martes, 3 de febrero de 2009

en un martes muy gris que parece lunes

El renacer de las vacaciones puede quedar en el periférico. Pero tenemos esperanzas de que no. Hace muchas escapadas playeras que no la pasaba tan bien. Ni siquiera me molestó la arena, no hacía calor, no me picaron bichos, comí pescado y mariscos como me encanta todos los días, no tuve que pensar, Tita jodió pero no tanto como podría, no me peleé con mi marido, nadie se accidentó.
Salimos el viernes a las ocho de la mañana y a las doce cuarenta estábamos en el Casa Blanca. Nos peleamos mal con el francés infame por la habitación ya que la chica que me reservó me dijo una cosa y cuando llegamos no era el caso. Gritos, escándalo y cuando estaba todo perdido, nos cambian a la prometida. Ahí empecé a pensar- como cuando compraron las reposeras nuevas del club o como cuando terminan una obra vial y el caos de tránsito mengua- que el cambio es posible. Llegaron los amigos y los tres días fueron una seguidilla de pasar de la arena (en formato silla de madera o hamaca) mirando el mar a reposera alrededor de la pileta cuidando niños. Lo desalentador: me quedan siete años más de cuidar chicos mientras nadan. El tema de tener alberca en el mar (no se entiende bien por qué en el sur no se estila) está genial pero implica demasiada atención de los padres. A nosotros nos tiraban en la arena y nos la teníamos que arreglar. Acá es un constante cuidar que no se ahoguen o golpeen o buscarles actividades, estas generaciones no se dan demasiada mañana para la autogestión. Leí muy poco un libro llamado El rey de las pequeñas cosas que para colmo de males no estoy segura de no haber leído ya. El clima fue perfecto, el mar estaba hermoso aunque por la fuerza de las olas solo pude meterme poco (temor a caernos y tener contracciones y esas cosas que nos suceden y no están buenas), no hubo ni nubes ni lluvia ni nada que enturbiara tanta felicidad. La playa puede llegar a ser mi lugar en el mundo.

Y ayer volvimos, con la ruta muy cargada a pesar de que salimos a las diez y veinte, después de desayunar. La gente volviendo de Cuernavaca nos arruinó los planes pero de todas maneras, todo bien. Un ipod rutero te hace las horas menos densas (y una hija que se torró casi todo el viaje y yo más o menos que me convertí en una masa en estado vegetativo mientras el pobre marido manejaba).

Ahora está horrible. La prole se acaba de ir y yo lo único que tengo que hacer en la semana es organizar el cumple de Roberta. Ahora voy a entrar al accuweather porque si el clima sigue así mi brunch dominguero peligra y no tengo plan B. A la tarde busco a los chicos en el after school, los llevo al club (tenis y ballet) y después al cumple de Lisa y Zoe. Cartón lleno.

Estoy muy descansada y muy literal. Veremos cuánto le dura al descanso neutralizar la neurosis.

Así las cosas.

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