jueves, 16 de junio de 2011

la vida sin mí

Debe ser Pinamar verano del 77. Febrero, seguramente, porque madre como buena psiconalista sólo se iba en febrero (costumbres perimidas que nos condicionaron las vacaciones por los siglos de los siglos) y padre, abogado él, se turnaba con su en ese entonces socio. Padre debía tener 38 y madre 25. una cosa así. Se conocían hacía unos pocos meses. Padre está con hermana mayor (no hermich sino hermana de Suiza) y la señora que está en primer plano es Mery, la prima de mi abuelo, madre de Diego, quien le mandó a madre esta foto (Diego y Nora son vecinos de padres actualmente).  Yo nací en noviembre de ese año. Sí, ni hablemos de que era plena dictadura.

Chiquito y Mery tenían una casa redonda a una cuadra de la de mis abuelos. Chiquito era arquitecto y una persona bastante especial (además de gigante físicamente). La casa de mis abuelos, bueno, ya sabés. Una casa divina, mínima, en el medio de dos terrenos, con una montaña en el jardín, con dos árboles unidos por la hiedra, de los que caían lianas y nosotros, con mis primos, nos tirábamos. Pasé los mejores veranos de mi vida haciendo carreras de caracoles, jugando a las escondidas, barriendo pinocha y otras actividades por el estilo. Por momentos me parece increíble que ese mundo no exista más y mucho más increíble me parece el no poder darle a mis hijos nada semejante. La niñez es el siglo de oro y no creo que ellos vayan a tener recuerdos así. La playa, los castillos, los collares de coral, el mediomundo, las medialunas, el amor no correspondido, los nísperos, el olor a pasto húmedo, la carpa o la sombrilla, las miles de ojotas en una fila, el malhumor, el clericot de los padres, las ganas de meterte al mar, el agua fría, los pies ásperos sobre la madera, la arena caliente, el viento de la costa atlántica, los primeros edificios de la ruta, los alfajores, los fichines, las bicicletas, el fin de la temporada, los abuelos, el librito de Neruda que leí mil quinientas veces, la red marinera, la madera. Y muchos otros etcéteras ahora tristes.

Yo.

Es linda la foto. Fresca. Vacacional. Joven.

Sigo extrañando a mi familia y sigo convencida de que hago muy mal en vivir lejos. Incondicionalidad es la palabra clave. La hostilidad del mundo me aburre y me agobia.

No coger es uno de los factores que me vuelve un monstruo. Sumado a síndrome pre menstrual, mejor era tenerme lejos. Ahora soy una pascuita.

Ayer me fui a las 11.30am y volví después de las 7pm. Récord. El tráfico a la tarde logró alterarme levemente. Descubramos la teletransportación YA. Endodoncista, comida con Edgard, (no) psico, laburo. Casa. Marido malhumorado sin hablarme.

Que garchando es la única forma en la que se entiende la gente es una verdad indiscutible. Al menos los cónyuges, si querés acotar la máxima.

Tengo que laburar mucho. No puedo seguir paveando.
En fin, chicos.

Así de desordenadas las cosas.

2 comentarios:

María (ahora en paz) dijo...

Qué lindos recuerdos. Me conmovieron mucho. La foto es bellísima también.
MP

Maggie dijo...

buenísimo recordar unas vacaciones que ya no existen --de más está decir que sos muy afortunada de tener esos recuerdos. yo siempre sentí lo mismo sobre punta del este (la última vez que fui en 2001, después de 7 años decidí que nunca más: el lugar que yo veranié 14 años ya no existe).

beso,