jueves, 8 de julio de 2010

lluvia, llanto, vida cotidiana y alienación

Son las ocho y diez y en mi casa hay cinco niños y yo (y la terapeuta de Milo que lo hace llorar indefectiblemente). Pensás que no hay un más abajo del pozo pero te equivocás. De repente, el piso no era sólido y se derrumba. Dany tenía hoy la graduación de la hija. Me lo dijo la semana pasada y no me lo volvió a recordar. Hasta ayer a la noche que me dijo que se iba. Oops. Mis hijos ya habían invitado a Ilán y Dana a dormir y no había vuelta atrás.

A las una y pico Tita se despertó diciendo que tenía sed, marido no reaccionó, bajé a buscar vaso de agua y cuando subí, estaba vomitando en la pileta del baño. Pareciera un virus que les da a la madrugada. De vuelta a limpiar. Lo peor es que una vez terminada la faena (nadie sabe bien por qué, chicos, es un misterio) me clavé dos barras de chocolate amargo que, obviamente, me agujerearon el estómago y no me recupero. Los chicos miran, sin desayunar, El viaje de Chihiro.

Llueve a mares, pareciera que no amaneció y esto, acá, no es normal (debe haber algún huracán arruinándonos la vida).
Tengo todo por hacer.
Le lloro a marido antes de que, estresadísimo, se vaya a trabajar.
Digo: necesito un trabajo que me saque de casa un par de horas. Al borde de la locura, estoy.

Ayer, antes de hacer la carne a la cacerola que comimos con Diego y Lisa, cantando pop español malo a voz en cuello y salvándome durante un rato, me tiré en el sillón a leer. Pero no leí. Porque buscando algo que escuchar, encontré Bailongo, el disco de Emi y Gabo y lo puse y mientras miraba los duraznos verdes colgando de las ramas, con el cielo gris de fondo, me acordé de cuando teníamos 16 y de toda la cuestión de ser el guilty pleasure de alguien. Qué mal lugar. Pésimo. Yo estaba enamorada. Emi tenía una relación tormentosa con su novia. Venía a casa supuestamente a estudiar y nos quedábamos tirados hablando de cualquier cosa, él tocaba la guitarra, (supongo que yo opinaba, de eso sí que no me acuerdo) y así tardes y tardes. Cuando se iba, yo me quedaba sufriendo y escribiendo en mi diario íntimo, escuchando música. Claro que en el colegio no nos dábamos pelota, nadie sabía que éramos algo así como "amigos" y los fines de semana coincidíamos en recitales de Los peligrosos gorriones y, seguramente, no nos saludábamos. Sí, todo muy teen. Pero yo creo que ser el guitly pleasure de alguien te puede pasar hasta el fin de los tiempos.

Esta historia, por suerte, tiene final feliz y ahora todos estamos casados y somos amigos y tenemos hijos y pasó el doble de tiempo de la edad que teníamos. Pero el sentimiento no me lo olvido.

Tuve sueños raros, incómodos.

Me duele mucho la panza. Tengo que arrancar, hacerle el desayuno a todos estos menores de diez años, hacer las camas, ordenar, hacer otra masa para mi tarta porque la sablé quedó mal e intentar sobrellevar el día lo mejor posible.

A las once leo que Xime se despide de FB, le chateo y digo no, no. Estamos en la misma ciudad, man. Así que como una persona normal, con voz, agarré el teléfono y la llamé. No quiero chatear más excepto que sea a la distancia. Me dijo que esperar un mail, un chat, un comentario la estaba convirtiendo en una persona que no quería ser. Yo tampoco. Ya cerró su blog y ahora medidas más extremas (no sé si en eso acuerdo tanto). Haría lo mismo de poder. En fin. Hablar por teléfono me gusta, debo recordarlo y abandonar la fobia. Volver a ser semi normal. Si es que hay alguna chance.

En fin.
Ni sigo.
Así de horribles las cosas.
Así.

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