jueves, 4 de febrero de 2010

historia familiar, marido, invierno, lluvia

Con Ale nos pusimos a hablar de Pinamar. Me dijo: ¿viste la casa? No, no voy a la costa atlántica argentina hace siete años. La remodelaron toda. Claro, era obvio. Una casa de 60 metros cuadrados en dos terrenos enormes no tiene sentido. Por primera vez en mi vida me pregunté por qué no la habían remodelado ellos. No por cuestiones económicas, está claro. ¿De qué carajos te sirve tener una casa que gana premios de diseño si tu familia no entra? Mi tío ni siquiera entraba en la ducha, que era para enanos. La casa ahora tiene pileta en donde estaba la montaña con los dos árboles unidos por enredaderas. Nos tirábamos los cuatro primos de la liana. Y juntábamos caracoles. También plantamos el carozo de un níspero que se volvió un árbol enorme. Me da pena no volverlo a ver. Pero entiendo que las cosas pasan y la vida sigue. La casa es parte de algo que no existe más. También hablamos de la abuela. Mi abuela era fría y estaba bastante loca. Nunca, jamás hubo Coca cola en su casa. Cocinaba muy bien pero hacía tortas de manzana, soufflés de ciruelas pasas o isla flotante con sambayón. ¿A qué nene le gusta eso? A ninguno. Igual, ya nada importa. La historia te configura como sujeto, sí. Y todo lo que hacés y lo que no hacés. Lo que no hacés te pesa más que lo que no, eso está claro.

Cenamos con los chicos y Diego. Ando con cero ganas de cocinar y de ocuparme de las cosas de la casa y de la escuela. Mañana Simón tiene que llevar algo a la escuela y pretende que sean alfajores de Maicena. Le dije que era demasiado trabajo y que, además, hoy tiene tenis y piano. Se complica. Roberta tiene que hacer el proyecto de 100 things y tengo que comprar caramelos.

De repente, sin buscarlo, se reactiva el tengo que hacer cosas. Los mensajes exógenos te pueden quemar el bocho. Hay que inmunizarse.

En las últimas tres semanas estuvimos solo tres noches con marido, solos. Lo de la Wii dejó de ser un juego. Me acuesto sola todos los días y él viene bastante después. No tengo voluntad ni de leer. Cansancio. Le pedí que me leyera Contra Wagner en voz alta. Me gusta que me lea en voz alta y hace mucho que no lo hace. Me dijo que no. No leyó. Tampoco quiso coger. El sexo es una gran reivindicación. A la mañana sí me quiso. A veces me trata como a una mascota. Mujer mascota. Marido dueño. ¿Qué onda? El amor es raro. No sé si quiero que se ría tanto de mí.

Mientras dormía me saqué el pijama. Creo que fue la primera vez en una década que dormí en bombacha. No es pudor, claro. Ni siquiera por los chicos (nací impúdica y somos una familia semi nudista). Es porque me siento desprotegida. Pero el edredón genera el suficiente calor, excesivo digamos, como para no necesitar nada.

Milo llora. Le duelen las encías. Le pido a Jobis que se haga cargo, prácticamente no le doy bola. Me da una leve culpa. Leve. Desafectada.

En fin.
Paró de llover. Eso es bueno.
Así las cosas.
Enrarecidas.

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