martes, 22 de septiembre de 2009

antes de partir

No me podía dormir, un nudo de angustia. Entonces, abro la ventana. Pienso tanto, a veces. Pienso, además, que lo que uno piensa cuando se acuesta es el núcleo duro de sus preocupaciones (puede que sean pavadas lo que nos ocupe, también). A la una me levanté a darle de comer a Milo. A las cinco nuevamente pero la acidez no me dejaba dormir. Busqué el Melox, me clavé, muy dormida, un par de cucharadas e intenté seguir de largo. Me costó. A las seis cuarenta sonó el despertador. Esta vez, no había dejado nada preparado. Lo desperté al Coco con un beso, le di la ropa (antes pequeña disquisición porque supuestamente hoy sacan la foto y no sabíamos si uniforme sí o no, ganó el sí). Me gusta tanto tener hijos grandes. Me gusta el diálogo. Aunque, tuve que reprimirle los chillidos. Se queja mucho, demasiado. Le hice el desayuno mientras el terminaba de cambiarse, le armé el lunch y esperé adentro al camión. Cuando llegó, salí a saludar y a checar que se hubiera subido. Mi camisón es completamente escotado y blanco con florecitas. En bolas, bah. Soy el ser menos pudoroso que conozco, creo que rozo la locura respecto de mi aspecto personal en algunos casos. A veces, cuando me doy cuenta de que no soy del todo normal en mi comportamiento, pienso a qué se deberá. No hay respuestas. Me volví a la cama. Eran las siete. A las siete y media me volví a levantar e hice todo lo mismo con Tita. Esta vez desayuné. El café con leche, obviamente, me cae mal. Pero no estoy vomitando. Mañana creo que tengo cita con el gastro pero no me acuerdo la hora y perdí el teléfono. Sí, soy medio desastre. Bueno, hablo con mi madre y me voy.

Así de domésticas las cosas.

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