miércoles, 10 de noviembre de 2010

el campo de deportes

Leyendo las crónicas de Charlotte se me vinieron a la memoria mis propias visicitudes gimnásticas de la secundaria. No fue hasta mucho después de terminar el colegio que le tomé el gusto al ejercicio físico. Antes, aunque había hecho jazz en el club y jugado vóley como federada, el deporte no era lo mío. Lo hacía sólo por socializar. Además de que mi madre, muy preocupada por mi figura y mi salud, desde temprano había hecho todos los esfuerzos posibles por inculcarme el movimiento como parte vital de mi existencia  y hay que reconocer, a la luz de los hechos, que lo logró pero llevó años.

A los once me mandaba a lo de María Fucs a hacer una gimansia mezcla de eutonía con localizada, con una gente rarísima. Creo que había alguna suerte de filosofía detrás del movimiento. Creo que, de todas maneras, elegió el lugar en parte porque quedaba a media cuadra de mi casa y podía ir sola.

Durante el ingreso suspendí todo porque no daba para más.

Pero ni bien entrás al colegio, el shock es múltiple. No sólo estás perdido en una institución enorme, vieja y oscura, en la que te confinan, por nuevo, al último piso sino que, además, no tienen mejor idea que tomarte el TP de natación junto a todos tus compañeritos: a las pocas semanas de conocerte, teniendo treces años, hacen que te pongas traje de baño y demuestres tus dotes o falencias como nadador. Ahora pienso que podrían tener la deferencia de hacerlo chicos y chicas por separado pero no sé si en el momento lo sufrí o me chupó un huevo (sobre todo porque nadaba bien). Lo que sí sé es que me puse un traje de baño con flores y volados (?) y que lo aprobé sin problemas. Fue un alivio porque no tenía ninguna intención de hacer natación hasta que darlo bien.

Así fue como elegí voley. Teníamos clase en el primer turno, a la 1.30pm y todo primer año la zafé bien. El problema vino en segundo. No sé qué pasó pero ya no podíamos hacer voley en ese horario y todas las que íbamos juntas nos dispersamos. Como yo era muy fóbica y mi madre me lo alimentaba en exceso, quedarme al turno de las 3pm me producía un sufrimiento indescriptible pero igual caí, vaya uno a saber por qué, sola en jazz. Al principio puede que me quedara sola comiendo hasta que se hacía la hora pero después conocí a las chicas (a las que hoy siguen siendo mis amigas) y al menos la espera se hizo un poco menos terrible. El tema era que los martes teníamos en el SUM, en donde la gorda asquerosa (que se sacaba los pelos encarnados mientras hablaba) nos enseñaba coreografías nauseabundas con canciones tipo Angie de los Rolling (como para que se den una idea del level) cuando no nos hacía inventarlas a nosotras. Había muchos profesores de educación física que también daban clases en el Dámaso Centeno, un colegio de milicos, y hasta hoy sigo preguntándome por qué. La cosa es que la gorda era bastante proactiva y quería hacer muestras e intercambios con bastante frecuencia haciendo que todas nos queríamos matar (excepto un par de emocionadas ridículas de no sé qué año que se prendían malcopaba excitadísimas). La pobre Crishun tuvo que ir a alguna exhibición en un teatro y creo que tampoco sabe al día de hoy por qué le pasó eso. Pero los viernes nos tocaba campo y era lo peor. Pero lo PEOR de lo PEOR. Al menos para mí. Correr el test de cooper me parecía la proeza más grande de la historia de la humanidad y un cuatrimestre llegué llorando a punto de vomitar. Ahora lo cuento y parece gracioso pero me producía una angustia que no puedo poner en palabras. Todos los viernes hacía la danza de la lluvia y rogaba para que suspendiera por algún motivo. Iba esperanzada al departamento de educación física a ver si no habían colgado el cartelito salvador. Tampoco puedo reproducir el alivio cuando veía que se nublaba y caían unas gotas. A veces gritaba de alegría.

El campo estaba y sigue estando atrás de Puerto Madero, que por entonces no era ni un proyecto. Por lo general íbamos cinco o seis amuchadas en un taxi y volvíamos todas juntas caminando hasta los respecivos transportes. El problema era si, por algún motivo, tenías que volver sola: realmente pasabas miedo. El camino hasta el puente lo hacía temblando o porque no había nadie o porque había un barco enorme y tenebroso y me veía violada en el medio de la nada.

En tercero pasé de jazz a atletismo en el medio del año porque el grupo de las chicas se desmembró y la gorda se volvió insoportable. No creo haber sido más queso en mi vida que tirando jabalinas o intentando lanzar un disco. Ni hablar que le ponía pilas cero.

Pero cuarto ya fue la gloria. No sólo porque siendo de los grandes tenés prioridad sino porque elegimos todas juntas hacer Básquet (excepto Fer que no sé si fue porque prefería seguir en gimnasia general o porque no entró) con Adri, que era el profesor más pajero y repelente que había en todo el plantel. Se ponía unos joggings de tela de avión que le marcaban el bulto y nos hacía saltar para que se nos movieran las tetas. Igual, nosotras aprovechábamos y como buenas pendejitas histéricas no hacíamos una goma: Noooo, Adri, hoy no tenemos ganas, y nos tirábamos como morsas a fumar y tomar sol hasta que no daba para más y nos hacía correr alrededor de la cancha de fútbol. Jamás hicimos más de una vuelta entera, nos escondíamos atrás del árbol gigante y nos quedámos un rato agazapadas hasta que nos pegaba un grito o nos rescatábamos de motu propio. Después jugábamos un rato y a partir de mitad de año teníamos partidos. Parece que falté a más de los que estaba permitido y me mandó a diciembre. Fue la primer materia que me llevé y madre entró en cólera y miedo, más después de que no aprobara en la primera fecha por no saberme el reglamento y ni hablar de que no me presenté en marzo.
En quinto hicimos lo mismo y la seguimos pasando bien. La previa la rendí en julio y como era de esperar, me sabía mejor el reglamento que el boludo que me tomó. Ahora recuerdo esos años con cariño y con un poco de nostalgia. Parece increíble que hayan pasado más de dieciseis años. Devolveme el tiempo.

Creo que no volví a ir al campo y en el momento no lo supe apreciar. Es un lugar enorme, bastante lindo y con mucho potencial. A la pileta tampoco me volví a meter ni la valoré en el momento. Grosso EL colegio. Aunque también fueron los años más angustiosos de mi vida.

En fin. Me extendí con recuerdos bien noventeros. Marido debe estar por llegar en cualquier momento y debería ver qué podría cenar.

Así las cosas, chicos.
Deportivas.

2 comentarios:

carla dijo...

Te leo y me veo. Se ve que, por alguna razón que desconozco, a los profesores de educación física de los 90 les dió la tara del test de cooper. Sin lugar a dudas, fue el causante de mis primeras angustias adolescentes. También dancé pidiendo lluvia a los dioses y rogué por algún otro fenómeno meteorológico que impidiera las malditas vueltas a la cancha de fútbol. Finalmente, terminé azul, con un ataque de asma de aquellos. Los dioses me oyeron.

Beso, Juli. Te sigo siempre, aunque no comente.

Lu dijo...

el campo es como la galia, un reducto que resiste a los monstruosos edificios del imperio. increible que siga en pie