martes, 10 de noviembre de 2009

¿yo hablé de dignidad?

La dignidad en mi adolescencia quedaba bastante pisoteada, sí. Era difícil sacudirla cuando te toqueteabas con compañeros del secundario sin darte besos, por ejemplo. O cuando morías de amor por un amigo que sólo quería ser tu amigo y compartías la cama y ni siquiera te hacía un mimo. Claro que la pregunta es: ¿por qué entonces compartía la cama con vos? Querer tener respuestas a esta altura es simplemente imposible no sólo por el tiempo que pasó sino porque los hombres suelen no tener idea de por qué se comportan como lo hacen. ¿Será puro instinto?

Pero todo venía a que mi dignidad hoy en día ya no es impresentable por las camas que frecuenta sino por su comportamiento diurno y cotidiano.

Hoy sólo miré Sex & the city. Llevé laburo al club y en lugar de leer me tomé un agua de guayaba, me fumé un marlboro y me quedé dormida sobre la mesa mientras Camilo lo hacía en su carreola. Tuve que incorporarme cuando vino madre de amiguito de Simón con quien hago ronda a contarme que finalmente se había revelado contra los padres y había decidido irse a vivir con el novio pero había vuelto por el escándalo que le hicieron (tiene 27 años y un hijo de 8 que tuvo sola). Yo quiero que sea feliz. Es amorosa. Me quedé pensando en que este debe ser uno de los países latinoamericanos más conservadores. Después me di cuenta de que nunca soy parámetro. Nunca soy parámetro de nada. De verdad no doy, soy una pajera inservible.

Y ahora, con la dignidad empachada de todo el chocolate que me comí a pesar de estar supuestamente a dieta, me voy a dormir porque estoy agotada. Sólo espero que la tos y los mocos de Milo me dejen dormir.

Así las cosas.
Una verdadera inútil.

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