jueves, 8 de septiembre de 2011

1994 (cuento largo)


Ocho/Fin
El lunes no fui al colegio porque me sentía mal y porque, además, había estado llorando gran parte de la noche. Bah, de las noches desde el viernes, mientras escuchaba canciones tristes en el equipo nuevo que, al final, había aceptado. Tenía para escuchar cds y doble casettera, los odiaba pero el regalo estaba bien.
Podría decir que lloraba por Ramiro pero no, lloraba porque por primera vez un pibe gustaba de mí genuinamente pero sabía que, en un punto, mis viejos tenían razón. Sentir pena de uno mismo es lo menos pero no lo podía evitar ¿No podía enamorarse de mí alguien “normal”? ¿Nunca nadie me iba a querer? El sábado me llamó y le dije la verdad. No quería hacerlo sentir mal pero tampoco me daba inventar una excusa ni posponer el final. “Cuidate mucho” tiró antes de cortar y yo le dije que él también se cuidara y cuando apoyé el tubo en la base empecé a sacudirme con unos espasmos inmundos que no podía controlar.
Sí, se ve que en algo me parecía que mis viejos tenía razón porque no escapé como habíamos planeado con Nati tantas veces, pensando en la pensión del centro en la que íbamos a dormir. Yo decía que iba a llevar mi poster de Charly y ella el de Bowie para que las paredes no fueran tan tristes. Con dos jeans, cinco remeras, unas bombachas, unas medias y un par de borceguíes en principio nos arreglaríamos.  Podíamos trabajar de cadetas o de mozas o de repartidoras. O con un poco de suerte, en un local de un Shopping que en verano tiene aire acondicionado.
La escuchaba de fondo, insistiendo con que tenía que irme sí o sí,  que no podía ser que los dejara digitar mi vida y el verbo me causó gracia -era obvio que lo había aprendido hacía un rato y lo quería usar en algún contexto-, que si les dejaba pasar esta después todo se iba a poner peor. No le dije que mejor se rebelara ella, que se escapara ella del infierno en que se había convertido su casa, con su mamá tirada en la cama, incapaz de levantarse y el pelotudo del padre enconchado con la vecina imbécil, pergeñando el ensamble de la falsa familia feliz. No insistí porque sabía que no iba a aguantar ni dos días sin que le cocinaran, ni le lavaran la ropa ni siquiera sin sus sales de baño de lavanda en la bañadera al menos una vez por semana. Nah, solo lo pensé.
Pelearme con Nati me estresaba más que correr el test de Cooper.
Por eso no fui a su casa, me quedé llorando en mi propia cama, comí con todos en el silencio más atronador un par de veces y otros sola en la cocina, sobras recalentadas directo del tupper. Fueron días de que nada importara, de no sacarme el pantalón del pijama, el buzo viejo y la remera gastada. Estaba muy triste. Pero al final se me pasó. El equipo nuevo era genial y el martes me desperté con la radio a todo volumen. Además, había quedado con Tomás en estudiar para la prueba de química.

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