viernes, 14 de noviembre de 2008

la cocina y yo

Cuando era chica miraba mucha tele porque en la casa de mi madre no había habido una hasta que ella tuvo 15 años por lo cual ella creía en la libertad en cuanto a ese tema. Yo me mataba con todas las novelas de la tarde y todos los días me clavaba, emocionadísima, con Utilísima. Desde chica también ayudaba a mi madre a cocinar, obviamente en las tareas más pavas como tirar la cáscara de los huevos a la basura o semejantes, cuando crecí un poco me hacía enmantecar y enharinar, todas las cosas plomos (las mismas que hoy le hago hacer a mis hijos). Me decía Juanita, como la famosa asistente de Doña Petrona. Obviamente la parte que más me gustaba de Utilísima era la de la cocina (algunas manualidades también pero siempre fui bastante inútil para esas cosas así que ni lo intentaba) y ni te cuento la sección de Marta Ballina, me enloquecía. De adolescente me compré su libro. Cuando tuve edad suficiente me empezaron a dejar cocinar sola, hacía scones y brownies, básicamente. Y siempre siempre iba diciendo el paso a paso en voz alta, como si la cámara me estuviera tomando. Cuando empecé a tener problemas vocacionales me compré un libro con escuelas de cocina, veía que por ahí podía hacer algo pero no me decidí (también pensé en TEA, escuela de publicidad y alguna otra cosa para hacer extra facultad pero no concreté ninguna y hoy me arrepiento). Empecé la facu y dejé de cocinar, sólo lo hacía para cumpleaños de amigos y cosas semejantes pero no cotidianamente- siempre pasteles o cosas dulces- hasta que me fui a vivir con Diego y me volví una esposa aplicada. Todas las noches hacía la cena, cocina común y corriente pero gustosa y siempre había en mi casa galletas y alguna mermelada casera que muy hacendosamente preparaba (en la casa de mi abuela había dulces caseros todo el año, de ciruela- que me encanta pero acá no hay ciruelas remolacha-, de damascos, etcétera) y también siempre había bizcochos kamish o de amapola. En la casa de mi madre, quien trabaja mucho y no está al pedo como estaba mi abuela (y yo) siempre hay un frasco lleno que ella prepara cuando tiene un rato, son como los kamish pero en una versión más sofisticada, como biscotti italianos con almendras, deliciosos (yo los quiero hacer pero últimamente no encuentro almendras en el super). Todos los cumpleaños de mi vida mi madre nos hizo el pastel, siempre tuvieron mucha fama entre mis amigos y hasta el día de hoy sigue siendo muy buena repostera.
Cuando en Buenos Aires invitábamos gente, Diego hacía la cena y yo los postres intentando variar cada vez (mucha marquise y cosas semejantes, el chocolate como protagonista) y para los cumpleaños de Diego hacía unos pasteles siempre novedosos con harina de avellanas, crocantes por encima y mousses variadas de relleno (no novedosos en el mercado sino en mi devenir gastronómico).
Desde que vivo acá cocina más simple y me da más miedo. Todas las mermeladas que intenté hacer se me quemaron, el horno cocina pésimo y con la altura no me le animo a los pasteles menos típicos. Ni los brownies me quedan bien. Pero creo que a partir de enero veré si de verdad tengo vocación de pastelera, buscaré un buen curso y veré si me gusta (lo que más fiaca me da es lavar todo para qué mentirnos). Entretanto, sigo, como en el embarazo de Simón, matándome con el gourmet.com. Y buscando los enseres que me hacen falta y no encuentro en el super.

En fin. Un poco de historia.

1 comentario:

Ana dijo...

Síii utilisima cuando estaba a las 3 de la tarde, después de Susana...deliraba viendo a Silvita llevar y traer todas las cosas sucias o limpias...Marta Ballina una genia!
Pero me encantaban las manualidades...intenté un poco, pero no es lo mío.

Y pasame alguna receta de mermelada, pero hasta cómo hacer las cosas y en qué cacharro cocinarlas, porque amo las mermeladas caseras, pero la vez que quise hacer una de durazno, hice un masacote que tuve que tirar con olla y cuchara de madera incrustada incluidas!!