lunes, 16 de agosto de 2010

desmoronarse

Es el único arte al que me acerco seguido. Los catalizadores son cada vez más nimios y sutiles y me hace pensar por qué. Lloro en el sauna, una lágrima que cae solitaria sobre la madera caliente y  de repente detesto la desnudez. La simbólica más que cualquier otra. Me siento sola y triste y pienso por qué quiero que alguien todo el tiempo esté ahí para escucharme. Jamás ese alguien puede ser masculino. Pasa por otro lado. Las mujeres y su empatía.
Me bajé de la patinadora a los 11 minutos. No pude más y no sé si era emocional o físico. Me duelen los músculos y creo que es porque el sábado no elongamos nada y yo había hecho un par de minutos de aparatos. Empecé dieta, tres kilos no pueden ser más que mi voluntad. Más allá de la voluntad. Más allá de la voluntad de poder. Tengo que trabajar y la casa es un caos. ¿Bajo al estudio o me voy a un café?
¿Y la crueldad? A mí, justo a mí. No puedo ser feliz acá porque la vida cotidiana me agobia. No puedo ser feliz allá y lo sé porque la mirada externa me aniquila. Conclusión: ser feliz no existe. Ah, sí, ya lo sabías, como todos. A veces hay que ponerlo en palabras. Por lo demás, sale el sol, los chicos miran Los Simpson y yo me pongo ya con el deber. Y mi deber ser no existe. Quiero brillar. Vamos a brillar mi amor.
Así las cosas.
Deshilachadas.

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