domingo, 9 de enero de 2011

acá, con el pecho tomado y la cabeza más lúcida

Acá y la dicotomía acá/allá ya es una suerte de clásico, puedo pensar mejor. Creo. Aunque desde ayer me doy cuenta de que por primera vez en mucho tiempo (la última recurrí al diván para poder llegar a algo) no puedo resolver un problema. Después, en realidad, me di cuenta de que eran varios. Uno. Mis hijos se pelean, parece banal pero no lo es, se pelean constantemente, no pueden convivir ni compartir, ni jugar ni ni ver una peli en paz. No es menor. Y no sé qué hacer. Yo, que durante años solucioné todo sola, que me las arreglo siempre, que encuentro el modo, la respuesta, el atajo: no puedo.

Y la pelea constante genera las peores cosas en todos. Ahora hay, justo, un minuto de paz. Se están haciendo el desayuno los tres. Diego lee algo a mi lado, sin hablarme, ofendido y yo a duras penas puedo respirar. Tuve pesadillas y el bebé lloró y yo no pude, por el miedo, ir a ver qué pasaba. Por suerte se calmó solo. Ah no, primero mandé a marido que me dijo que no lloraba. No sé si lo aluciné. Era algo horrible relacionado a enfermeras. No quiero ni pensar. Antes de dormir tuve un ataque de angustia feroz. Se me cierra el pecho, me despersonalizo, no aguanto el contacto físico de ningún otro humano. Lloré como hacía mucho no lloraba, descarriada, inconsolable, sola.

¿Por qué alimentaré la imagen de chica conflictiva y malcriada si en realidad soy más una luchadora aguerrida que desde chica pone, saca, decide, hace y deshace mucho más de lo que cualquiera sabe desde el imaginario que alimento? ¿Qué importancia tiene? Ninguna para el mundo. Mucha para mí. Al parecer, a veces ya no puedo o no quiero o algo en mí (¿será la psique, el cuerpo?) no tiene estructura para soportarlo. El yunque no se va. Pienso en el mar. En lo que me gustaría meterme al mar, limpiarme, despejar. Más ganas de llorar. Irremediables. Agotada, agobiada.

En otro orden de cosas, digo que acá pienso más. Es cierto, en la vorágine social porteña, en la bruma de la humedad, la gente, la pregunta constante, me pierdo. Abro mil artículos para ir leyendo, sobrevuelo los diarios, intento profundizar, prefiero el papel aunque todavía no paso. Leo Pinamar en el mundo real. Justo Pinamar en esta época del año en el que hay éxodo a la costa, en el que yo fui a veranear allá, a sentarme en la carpa a leer, o en la orilla a hacer formas enormes entre muchos, a bailar a Ku, a caminar por el centro como si hubiera algo para hacer. Ahora que el no estar allá me doy cuenta de que me afecta más allá de la queja o el aburrimiento y la angustia no es un punto lateral sino central. Leo este artículo de Terranova sobre Piglia. Pienso que es bueno aunque la crítica como género me aburre indescriptiblemente y los enconos personales del autor suelen pregnar sus textos no sanamente y desalentarme. No es el caso. Pienso en cómo me equivoqué de carrera. O no. Qué se yo, a esta altura. Qué importa. No compré Blanco Nocturno y ahora pienso que debería haberlo hecho. Seguramente lo encuentre acá sin problemas.

No sé qué vamos a hacer. No quiero pensar tampoco. Quiero leer, desmaterializarme por un rato, ser etérea.

Basta de llantos y de gritos, porfa.
Eso.

En fin.
Así las cosas.

1 comentario:

inés dijo...

buhhhhhhhhhhhh fuera los malos espíritus. ojalá creyeras en el mal de ojos y tomaras un menjunje o te colgaras una pata de conejo en el cuello... no es así, y si lo fuera, también tendría sus bemoles


con respecto a lso hijos es increíble, sabés que me encantaría saber qué hace que los hermanos se lleven bien o mal, sin duda algo que hacen los padres, pero qué, qué?
por qué hay hermanos que se aman o se odian? será el favoritismo de los padres que genera envidias?