viernes, 13 de marzo de 2009

Algunas determinaciones

Pensé cosas. Ayer. Lo llamé a Diego y se las dije, me hice una lista mental, cuando las hago en el papel creo que es peor. O no. Nunca termino de comprobar nada. Salí antes de las cuatro, la amenaza de lluvia trae, de por sí, un tráfico mayor. Efectivamente, tráfico. Me había pasado la tarde leyendo un libro que hace meses había abandonado. La única estrategia la que puedo acudir cuando ya no quedan nuevos. Lo llevo por si tengo que esperar y en la Gandhi no encuentro lo que busco. No, no lo encuentro. Ni uno. Me indigno por los precios de los libros. Y sí, los que vienen de España están carísimos, me dice el vendedor que de literatura sabe menos que el que pone gasolina. Me indigno también por eso y extraño las librerías porteñas en las cuales los vendedores se apasionan a la hora de recomendar. Norte, La Barca, La Boutique...las librerías cadena no sirven para nada, aunque el fin de semana iré al FCE, es enorme y es cadena y no sé cuánto saben los vendedores pero es tan sentadora. Me voy sin nada. Nada. Afuera llueve a cántaros. ¿Cántaros? Tardo en llegar a la escuela de Simón, llega tarde porque fueron a la granja. Justo están bajando del micro. El pobre está agotado. Salió de casa a las siete y cuarto de la mañana y son las cinco de la tarde, México no es como Buenos Aires, eso no es común. Se tiró por el lodo, eran equipos, jugaron. Está emocionado. Mi plan de acompañar a Marian al aeropuerto se ve completamente frustrado. Tardo mucho en volver a casa y no llego a volver a bajar. Me dan algunas contracciones. Es el traqueteo. Los chicos cenan a las seis y media, afuera igual es noche cerrada. Se acuestan a las siete y Simón se duerme en el acto (antes leemos cuento, el cuento que está ilustrado con las pinturas de Rousseau, de mis preferidos). Yo bajo a mirar un poco de tele. Roberta le tiene miedo a los truenos. A mí también me afectan levemente. Se va a dormir a mi cama. Yo me duermo en el sillón, Diego viene tarde. A las ocho bajo a comer algo, lo mismo de siempre: pan con queso, fruta con yogur y granola. Podría no haber comido nada, pienso. Subo, me pongo el camisón y me meto en la cama. Primero considero ver Australia pero desisto. Leo. Cierro el libro y me quedo dormida. A las doce me despierto por un ataque de tos furibundo. Me duele el pecho, ¿serán los pulmones? La violencia de la tos me da contracciones. Llamo a Diego. Me manda directo al buzón. Detesto los celulares. Afuera sigue lloviendo. Roberta respira fuerte a mi lado, cómo de un cuerpo tan pequeño salen sonidos tan estentóreos. Intento no pensar. Me siento mal. Sigo tosiendo. Llamo al celular de la persona que sé que está con Diego. Me lo pasa. Le digo que me siento mal. Me dice que viene para acá. Pongo Australia. Es obvio: estoy desvelada. No puedo cambiar el audio, aparecen subtítulos y voces hablando en español. Desisto nuevamente. Leo. En realidad, primero paso a Roberta a su cama. Quiero estar sola. Leo cuarenta y cinco minutos. Diego no llega. Cuando tomo conciencia y empiezo a angustiarme, escucho la puerta del auto. Sube. Me saluda. Me dice que tiene que comer algo. Desayunó a las siete de la mañana y siendo la una y media del día siguiente, sé que casi no probó bocado. Las conductas alimenticias de mi marido son desastrosas, las mías también pero por otros motivos. Bajo yo también, pico porquerías. Son las dos de la mañana. Sube con su chapata rellena de salchicha, jamón y queso, pepinillos. Se ahorra la cerveza. Es bastante. Charlamos un rato. Nos dormimos a las dos y media o vaya uno a saber a qué hora. Cenamos juntos sólo una noche. Hoy se va a jugar al tenis. Lo extraño cuando no lo veo. Me cuenta cómo le fue.

Pienso en retener estos momentos. Sé que después uno se olvida. Se exacerba la conciencia de la memoria como impostación. Sólo a uno mismo. Ahora somos cuatro. Pronto seremos cinco. Ya no recordaremos cómo era. Ya no recuerdo cuando éramos tres, sólo postales de un pasado, que como todo pasado, se desdibuja, se reforma, se retoma y se deshace. Ojalá pudiera retener. Los días se escurren, los meses, los años. Caída libre. El proceso de aceleración funciona perfectamente.

Me duele la garganta. Me duele el cuerpo. Tengo que comprar un regalo, ir al cajero. No tengo fuerzas suficientes y sin embargo, tampoco opción. Vienen dos amigos de Simón a jugar a casa. No, no es el momento adecuado pero qué hago. Tiene que integrarse e invitar más. Que lo inviten. Este año lectivo fue raro a ese nivel. Tampoco yo tengo demasiada energía, por eso me esfuerzo. Además, nunca dejaremos de ser extranjeros. Me agoto. Me voy a bañar.

Así las cosas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Julieta, no te conozco pero este post me hizo llorar y me dieron ganas de abrazarte. Todo va a estar bien. Entiendo esa sensación de sentirse atrapada, de no poder correr, de no poder salir. De querer cambiar algo y no tener las energías para hacerlo.
Espero q la nube negra se disipe y el cielo te parezca mas azul.
Un beso
Cecilia