domingo, 11 de julio de 2010

sobre matrimonio, derecho, falta de sueño y algunos etcéteras

Dormí mal y poco y desde ayer, antes de intentarlo, pienso en el matrimonio ininterrumpidamente (no, miento, bajé a hacerle mamila a Milo, me levanté a cambiarlo, a buscar chupete, a leer un mini rato en el baño y di vueltas sobre algunos otros temas menores). El matrimonio no es más que un contrato entre pares que garantiza derechos principalmente económicos. Lo más conservador que puede adjudicársele es la incitación a la fidelidad y la cohabitación. Digamos que el Estado no tendría por qué regular nuestras prácticas privadas habiendo firmado o no un acta frente a un juez pero, en estas instancias, sería un detalle menor. Sobre todo porque uno se casa voluntariamente a sabiendas de esos apartados. El matrimonio es, sí, un contrato que garantiza cuestiones económicas entre los cónyuges y los hijos de estos. Es un derecho universal al que cualquiera debería acceder sin distinciones. Tan sencillo como eso.
Lo que más me extraña y aterra de todo el asunto, leyéndolo intensivamente, es la injerencia desmedida que sigue teniendo la Iglesia católica en la vida política argentina (ya sé que es una obviedad pero no puedo soslayarla). Justo a la noche pescamos Religulous en la tele y, además de reírme un rato, me quedé pensando en el rechazo visceral que me provocan las instituciones religiosas en toda su magnitud. Asco, te diría. Y lamento si hiero sensibilidades. Con eso, no puedo.
(Aunque me encantaría hablar de la envidia real que me provoca la fe, la paz que debe provocar comulgar con otros, rezar en conjunto, encomendarse a un diostodopoderoso; yo tengo momentos un poco menos ateos, más místicos, más contradictorios, etcétera, porque soy humana y a veces le pido "a la vida", a veces consulto al tarot, a veces simplemente me gana el nihilismo más recalcitrante pero es largo y complejo).

Pero lo que creo que no me dejó dormir, realmente, fue pensar en los motivos por los que yo misma me casé.

Antes de leer un rato de Ovejas feroces (por cierto, muy bueno y también, como casi toda la lit últimamente, bastante perturbadora), agarré mi propia libreta de matrimonio y la pispié. Llamativo sí que lo primero que dice es que los contrayentens se deben fidelidad y manutención y que deben cohabitar. Bueh. Me quedé pensando, también, en por qué para la unión civil te piden dos años mínimos de convivencia y para el matrimonio, ninguno (claro que te obligan a realizarte análisis previos que te presenten como una persona "limpia" de ciertas enfermedades y la paciencia para poder divorciarte recién tres años después de haberse realizado la firma).

Nunca reflexioné sobre qué significaba estar casada hasta hace unos pocos años. Me casé como un proceso natural de haber quedado embarazada a los 23 años de un tipo que me llevaba 7 y al que habría visto máximo unas ¿treinta? veces en mi vida. Supongo, ahora, a la distancia, que la legalización de la unión implicaba ante el mundo un algo así como: miren que esto va en serio. No tanto nuestro sino de nuestros aún injerentes padres. Para mí, lo verdaderamente importante (y terriblemente preocupante) era el contrato ad eternum que firmaba con la pequeña célula y con el padre de la criatura. El contrato moral, claro, porque la libreta roja puede deshacerse con mayor o menor facilidad cuando cualquiera de los dos lo disponga (cosa que también da miedo, eh). Por otro lado, ajenos a los ritos religiosos, la dimensión simbólica de la firma ante un juez se volvía aún más importante. Una fecha, un anillo, una firma, una libreta. Un contrato que permite entonces que dispongamos de obra social, herencia, derechos previsionales, alimentos para nuestros hijos y algún otro etcétera. Y la mitad de los bienes en caso de que se rompa.

(Uh, se vino la Copa Davis a la cama con marido e hijos varones).

Tengo muy pocos amigos casados. La mayoría de mis amigos se reprodujeron sin la legitimación del Estado y nunca hablé seriamente de por qué. No sé si lo harán en algún momento, si hay un trasfondo verdaderamente ideológico o simple inercia (casi todos conviven hace ya mil años). No comprendo que alguien vea menor compromiso en no pasar por el Registro Civil, no lo contemplo. Lo que sí sé es que en Argentina nos falta mucho para que la legislación sea realmente progresista. Ojalá el matrimonio sea un derecho para todos, como corresponde. Y que cada quien, sea del sexo que sea, elija bajo qué régimen quiere relacionarse. Y ojalá, y me parece fundamental, el próximo debate serio sea por la legalización del aborto (de estar ahí militaría activamente).

México, legislativamente hablando, es llamativamente más liberal. Y brindo por eso.

En fin.
Sigo leyendo diarios con el gordo Nalbandian jugando contra un ruso con cara de robot de fondo y negocio con marido si alguno trae el desayuno a la cama.

En fin.
Así de matrimoniales e igualitarias las cosas.

2 comentarios:

estudiante crónica dijo...

yo tb me case solo por civil -ninguno cree en nada- y tb fueron -y son-importantes los simbolos de lehitimacion de esa union. no hubiera sido lo mismo seguir conviviendo.

ahora, si argentina fuera federal-federal -como Mexico y US, si tuviera un codigo civil y un codigo penal para cada estado y no nacional- creo que en la ciudad de buenos aires el matrimonio seria para todas las parejas hace mucho. Creo que solo en el DF (donde tb esta despenalizado el aborto, lo que habla de una gran apertura mental) se pueden casar personas del mismo sexo en mexico.

LA RUSI RELOADED dijo...

a mi tambièn me dan vuelta esas ideas, por que ahora con el tema del matrimonio gay salen a decir que el matrimonio hombre y mujer es para la perpetuidad y los hijos, etc...pero entonces un hombre y una mujer podemos ser dos locos de mierda pero traemos hijos al mundo y como somos heterosexuales no hay problema...te hacen un anàlisis para ver si estas sanito, pero no pasas un test psicològico para ver si estas apto para tener uno, dos, o en nuestro caso, tres hijos...pero se pone en tela de juicio que dos personas del mismo sexo puedan criar y demàs etceteras...bueno, eso, pensaba.