lunes, 30 de mayo de 2011

Crónica de un viaje a Madrid, parte 7

Tengo mucho sueño, como ya es costumbre, aunque dormí bien y unas cuántas horas. Al menos seis y media. Ya desayuné en una terraza acá a unas cuadras un café con leche con una tostada y ya trabajo. Pensaba quedarme ahí, de hecho llevé la compu, pero hace un leve frescor y prefería estar cómoda en el sillón de la casa de Flora.
Ayer: comimos con Alejo y una pareja de amigos (y Flora, obvio) en un lugar llamado Taberneros, en la calle de Santiago, que le da nombre a una canción de Nacho. Muy rico y mucho. Sólo obvié el postre pero le di duro y parejo al salmorejo, al ceviche, a la vieira, la mitad de mi croqueta la regalé y al foie ni lo probé, demasiado grasoso para mi aparato digestivo complicado. Después caminamos con Florich para encontrarnos con la Shama y vinimos para acá. Yo dormí en el sillón mientras ellas trabajaban, hablé con marido por skype que estaba en el club con Milo y mientras charlábamos, se le durmió encima. A las 9pm me fui a leer a un barcito enfrente de la estación de Tirso de Molina y me encontré con Ale para ir al cine. Vimos El castor, de Jodie Foster, una mierda sin control pero el programa del cine siempre está bien y yo aproveché para llorar unas penas atoradas en la oscuridad de la sala, apañada por una trama sórdida y fallida. Recién, mientras tomaba el café con leche que estaba deli, entendí que son las últimas horas de todo esto. No voy a sacar conclusiones, no existen ni valen la pena ni me hacen sentir particularmente bien. Lo que sí me pregunté es: ¿será mi única particularidad tener tantos hijos a una edad impensada? Qué se yo. También pienso otras cosas pero son un poco tristes y no hay demasiado sol así que mejor dejar todo como era entonces.

Sigo laburando y después veré qué hago para el almuerzo y si a la tarde visito el Reina Sofía.
Así las cosas, chicos.
Tiempo de descuento.

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