jueves, 26 de mayo de 2011

Crónica de un viaje a Madrid, parte 2

Son las 11.20 am y estoy sentada en el escritorio de Flora, con la compu tan limpia que no parece mía (le di una buena lavada antes de venir). Me hice un café con leche (que me parece un poco soso porque no encontré edulcorante y le puse algo de azúcar, robaré en algún bar o compraré si encuentro un super). La casa es divina. Divina. Eso sí: se escucha todo. Pero creo que es un fenómeno europeo. Abajo gritan en una lengua que no conozco y hay mucho ruido de camiones varios. Ya hice la cama, lavé una fuente que no sé qué contuvo alguna vez, mandé unos mails temprano (cuando Flora se fue a laburar) y me dispongo a terminar mi café, bañarme, ordenar un poco mis pertenencias y salir a caminar. También me comí una manzana verde.

Casi no dormí y van tres noches. Supongo que fue mezcla de jet lag con pensamiento recurrente y ruidos varios. El viaje fue mortal. El avión parecía del año 82 (de hecho, debía ser muy viejo porque tenía ceniceros) y cada vez que había turbulencias (hubo bastantes) chirriaban todos los compartimientos. Las azafatas no pueden tener un modo más rudo y yo no puedo haberme arrepentido tanto de no traerme algún rivo para dormir. De todas maneras, me la pasé escuchando música, intercambié unas pocas palabras con la chica de al lado, que aprovechó una vuelta del baño para preguntarme si era argentina y contarme que el año pasado había ido a Bs As a visitar a una amiga. Le pregunté algunas cosas de su vida (sólo por compromiso, la realidad es que no tenía ninguna intención de interactuar con nadie pero me enteré bastate, a mi pesar) y cuando me preguntó qué hacía en México y le contesté (a veces juro que no sé qué decir) que tengo tres hijos respondió: "ah, pensé que eras mucho más jovencita". La ame por unos segundos pero después le dije que seguía con la música y volví a mi mutismo. La llegada fue un tanto apabullante, en una terminal nueva, enorme, en la que tenés que caminar kilómetros y bajar escaleras infinitas para llegar a un tren que te lleva a recoger el equipaje (???). En migraciones no me preguntaron nada, casi que ni miraron el pasaporte, creo que es más difícil entrar a México que a Europa. La cinta transportadora decía que el equipaje de mi vuelo empezaría a caer a las 14.51, me sorprendió mucho el nivel de precisión pero más me sorprendió que no lo cumplieran. Esas cosas me hacen sufrir: si no sé, no sé pero si me decís un horario tan específico, plis, cumplilo, mi neurosis obsesiva sufre por esas nimiedades.

Salí y estaba Santi esperando. Es increíble lo familiares que te resultan las caras aunque pasen años sin que te veas. No sé si es la costumbre, internet o qué pero siempre me da la sensación de que lo vi hace muy poco (aunque creo que a él no le pasa lo mismo pero estoy llegando a la conclusión de que soy muy freak de verdad). Esperamos a que saliera su hermano y a pesar de que vive cerca de Barajas, me llevó hasta lo de Alejo, muy amorosamente. Elegí la peor valija de la historia para traer, una valija rígida de marido que siempre critiqué porque es pesada de por sí y eso me parece una estupidez pero como es violeta, es muy fácil de reconocer y cómoda para organizar. Gran error. Primero la subió Ale por las escaleras hasta su penthouse alpino, sufriendo por su peso, y después la arrastré yo por el metro, las callecitas en subida y los dos pisos hasta lo de Flora. En lo de Ale estuve un mini rato, me conecté para decirle a marido que había llegado bien y bajamos al Starbucks de la esquina (plena Gran vía) a tomar un café en la vereda. Al rato llegó Flora y nos vinimos para acá, en la aventura valijeril. Acomodé mis cosas por ahí y nos tiramos al charlar en el sillón, sintiendo, una vez más, que el tiempo no había pasado. Me di un baño, me customicé levemente y salimos hacia la embajada argentina, al ágape del 25 de mayo. Alejo llegó al rato con Diego, mujer e hijo, divino, y su amigo Fernando y empezó la noche de tragos. Comí una empanada y media pero me abstuve del choripan porque me cae pésimo (además de que no me gusta). Había mucha gente sino fea al menos rara y para mí fue bastante extraño estar rodeada de argentinos que no viven en Bs As no siendo México (demás estar decir que se respiraba cierto aire peroncho en la residencia del embajador y que, por cierto, es bastante espléndida). Como si esto fuera poco, me crucé a Wally, la mejor amiga de cuñadit, que venía super empilchada con novio reencontrado. Grosso. Estuvo bien, de todas maneras, excepto porque la barra era a matar o morir y eso nunca debería suceder. La comida, en cambio, fluía pero yo tuve a bien rescatarme y optar por la discresión.
De ahí caminamos, entramos a un bar del que nos levantamos y abordamos taxi para ir a bar a encontrarnos con la Shama & co. Era un bar semi gay y digo semi porque había medio de todo. Compartí primero un gin tonic con Flora y después un mojito y por lejos prefiero lo segundo. La ginebra y yo no estaríamos teniendo la mejor relación. O mejor dicho, la tónica y yo. No entiendo la afición por lo amargo. El reencuentro con la Shama fue emotivo (aunque me ligué un par de palos pero bueh...) y la noche fluyó. Recién cuando me levanté para ir al baño me di cuenta del efecto acumulado del champán más la cerveza de la embajada y los dos tragos posteriores. Igual, a eso de la una y pico caminamos hasta acá y estuvo perfecto.

Por lo demás, sí extraño a mis hijos y a marido, más de lo que hubiera imaginado. No entiendo: 1. por qué alguien que sabe a la perfección quién sos te saluda como si tuvieras sarna. 2. por qué alguien puede llegar a pensar que lo que digo no es cierto. Soy incapaz de mentir pero además tiendo siempre a tirarme a menos. Menos entiendo que sea una persona que creés que entendió a la perfección cómo sos. Yo nunca dudo de lo que me dice la gente pero eso habla de mi estupidez no de los otros.

En un momento de la noche, no sé a raíz de qué, salió el tema de si los hombres se sienten avasallados por mujeres de carácter fuerte y yo dije que creía que no, que cuando dos personas se gustan se gustan y ya y que si no es que alguno no gusta y listo, no hay atenuantes (no lo dije así, claro) y cada vez extremo más mi posición. No hay ningún otro motivo que no sea ese para que dos personas no se encuentren, lo demás son explicaciones condescendientes de cualquiera de las partes involucradas y/o terceros opinando. Cada vez estoy más convencida de que el humano es muy básico y predecible y que todas las explicaciones complejas son paja mental.

Bueno, es hora de que me bañe,  me cambie y camine hasta el Reina Sofía (está acá a unas pocas cuadras, habito en Lavapiés) para buscar un mapita y cargarle crédito al tel que me prestó Flora. No estoy acostumbrada a ser huésped y sí anfitriona. Es raro estar del otro lado pero me viene bien.
En fin, chicos.
Así de madrileñas las cosas.

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