miércoles, 27 de julio de 2011

los hijos

Ayer estaba haciendo unos trámites y al pasar al lado de una mujer con su bebé recién nacido me dio una punzada de celos. A veces, muy de vez en cuando y no sé a raíz de qué, siento esa oleada melancólica por el fin de mi ciclo reproductivo. Pensar que no voy a tener nunca más un hijo me da una pena infitina que no se relaciona con la realidad. Sabemos todos y por demás, que no tengo ninguna intención de empezar de nuevo, que no tengo paciencia, que mi frase de cabecera es "yo no nací para esto" pero a la vez sé positivamente que los hijos son luz. El nacimiento de mis hijos es lo más increíble que me pasó en la vida, la sensación de tener un cacho de adn tuyo y de alguien a quien querés en tus brazos, ese cachorro indefenso que depende al cien de vos, no se compara con nada. Parir y dar la teta son cosas que me gustan mucho. De verdad. Y que no me van a pasar más y no hay manera de que eso no me hunda en una melancolía vaporosa.

Es así. Punto. Ya me pasó. Ya tengo un montón de hijos, seguramente más que el promedio de los que me rodean. Y me dan ganas de llorar. Yo, que respeto mucho la decisión de no tener hijos, a la vez pienso que es una experiencia alucinante que te da otra densidad. Obvio que todo lo que viene después es duro y hay que descentrarse y olvidarse de muchas cosas que también están buenas y son importantes. Son días, eh. Mañana por ahí vuelvo a pensar que en mi vida debería haberme reproducido. Pero hoy, bueno, hoy quisiera que todo esto no hubiera terminado.

Así las cosas.
Un poco irremediables.

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