miércoles, 7 de septiembre de 2011

1994 (cuento largo)


Seis/Hermanos
Mentí. Le dije a Ramiro que tenía un cumpleaños, prefería ir con las chicas a lo de Marce que salir con él. Pero tampoco le quería decir que no de frente. Sentí la desilusión en sus palabras y me dio algo de pena pero solo algo.
Cené con Juan, había escuchado la conversación con Ramiro y me preguntó quién era. Hacía años que no hablábamos de nosotros. No sabía nada de él, se pasaba los días con Esteban, su mejor amigo, y en casa parecía un fantasma. Hablaba cada día menos, abstraído, sin que sepamos en qué. El resto del tiempo estudiaba: el CBC de física era complicado.
Nos sentamos en la cocina, iluminados solo con la luz baja, a comer los sándwiches de atún que había preparado. Mi receta con apio, lechuga, pepinitos agridulces y tomate era infalible. Quiso saber si me gustaba, si me trataba bien, qué iba a pasar. Dije que me gustaba más porque gustaba de mí que por él en sí, dije al pasar algo de la rehabilitación y de que igual seguía enamorada de Tomás.
-¿De ese nabo?
-Sí, no sé. Por ahí ya no.
-Bueno, nena, cuidate.
Y apoyó su plato en la pileta para que lo lavara, yéndose sin dejar que le hiciera ninguna pregunta. Escuché que pasó por el baño y me gritó un “chau, cerrá bien la puerta”, antes de dar el golpe seco y volver a convertirse en el fantasma de siempre.
Lavé todo para que mi vieja no se quejara al día siguiente, me abrigué y tomé el sesenta que me dejaba en lo de Marce. Ese fin de semana era su mamá la que se había ido a la costa, teníamos la casa para nosotras y habíamos conseguido porro.
Cuando llegué ya estaba Nati buscando qué disco poner y al rato cayó Lupe. Marce hablaba por teléfono con su chico mientras pintaba unas zapatillas con marcadores indelebles: un arco iris, unas estrellitas, un sol del otro lado. Había armado una guarda de fotos en su cuarto, en algunas estábamos nosotras, en otra él, en otra su papá, sus hermanitos chiquitos, su mamá de joven. Di la vuelta completa y terminé al lado de ella, oliendo la tinta de su marcador.
Con el pibe salían hace unos meses, era guitarrista de una banda conocida y se creía Keith Richards, con el cigarrillo colgando de la comisura mientras hacía el único solo de la noche. A mí no me parecía  lindo pero Marce deliraba. De las cuatro era la única que cogía, contaba que la pasaban súper bien en la cama, que el pibe la tenía clarísima. Nosotros asentíamos, haciendo como que estaba todo bien pero no podíamos agregar nada. Igual la maltrataba, la llamaba cuando se le daba la gana y podían pasar semanas sin que se le viera un pelo. Marce se hacía la superada pero sufría. Algunas noches se quedaba a dormir y a la mañana desayunaban con la madre y el novio de la hermana que era más chico que nosotras aunque ella nos llevaba seis años.
Tirada en la alfombra, escuchando New Order de fondo, con las demás también echadas a mi alrededor, ya muy fumada, tuve la sensación de que en esa casa estaba todo al revés, de que en cualquier momento íbamos a caminar por el techo y nos iba a parecer normal. Alguna preguntó qué pasaba con Ramiro. “No sé”, dije “hoy prefería verlas a ustedes, las amo”. Se rieron y gritaron y cuando nos dio mucho hambre atacamos un paquete de papas fritas untadas con queso crema, comimos pastel de carne de la fuente y nos terminamos la chocotorta que había hecho Marce para un té familiar que tenía el domingo.
-No importa boluda, después hacemos otra, es re fácil –le había dicho Lupe ya con un pedazo en la boca.
Sí, las reglas ahí eran elásticas.

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