viernes, 18 de septiembre de 2009

¡cuánto tiempo!

Hacía mucho, mucho que no organizaba una cena así, tirando a formal. Me pasé la mañana haciendo las masitas de almendra para el café, el dip de portobellos que me quedó como el orto (se me pasó la mano con el vino blanco y más bien es una sopa, no se puede servir), las cebollas acarameladas con el vino tinto que harán de salsa para el lomo, el coulis de mango y naranja y el mil hojas de papa. Se dice muy rápido pero me llevó tres horas.
Mi vieja siempre cocinó y yo siempre la miré. También siempre me encantó ver programas de tele. Se supone que tengo mal sazón. Veremos esta noche cómo sale. Diego cocina bien pero muchas veces le pifia por testarudo o por no fijarse en recetas o porque cree que a la gente le gusta cosas que en realidad no. Pero, en honor a la verdad, tiene mejor mano que yo y así quedé relegada.

También aprendí desde chica a poner una mesa como corresponde. Supongo que son las costumbres que la pequeña burguesía copia de la oligarquía. A como sea, sé perfectamente el orden de los cubiertos, las copas, a quién se sirve primero y cómo comer bien en una mesa formal. Mi madre saca su juego inglés comprado en un remate y sus cubiertos de plata de la bisabuela para las cenas. Mi abuela siempre ponía el juego de porcelana para los tés de los domingos. El té, en mi familia, se toma en porcelana. En mi casa, debo decirte, se toma en cerámica. Cosas que pasan. En alguna mudanza me perdieron los platos de las tazas de té de mi juego alemán. De todas maneras, es demasiado moderno para mi gusto, quisiera un juego más clásico. Mis cubiertos me siguen gustando. Usos y costumbres.


La depiladora me dejó plantada. Me urge que vengan a despelarme. Tita está con su amiga Isa. Las nenas, a quienes no estoy acostumbrada, son un show. Muy cocoritas. A Simi no le había armado programa pero llamó Dante.

Así de cocineras las cosas.

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