lunes, 30 de mayo de 2011

Crónica de un viaje a Madrid, parte 8

¿Por qué siento más la circularidad estando de viaje que en mi vida cotidiana?

Estoy en lo de Flora, tomo coki y fumo. Acabo de cortar con Santi para arreglar la logística de esta noche. Llevo chocolate y vino y nos encontramos a las 8.30pm en la estación de metro de su casa. Comí sushi con Alejo por su zona (el centro, por así decirlo) y después prentendía caminar hasta el Reina Sofía pero no traía mapa y era difícil de explicar por lo cual me tomé el subte, me bajé en Sol y le pregunté a un guardia pero me miró raro, me dijo que era lejos y que mejor me tomara el renfe. Es lo que hice pero me colé (me di cuenta después) porque compré un billete de metro que no servía. Para salir tuve que hacerlo atrás de una señora. Desde Atocha caminé hasta el museo pensando en lo inútil que es pensar y mucho más hablar, es sólo un entretenimiento constante pero nada más. Está, como casi todo, sobrevalorado. Pensé, una vez afuera, que el Deseo es lo único que cuenta, al final y por Deseo no hablo de pulsión sexual. Deseo y Razón dándose en el ring. Cagándose a piñas por imponerse. Es una imagen triste. ¿O la triste soy yo, también por definición? Busqué las exposiciones permanentes y me acordé de cómo me había enamorado de Miró cuando era chica gracias a los libros de pinturas para niños (también de Gauguin pero de una manera mucho más salvaje y radical y de Brueghel, con esa melancolía soterrada que tienen sus pinturas). Recorrí un poco más, miré el Guernica y no me dijo nada. Recordé que a los 17 me había emocionado pero ahora ya no. Salí llorando de la sala en la que está Muchacha en la ventana, había comprado una postal, también en el 95 y me pregunté si la tendré por algún lado. Dalí me gusta mucho más antes de volverse surrealista. De hecho, lo único que me interpela del surrealismo es su rupturismo, hoy todo parece fácil y está normalizado pero si contextualizás, tiene otra densidad. En el ascensor bajé con un cúmulo de adolescentes granulientos y olorosos que me causaban mucha gracia, alguno me miró como si fuera un extraterrestre y el adulto que los acompañaba les dijo primero que tuvieran cuidado (uno medio que me dio un golpecito con uno de sus miembros descontrolados por la edad) y después, que me dejaran pasar primero, cosa que no sucedió. Entré a una muestra de Jacoby sólo porque me llama la atención que exponga acá y me gustaron mucho algunas cosas de Yayoi Kusama, de quien colgaría algunas piezas en mi casa. Sentí descarnadamente mi subjetividad rota por definición y no me gusté. El resquebrajamiento interno e inmanente me parece de lo peor que hay. Santi dice que nos diferencia el deseo de la normalidad. Yo le digo que daría lo que fuera y él me dice que lo que nos mata es la hiperconciencia, nos vuelve monstruos. Tiene razón. Relativizar es lo único que funciona, está claro.

Compré regalos para mi núcleo duro en la tienda y después caminé hasta el Carrefour de Lavapiés para comprar lo que necesitaba. Me sorprendió ver en la caja que un señor se llevaba gazpacho en tetrabrick. Copado.

Por lo demás, se acerca el fin. Quisiera teletransportame a mi realidad, sentir el amor de marido y pasar sin la escala del choque de la vuelta a una cierta paz. Sé que no es posible. Leeré diarios antes de salir. El libro de Yuri Herrara ya lo terminé y tengo El sindicato de la policía Ydishe para la vuelta.

Así las cosas, chicos.
Una extrañeza.

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