martes, 6 de septiembre de 2011

1994 (cuento largo)


Cuatro/Corrientes y Callao
El morocho del recital, después de tocarme las tetas delante de todos mis amigos, me había pedido el teléfono. Durante una semana, cada vez que llegué a casa pregunté si había alguna novedad para mí pero nada. Por fin, un miércoles a la tarde atendí y era él. Hablamos un toque y me invitó al cine esa noche. A mis viejos les dije que salía con Nati, si no les iba a tener que dar explicaciones y no tenía ganas.
Nos encontramos en la esquina de Corrientes y Callao. Pensé en ponerme la mushcu perra, le decíamos así porque era verde, de lyrcra muy apretada y  me marcaba las tetas: cada vez que la usaba estaba con un pibe. Pero me iba a cagar de frío. Llegué antes y lo vi de lejos, caminaba como si estuviera escuchando música.
Su beso en la boca me sorprendió. Después me dijo hola. Anduvimos de la mano hasta el cine, sacó las entradas y compró garrapiñada en un puestito de la calle antes de que entráramos. El asiento hizo un chirrido agudo cuando me hamaqué un par de veces, no lo podía evitar, era como un tic que tenía desde chica. Había poca gente y nadie se quejó del ruidito de la bolsa cada vez que sacábamos un maní. Comí poco porque me dio miedo que se me quedara caramelo entre los dientes.
Vimos Je t'aime moi non plus. Jane Birkin me mató, de tan flaquísima parecía ser solo de huesos y piel, sin músculos. Y con el pelo rubio y despeinado era mi ideal de mujer. Decidí buscar todas sus pelis, por ahí las chicas se copaban con el plan. Ramiro miraba un poco pero prefería besarme y tocarme la entrepierna. Yo no me daba cuenta de si estaba húmeda por sus caricias o por lo que pasaba en la pantalla.
Después caminamos mucho, él me abrazaba por la cintura. Las luces de la avenida y las marquesinas de los teatros decadentes borraban las estrellas. Había basura por todos lados y muy poca gente. El tiempo pasaba como en fast forward mientras tomábamos un cono de vainilla a pesar del aire helado. De lejos parecíamos novios. Siempre envidiaba a las chicas que podían decir “mi novio”, les veía un halo de distinción que ahora yo también emanaba. Entramos a un par de librerías. Me decía que yo le gustaba, me besaba la oreja y yo me emocionaba con sus besos seguros y su mano grande y pesada agarrándome con decisión.
Entre beso y beso hablamos un poco.
-¿Ya terminaste el colegio? –se me ocurrió preguntarle.
-En realidad no, dejé en cuarto porque entré a rehabilitación.
Siguió aunque yo no dije nada.
-Empecé a tomar cocaína a los catorce y mis viejos me mandaron a los quince pero me escapé un par de veces y volví y así hasta que decidí que estaba bueno dejar. Ahora estoy siguiendo el programa como corresponde. Salgo los miércoles y los sábados y hace meses que no tomo.
-Ah ¿y qué hacés ahí?
-Tenemos grupo todos los días y cada uno cuenta lo que le pasa y después actividades. Yo me ocupo de la huerta y también hago alfarería. Cuando salga quiero terminar el colegio y después estudiar psicología.
-Está bueno –dije por decir cualquier cosa.
Imaginarlo en la granjita me deprimía así que intenté pensar en otra cosa.
Se tomó el treinta y siete conmigo. Apoyé la cabeza en su hombro y miré por la ventana lo poco que pasaba afuera. Nos despedimos en la puerta de casa, transamos mil horas, sentados en el escalón hasta que tuve más ganas de estar durmiendo que ahí congelada. Quiso subir pero le dije que no, que me levantaba muy temprano para ir al colegio.

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