miércoles, 12 de marzo de 2008

pinamar

excepto algunos que fuimos a uruguay (marindia y punta del este) casi todos los veranos lo pasamos ahí. mis abuelos tenían casa desde que mi vieja tenía 14. era divina pero mínima, rodeada de dos terrenos, con una suerte de loma en la cual destacaban dos árboles unidos por una enredadera gigante. toda de madera y adornada con objetos de todo el mundo, ganó varios premios por la resolución arquitectónica pero era verdaderamente incómoda: dos cuartos con camas empotradas en ambos (sí, sin cama matrimonial en ninguna), un baño con ducha en la cual alguien de más de 175 cms no entraba, un living comedor y una cocina pasillo, 60 metros cuadrados. cruzando un terreno baldío tenían la casa los ungar, el socio de mi abuelo de toda la vida. la casa estaba cerca de la entrada de pinamar, yendo por la bunge, donde aún debe estar la shell y el tilcara, ahí, sobre marco polo. por lo general mis viejos alquilaban casas grandes y cómodas por la zona norte, lejos de los petirrojos (ese era el nombre) porque esa zona céntrica hacía mucho había quedado demodé (aunque era hubiera sido muy práctica en la adolescencia). muchas temporádas tuvimos carpa en el pájaro, balneario que también se fue corriendo hacia el norte y al que no sabría decir por qué éramos fieles. también alquilamos en perica y en las brujas alternadamente. la carpa la compartíamos dos o tres familias y se podían ver hasta 10 o 15 pares de ojotas en algunas ocasiones. a la hora de la comida, nos turnábamos. mi madre que no es nada adepta a las situaciones playeras y/o de pic nic, hacía siempre los mismos y escasos sandwichitos de figaza con jamón y queso y nunca llevaba bebida, la coca era el lujo que nos podíamos dar y de vez en cuando, un helado de massera que tenía una mini sucursal en cocodrilo. los adultos muchas veces subían a comer algo al parador y a tomar clericot y para nosotros era lo peor, todo ese tiempo nos estaba completamente vedada la posibilidad del mar.
todos los veranos, excepto el del 94, fuimos en febrero. mi madre psicoanalista por esos tiempos conservaba la costumbre y mi padre, abogado, se turnaba con su entonces socio. el clima por lo general no ayudaba, teníamos mucha suerte si el viento no nos obligaba a sentarnos detrás de las carpas y permanecer no más de una hora y media en la playa. un verano llovió 15 días seguidos y los padres ya no sabían qué carajo hacer con nosotros. una de nuestras actividades preferidas era hacer figuras gigantes en la orilla, nos pasábamos horas modelando ballenas o barcos y luego obligando a los adultos a sacarles fotos. fifi y yo éramos las mayores de los pequeños, mis primos y mi hermano junto con otros amigos eran lo que nos seguían. por encima estaban las hermanas de fifi, mi hermana ale y los barry grandes. a eso de los 12 empezamos a pensar que la repartija era injusta, nos considerábamos lo suficientemente grandes como para que nos incluyeran en la otra mesa cuando íbamos a comer. hoy, me cuesta mucho pensar que ya somos todos adultos, que 3 años ya no hacen ninguna diferencia.

después de la playa nos juntábamos en una casa y después de tomar nesquik con medialunas de la jirafa, en el mejor de los casos, jugábamos a las escondidas o hacíamos chozas con ramas y pinocha en un terreno baldío. algunos días nos llebavan al centro, a los fichines. yo siempre jugaba al pacland pero era malísima, nunca pasé del nivel 2. los padres nos esperaban en insbruck tomando café, a veces dábamos unas vueltas por ahí antes de encontrarnos con ellos. las noches en las que los adultos salían, nos depositaban a todos en una casa y organizábamos juegos: actitos, dígalo con mímica, generala. la pasábamos genial y los grandes también.

hace dos años mi abuelo vendió la casa y con eso se cerró definitivamente mi infancia. lamento no haber podido ir a despedirme ni a rescatar algunos de los objetos: las bolas de vidrio dentro de la red, los caracoles con ruido a mar, los platos holandeses colgados en las paredes, la dulcera donde mi abuela ponía el dulce casero de ciruelas o esas sillas de lona y madera.
nunca más fui a pescar cornalitos al muelle con mediomundo, nunca más comí esas medialunas, nunca más me metí en una carpa a jugar al boggle y nunca más sentí tanta emoción por ver al chico que me gustaba.

probablemente nunca más vaya a pinamar más que de pasada y seguramente nunca más me divierta como en esas épocas, ahora sólo me queda desear que en algun momento mis hijos puedan pasarla también como la pasé yo.

1 comentario:

estudiante crónica dijo...

Pase en Pinamar todo los veranos de mi vida, hasta los 20 anhos, y me causa gracia pensar que cosas que para mi eran "tipicas de la familia Cronica" (las chozas con ramas, las medialunas de la jirafa, los padres en Innsbruck, el Massera de Cocodrilo) eran, en realidad, tipicas de todas las familias que veraneaban en Pinamar en la decada del 80.
Ahora, cuando voy en verano -nunca mas de un finde- no reconozco "mi" Pinamar -esta mas grande, menos tranquilo. Pero cuando tenga hijos, me encantaria que la pasen tan bien como la pase yo.