viernes, 25 de septiembre de 2009

cuán al pedo se puede estar en la vida?

Digamos que yo no debería. O sí. Ya no sé. No fui al gym y estoy gorda y teniendo en cuenta que comí de los brownies que hice, probé el glasé para el budín de limón que también cociné con la ayuda de mis hijos y después me clavé un plato de fideos con camarones (también los preparé yo, sara key more than ever) tengo pocas esperanzas de adelgazar en lo inmediato. Me deprime pero no tengo fuerza de voluntad para la dieta, al menos, no hoy. Con el glasé me quemé el dedo (claro que si lo metés en la cacerolita, el azúcar caliente es de lo peor que hay). El bebuch se está haciendo una buena siesta. Perdí mucho tiempo escuchando las pavadas que me decía una madre. Por dios, ¿por qué estoy sometida a cosas semejantes? Te querés matar. Muero de ganas de fumarme un pucho. No tengo. Después de fumar me duele la cabeza y pienso para qué sigo. Fumo, a veces más a veces menos, desde que tengo 14 años. Nunca fui particularmente adicta. De más joven fumaba más, claro. Sobre todo en la facultad. Diego no fuma ni nunca fumó. No tiene el tipo. Tampoco fuma marihuana ni nunca fumó. Se dedicó a las drogas duras y las dejó antes de conocernos. Hoy me mandó el link de una nota de elpais.com donde hablaban de minitas que escriben sobre el cuerpo femenino. Algo así. Algo supuestamente transgresor (seguirá existiendo esa palabra? tuvo su momento de gloria). Pensé: qué hueva. No sé. Ya pasó, parece. Que a las chicas les gustan las cosas kinky no es novedad. Que se hacen las paja, tampoco. No sé ni a qué viene esta reflexión. Supongo que a nada en particular. A que debería leer cosas que me aburren. Escribir un rato. Pero todo me parece difícil y tedioso. También dormiría una siesta. Cocinar me calma. Me hace un poco feliz. Diego me estaba chateando y dejó de hacerlo. Qué raras las relaciones humanas en tiempo de hipercomunicación. Qué raro comenzar una relación amorosa en esos términos. Me retiré con el mail. Soy pésima para los mensajitos de texto, me ponen nerviosa. En Buenos Aire, cuando me mandan, la mitad de las veces no sé quién es. Además, no sé escribir con los teclados de los celulares (parezco lela, tardo 20 minutos para dos palabras, con el iphone es más fácil porque tecleo muy rápido). Tengo el mismo número de siempre, el primer número de celular que tuve allá por el 2001, cuando quedé embarazada y mis padres consideraron que necesitaba uno. Ahora, pareciera impensable no tenerlo. Claro, es el número pero no el aparato. Y muchos contactos se perdieron porque mi hermana Marcela también lo usa cuando va (y yo no estoy). Estoy desvariando. Quiero Buenos Aires. Pasó mucho tiempo ya. Demasiado. Quieo volver, creo. Mi madre viene el 9 de octubre por una semana. Simón está con un amigo que quiere jugar todo el tiempo en el parque. Mi hijo prefiere los Lego. O mirar películas. No creo que el Wii venga para Navidad. Estamos en contra. Y no mucho más. Creo que a la tarde vienen Lau y Pau. No socializo. Ameba. Cansancio crónico.

Así de sueltas las cosas.

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