lunes, 26 de septiembre de 2011

es un hasta luego

Vino Luzma, como una aparición casi me desmayo cuando la vi. Quería cobrar la semana que había quedado pendiente. Y supongo que ella no se animaba a decirme que se quería ir. Se la hice fácil, le dije que no es un trabajo para ella, que tiene que estar tranquila, cuidarse, curarse, etcétera. Nos abrazamos fuerte, quedamos que puede venir cuando quiera, que las puertas están abiertas y que si me voy de viaje y hay alguien más, ella viene a quedarse con los chicos. Está perfecto. Es como una abuela. A mí eso me deja super tranquila. Esta semana estaré sola todavía y el domingo vendrá Silvia a ver si nos llevamos bien.

Sí, los problemas burgueses son lo menos pero son los que hay.

Me duele mucho la panza. Mi aparato digestivo está pidiendo piedad. Tengo que llamar al gas. Y no sé si cocinar o no algo para el taller. Hay muchas bananas que se van a poner feas (siempre me pregunto por qué se le dirá plátano en México).

Soñé que marido me dejaba por una golpeadora. Últimamente sueño cosas rarísimas, perturbadoras. Dormí más o menos. Me levanté con el Coco. Hice solo un rato de elíptica porque no me siento bien. Suspendí la cena de Rosha Hashana en casa porque no me da el cuerpo.  Culpa, eh. Pero no puedo, levantarme un domingo angustiada por una cena no es normal. Pero no tener festejo ya sí. Qué loco, pensaba mientras volvía de dejar a Milo. De repente el judaísmo se va esfumando de mi vida cuasi a mi pesar. Pero hay algo que no me fluye. No me dan ganas de aprender a ser guefiltefish o knishes. Hubo una época en la que hice leikaj, no sé bien cuándo fue pero no muy lejanamente. Me apena que mis hijos no sientan la mitad de su judaísmo pero no puedo hacer demasiado. Tiene que ver con lo familiar y acá no tenemos familia. Ni modo. Si no seguramente iríamos a lo de madre (que tampoco es la más jewish) y comeríamos un par de cosas típicas. Podría comprar una jalá, eso sí... es de los panes más ricos del mundo...  En fin, cuestión que me apena pero no me da el cuero. Al menos no en la semana.

Una pena.

Por lo demás: no sé. Bien. Así: bien.

Guau.

Ayer marido hizo una pose rara, en pelotas, mostrando músculos y me hizo acordar a un cartel que había en un instituto en la esquina de Canning y Cabello, arriba de El torreón. Yo viví en esa cuadra de los 3 a los 8 años y esa esquina me era ultra familiar. La esquina, el mercado, la galería abierta con Hipo-hipo, Mataná, La barca, a unos metros Papeluchos, Tío llorón (nunca jamás padres nos compraron un cucurucho, para nuestros cumpleaños, ya cuando vivíamos en Gallo, madre nos llevaba a Fidelio, sobre Coronel Díaz, y te regalaban dos por tu onomástico), el almacén de Mary, la casa que vendía medias y calzones, la de uniformes de la esquina donde ahora está Persicco. Madre nos buscaba en la escuela y almorzaba con nosotros todos los días excepto los martes, que iba a la APA. Estaba presente pero no tengo la sensación de cercanía. En lo más mínimo. A mí ni se me ocurría contarle cosas, vivía mucho adentro de mi cabeza, leyendo, mirando tele o pensando cosas. También iba mucho a lo de Marce y me quedaba a dormir. Ojalá mis hijos no piensen eso de mí. No sé en qué estaría madre o por qué la relación no fluía (ahora ya no, ahora todo es más normal) pero me daría mucha tristeza que mis hijos, con todas las horas que les dedico, tuvieran ese recuerdo.

También pensé que yo torcí mi destino de una forma contraria a lo que pasa acá. Si en cierta clase socioeconómica las mujeres se preparan para casarse y tener hijos y todo lo que hacen mientras es para pasar el tiempo, mi vida parecía de signo completamente contrario. Ni casarme ni tener hijos era un plan. Jamás se me pasó por la cabeza. Ni mucho menos. Pensaba recibirme, hacer un posgrado afuera, viajar, ser independiente, etcétera. Y aquí me ves: madre suburbana. Ahá.

Las cosas pueden no salir como pensabas.

Pero no importa.

Bueno, me extendí. Para variar.

Así las cosas.

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