miércoles, 7 de septiembre de 2011

1994 (cuento largo)


Cinco/ Comedor
Había días en los que un elefante se apoyaba sobre el claustro. El ambiente se volvía opresivo, gris. Las paredes de azulejos verdes, frías, y los pasillos oscuros, parecían moverse hasta que te aplastaban, como en las películas de aventuras. Pero no.
Si el profesor no llegaba después de diez minutos, podíamos irnos. A los cinco ya estábamos todos parados y a los diez, salíamos corriendo, en malón, hacia cualquier lado antes de que nos atrapara algún preceptor policía.
Los miércoles en la tercer hora teníamos clase de literatura. El viejo no llegó. Al día siguiente nos enteramos de que se había muerto esa misma mañana. Casi todas las clases me hacía alguna pregunta. Con El Quijote pude hasta la mitad, el segundo tomo me aburrió. Y Fuente Ovejuna se lo leí a Nati en voz alta, de un tirón, una noche antes de una prueba. Su muerte, inesperada, me impresionó.
Pero ese día no sabíamos y bajamos derecho al comedor del subsuelo. La comida era asquerosa y el lugar, con su luz blanca y la mugre que nadie se ocupaba de disimular, me deprimía. Pero no teníamos muchas opciones. Mariano se tiró en un banco a leer El mito de Sísifo, se notaba que quería estar solo y que nadie lo molestara. Andrés se sentó sobre una mesa y se puso a hacerle masajes a Nati en el cuello y la espalda después de que se quejara de una contractura “por ahí”. Hacía rato que Andrés le tenía ganas pero ella estaba muy concentrada en su no-relación con Mariano como para hacerse cargo. Ese día, sin embargo, tiró el pelo rubio largo para adelante y lo dejó hacer, apoyándose un poco en sus rodillas. A unos metros, Tomás acomodó su cabeza sobre mis piernas flexionadas, acostado, y sin que tuviera que decir nada, empecé a hacerle mimos en el pelo, con los dedos abiertos, como si fueran también, pequeños masajes. Le encantaba y yo le daba el gusto. Su cara de placer infantil me hacía sentir una pelotuda pero lo hacía igual. De repente dejó sus gemiditos rastreros para atacar con sorna:
 -¿Así que tenés novio?
-¿Eh?
-Sí, el pibe ese del recital, el que están en rehabilitación con el que transaste. Me dijo Mariano que es tu novio.
-No, cero. Te dijo cualquiera.
Ni bien terminé de decirlo, sin saber si de verdad quería decir eso, me di cuenta de que el chisme venía por Nati. La furia me subió desde el estómago hasta la campanilla, quería gritarle: ¡pelotuda de mierda, cerrá el pico! Mientras la zarandeaba. Ella me obligaba a ser discreta con sus historias pero a la más mínima noticia mía, la soltaba al viento para que se esparciera como esporas. Pero no lo hice, hubiera sido un escándalo sin sentido, cualquier pelea la manteníamos en privado, el mundo era el enemigo y nosotras solo nos teníamos la una a la otra. Además, en ese mismo minuto escuchamos un alarido agudo y atronador que venía de ella:
-¡Una rata!
El comedor entero siguió su dedo índice hasta uno de los caños amarillos que atravesaba el rectángulo desde la entrada hasta la última pared y vimos la masa gigante y peluda corriendo a toda velocidad para escapar de la escoba que sacudía, inútil,  el encargado.

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