que se quede en la guardería pero de solo nombrar la palabra, grita "guardería NO". Es difícil el pendorcho, creo que los últimos hijos de tres no son nada llevaderos. A la vez es carismático y dulce.

También padezco un poco el suburbio. Quisiera a llevar a los chicos a pasear por algo cultural (acepto propuestas), tengo que pedir turnos en médicos varios y cosas por el estilo. Y trabajar (que siempre me salva).

Bueno, ahora llora Milo porque se golpeó con no sé qué jugando con sus hermanos. Coco es el hermano más divino del mundo, lo cuida y lo consuela.

En fin, chicos.

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