sábado, 3 de julio de 2010

in the year 2000

Pasó más de una década desde la última vez que me sentí así. Rota, estúpida, vacía, humillada. En ese entonces, aunque no funcionara, sabía cómo sobrellevarlo. Me encerraba en mi cuarto, que era como una pequeña cueva alfombrada, ponía algún disco de jazz (Miles, Coltrane, Hancock, Chet, Billie, Sara, Jarret, Corea, Marsalis, Monk) o Kid A o Piano de Melero o algo así, bien bajonero. Fumaba tabaco y tiraba la ceniza en una lata azul apestosa con personajes tipo Bugs Bunny o el Pato Lucas, que había sido el souvenir de una fiesta de quince, me abrazaba a uno de los tantos almohadones en tonos beige y negro que mi madre había elegido por mí y lloraba hasta quedar completamente seca. Después me vestía, generalmente de negro y/o bordó, me delineaba fuerte los ojos, me echaba L Eau D Issey y salía a cazar. Si no cogía, al menos me apretaba a alguien. Y volvía a mi casa igual de rota pero con algunas horas de distracción encima. Ahora, desacostumbrada a jugar el papel equivocado, a no entender desde el principio, yo, justo yo, no sé bien qué hacer. Porque muchas cosas en pocos días. Y entonces me tiro encima de marido (que está aún más maltrecho que yo, por causas distintas), me abraza y vemos una película de Atom Segoyan un tanto perturbadora pero que también distrae y aunque el sentimiento no desaparece y pienso que si estuviéramos en Buenos Aires todo hubiera sido distinto y que, al menos hoy, seguramente podríamos estar con amigos, tomando vino y drogándonos. Pero estamos acá y el agujero no se conjura y aunque sé que es sólo una cuestión de (corto) tiempo, no me lo perdono.
No hay nada peor que ser víctima de la propia estupidez.
Y sí.
Una vez más.
Así las cosas.

No hay comentarios.: