lunes, 21 de febrero de 2011

felicidad teen

La felicidad intensa no es algo que pase muuuchas veces en la vida. Es una suerte de espasmo en la panza que sube como el calor. No viví tantos. Es más, me acuerdo de tres, creo.

Ayer viendo una peli malísima, me invadió el primero. Los protagonistas cantaban un tema de Pink Floyd en el coche, fumados. Y como una cosa lleva a la otra se me llenó la cabeza de esa tarde en la que NB me tocó Wish you were here mientras yo lo miraba extasiada tirada en la alfombra de lo que era su cuarto cuando volvía a Bs As. Habíamos estado en un asado familiar, yo tenía diecisiete y él veinte y no sé bien qué se le pasaba por la cabeza pero yo me derretía. A la noche comí con Feli (que en esa época era Fifi) en una pizzería por Belgrano y después, no sé bien cómo ni con quién, fui a una fiesta en la que estaba él. Cuando terminó me llevaron en auto a  casa (tampoco puedo recordar quiénes estarían en el coche) y como al día siguiente se volvía a Boston, bajó a despedirme. Unos días antes me había ido a buscar al colegio, yo había vuelto del viaje de egresados y me enteré de que me había llevado Física a diciembre (la primer y única materia del colegio si no contamos Basket) pero no me importó. Salí contenta y emocionada abrigada con una suerte de Loden amado. Pasó en el Rover verde de su padre y fuimos a almorzar. ¿De qué hablaríamos? Ni idea. No sé de qué hablan los adolescentes y menos me acuerdo de qué podíamos hablar nosotros que teníamos tan poca onda. Eso tampoco me importaba. Cada vez que lo veía aparecer tenía el impulso de tirármele encima. El ideal de calentura. Nunca lo hice y no me explico cómo aguanté.

Bueno, esa noche entonces se bajó del auto y me besó y yo simplemente sentí algo irreproducible. Felicidad pura y dura. Emoción total. Le dije de subir y entramos sin hacer ruido porque mis padres dormían en su habitación, del otro lado del pasillo. Le dije que era virgen sobre mi cama. No sé a qué hora se habrá ido ni qué pasó exactamente (qué pasa entre gente que no coge es algo que tampoco puedo reconstruir) pero sí sé, porque me lo dijo el hermano al día siguiente, que le dejé un chupón gigante en el cuello. Putita siempre.

Ya sé que esta historia la conté posiblemente más de una vez pero es una gran historia. Si estás enamorada platónicamente del hijo de unos íntimos amigos de tus padres durante cinco años y compartís vacaciones y cenas todas las semanas y un día por fin te besa está clarísimo que es para recordarlo por siempre como un hito. Después la historia no fue feliz, claro. Pero está bien: correspondía.

Además, sirvió para saber lo que es sufrir y que no te quieran y escuchar canciones tristes que te hacen llorar todo el tiempo y hoy, mil quinientos años después, valorar muuuucho el amor que te prodiga el hombre de tu vida.

Pero del dolor de panza, de la sensación de tocar las estrellas (eso estoy segura de que le dije a mis amigas al día siguiente) y de Pink Floyd, no me olvido.

Así de vintage las cosas.