martes, 8 de junio de 2010

otro semi cuento, semi porno

Gustavo
La carpintería de madera, la puerta antigua, vidriada, el portero de metal, dorado. Una pizarra con las oficinas de cada piso. El ascensor jaula que usaba una y otra vez para ir al banco. Miles de trámites por día. Odiar a la secretaría por no pensar, por no entender que es más fácil juntar todo y que vaya una sola vez. Tomarle el gusto a caminar por el centro a pesar del calor. La ropa inapropiada que me ponía, día a día, para ser cadeta. Borceguíes, musculosa sin corpiño, pescadores de pana violeta. O minis de jean. Muy cortas. Conseguí la suplencia por un mes gracias a Santiago. Fue mi novio un par de meses en quinto año y después fuimos amigos un tiempo. Pero en el 97 había vuelto a ser el mejor amigo de Fer. Los títulos que quedan. Fer siempre será mi mejor amiga, no importa lo que pase. La prima de Santi administraba la empresa familiar de tecnología aunque era Licenciada en Letras. Yo estaba empezando la carrera y quería trabajar. Tener mi dinero. El ansia por la independencia. O el deber ser. La sobre exigencia. Mejor es estudiar y concentrarse. Saber lo que querés. Yo había elegido la carrera por descarte. Pasar a la universidad me emocionaba. Me sentía grande.
Iba tanto a la misma sucursal que ya conocía a todos los cajeros. Les sonreía. Y ellos a mí. Me gusta que me quieren en cualquier lado.
La oficina antigua, con las alfombras gastadas y escritorios viejos contrastaba con lo tecnológico de los productos. Un día me presentaron a Gustavo. Tenía treinta y dos años y yo diecinueve. Le gustaba caminar conmigo para ir a comer a su casa. Vivía cerca y eso me sorprendía. Nadie de mi alrededor vivía por ahí. Él programaba pero era algo sólo laboral. Le interesaban más la filosofía y el cine que los códigos binarios. Tenía una cara rara, como de cómic. Usaba anteojos y hacía chistes. Muchos chistes todo el tiempo. Algunos malos. A mí me divertía estar con él. Me sacaba de la mediocridad de llevar y traer cheques y sobres. Cuando terminé la suplencia me alegré. Había sido bueno pero suficiente. Nos abrazamos con Gustavo. Una despedida más intensa de lo que marcan las convenciones.
Dos años y medio después me lo encontré en el patio de la facultad. Yo estaba con unos amigos, entre una clase y otra. La facultad se había convertido en mi lugar. Me sentía cómoda. Conocía mucha gente. Y estudiaba. Ya había entrado a la revista y aunque el trabajo no me convencía, ganaba bien y me divertía. Esa tarde Gustavo me invitó a tomar un café. Falté al teórico que tenía a esa hora. Me contó que se estaba separando, que la mujer se iba a hace un posgrado afuera y que él había empezado Filosofía. Lo felicité. Estudiar siempre está bien. Nos quedamos charlando hasta que se hizo tarde. Poniéndonos al día. Cuando nos despedimos me dio un beso. Le di mi teléfono y volví a mi casa contenta. Esa noche no salíamos con Laura. Mis padres habían ido al show de jazz que Juan daba con su novia oriental. El beso me hizo sentir menos triste y desplazada. Me bajé del 141 muy cerca de donde estaban. Dudé en pasar pero me contuve. Hay que estar mejor parado aún para enfrentar el fracaso de tu historia. Todavía no estaba preparada.
Mi jefa estaba en París así que me fui una semana de viaje con mi familia a Río de Janeiro. Un viaje bisagra. Una despedida. Me compré ropa interior y una bikini. Y volví llena de energía. Era septiembre.
A los pocos días, Gustavo me llamó y quedamos en salir. Me dijo de ir al cine, por Corrientes, a ver Los amantes del círculo polar. Desde que trabajaba había dejado la costumbre de pasear por ahí de día. Antes, algunas tardes, me metía en el cine a ver ciclos. O paseaba, sintiéndome sola y miserable. Miraba libros. Compraba alguno. Me tomaba un café.
Esa noche, nos encontramos en la cola con mi profesor de taller literario del cual estaba bastante enamorada. Llovía. Fue simpático. Él estaba con una chica. Alguna alumna. Vimos la película sin interactuar demasiado y comimos pizza en Guerrin. Después me llevó a un hotel cercano. No era un telo. Era un hotel del centro para gente que venía del interior. Tenía una entrada pequeña, con carteles de descuento para sindicatos. Llegamos a la habitación y los muebles eran sencillos, de madera clara. No tenía luces de colores ni espejos en el techo. Me pareció horrible pero no le dije nada. Me calentaba su edad. Y que yo le gustara. Me excitó mucho que se chupara los dedos después de tocarme. Cogimos. No quise mirarlo. Me daba impresión. En un momento me la metió por el culo y a mí ni siquiera me dolió. Era el hombre más grande con el que había estado. Tenía experiencia. Primero no entendía por qué estábamos ahí. Después comprendí que era barato quedarse a dormir. Y eso hicimos. Yo les había avisado a mis padres que no volvía hasta el día siguiente. Estaban acostumbrados.
Ir al taller era mi momento preferido de la semana. Contábamos qué habíamos hecho. A mí me pasaban muchas cosas. Esa clase el profesor comentó el encuentro y dijo que le había caído bien mi cita. Hablamos y después corregimos los textos. Creo que no conté que me había cogido por el culo pero habría sido capaz. A la semana siguiente Gustavo volvió a invitarme a salir. Comimos algo por ahí y después fuimos al mismo hotel. Esta vez me deprimió pero no dije nada. Tampoco pregunté por qué si se estaba separando no podíamos ir a su casa. Ya no estaba tan contenta, el lugar me parecía tétrico y a él lo sentía distante. Me estaba por indisponer y eso me ponía sensible. Cogimos e intentó otra vez metérmela por el culo. Esta vez sí me dolió y le dije que parara. Me preguntó por qué, si la otra vez había estado todo bien. Le dije que no quería y me dieron ganas de llorar. Pero no lloré. Cuando acabamos él se quedó dormido. Roncaba. Yo también quería dormir. Pero no podía. Fui al baño. Era horrible. Con azulejos celestes y viejos. Vi que me había indispuesto. Me sentía incómoda y sola. Maltratada por su incomprensión. No había hecho nada grave pero no me había gustado su trato. Yo quería amor. Di unas vueltas para ver si se despertaba. Hice un poco de ruido y nada. Entonces decidí irme. Me vestí lo más silenciosamente que pude y le dejé diez pesos en la mesa con una nota. Como era un hotel, tenía un anotador y una birome. Cuando estaba abriendo la puerta, se despertó. No podía creer que estuviera escapándome. Le dije que no me podía dormir. Se vistió, un poco enojado y me dijo de ir a desayunar. Sin hablar mucho tomamos un café con leche con medialunas en La giralda. Se estaba haciendo de día. Me fui a casa en un taxi. No me llamó más, un día lo llamé yo, cansada de esperar y me atendió su mujer. O su ex mujer. Nunca lo supe. No lo volví a ver. Mis amigas se rieron durante muchos meses de mi intento de fuga. Me enteré de que se volvió a casar. Nunca terminó la carrera.

2 comentarios:

Vivi dijo...

que historia!

wishi dijo...

como me copan tus historias!