jueves, 17 de febrero de 2011

no siento la dulzura habitual

Esa que está detrás de la tristeza, de la incomprensión. Un perro apaleado a un costado de la ruta se sentiría más contenido, tal vez por el ruido de los coches que, indiferentes, pasan rápido, razantes, como volando. Porque los autos cuando aceleran mucho parecen no tocar el asfalto y si vas adentro, y no son caros y lujosos, sentís cómo se sacuden cuando pasan otros a todavía más velocidad o camiones grandes con cargas pesadas y escondidas (o no).

Llorar manejando, media hora, con lágrimas que se deslizan solas, acompañadas por la música de la radio y unos quejidos espamosos que profiero de vez en cuando con pensamientos de macramé gris. Mientras, me duelen las pequeñas heridas que deja el láser. "Es que está sensible" dice Olga y yo pienso que sí pero no y es después, bastante después, que lloro porque me doy cuenta de que tiene razón.

Tal vez un cigarrillo con un café frío neutralice tanta soledad. No, pensándolo bien: seguro que no.

No hay comentarios.: