martes, 12 de enero de 2010

la mística de mi vida

Mi vida, en otro momento, lejano, incierto, borroso, tuvo otra consistencia, otra densidad, otro color. No necesariamente más brillante, todo lo contrario diría yo. Y esa otra vida a veces está relacionada con la soltería, la facultad, el taller literario, la noche. Pero otras simplemente es Buenos Aires. La simpleza de transitar las calles de una ciudad gris como esa, de conocer los nombres, de sentir los olores, de vivirla como la viví durante años, no tiene nada que ver con mi vida hoy. Si me dejaran espiar mi vida y no fuera yo, creería que esta mujer en los treinta está en un retiro. Un retiro lleno de cosas buenas y algunas no tan buenas, pero retiro al fin. Para mí los retiros tienen necesariamente que terminar.
Estos días, a cuento de cualquier otra cosa, me estuve acordando del 141. Fue el colectivo que me tomé durante muchos años para ir a Puán. Desde el 97, primero tenía que montarme al 110 y recién en Scalabrini Ortiz y Santa Fe, me tomaba el 141 vacío. No había colectivos directos desde mi hogar, Las Heras y Laprida. Esa rutina duró unos años, después consideré que era mejor tomarme cualquiera que fuera derecho por Pueyerredón y en Rivadavia tomar otro (solía elegir el 132). A la vuelta, siempre de noche, me tomaba el 141 y en Las Heras el que viniera primero. Excepto cuando después de clase salía (lo que era bastante seguido). Muchas veces era el 132 que me llevaba a La cigale. A veces mi madre me prestaba su auto. Cuando me mudé con Diego, volví al 141. Como vivíamos en Gutierrez y Lafinur primero y en Seguí y República Arabe Siria después, sólo me separaban unas cuadras de Las Heras (bastante largas por cierto). Y el auto, razonablemente, no lo tenía nunca. Viajaba con la panza, oronda y orgulloza, en mis veintitrés. Siempre me gustó viajar en colectivo. De hecho, durante más de un año trabajé en Los Inrocks que todavía estaba en Congreso. Muchas veces para llegar a la facu me tomaba el subte A y después un taxi desde Primeta Junta que me costaba exactamente dos pesos. Pero muchas veces, aunque me llevaba mucho más tiempo, prefería un bondi (no recuerdo el número) que atravesaba una buena parte de la ciudad. El viaje bajo tierra nunca fue lo mío. De hecho, a mitad del 94 nos mudamos de Gallo y Charcas a Las Heras y el subte dejó de ser una opción para ir al colegio. Yo me alegré. Reemplacé a la línea D por el 10. También era bastante largo pero me lo tomaba en la puerta de mi casa (dos metros). Siempre había poca gente así que iba sentada. Sin esa manada de conocidos-extraños que a mi adolescencia le perturbaba por demás. Tampoco estaban los del Ilse que se bajaban en Tribunales ni los oficinistas que llegaban muchas veces hasta Catedral. No tenía que atravesar cuadras y cuadras por túneles hediondos que siempre me dieron un poco de claustrofobia y fobia a secas. Los mejores años de mi vida empezaron en Las Heras, dejando al subte atrás. En el 2004, antes de venirme, trabajaba en un instituto dando clases de español para extranjeros, también en Congreso, pero del otro lado, antes de Rivadavia. Es otra cosa, claro. Me tomaba el 38 o algún otro. Fueron las últimas rutinas colectiveras que tuve. Ya van cinco años de abstinencia.

Este viaje a Bs As no me tomé ningún colectivo. La logística no me lo permitió. Un día quise montarme al 110 con toda la cría para ir a lo de mi abuela pero me di cuenta de que no era una buena idea. Ni siquiera era factible. Me dio un resto de pena.

Cuando caminás por la ciudad, tus pensamientos vagan por lugares que no son necesariamente tu vida. Ves gente, olés, sentís la calle. El coche hace que los pensamientos se centren en vos. Y en lo inmediato. Odio la vida en coche. Amo caminar, además.

La densidad perdida en algún momento será recuperada. El contacto con un mundo que ahora se me hace lejano. Voy a volver, lo sé mejor que nunca.

No sé por qué me acordé de todo esto. O sí. Pero no importa. Ahí estoy, en algún lado, no me terminé de perder. No me terminé de aburguesar. No terminé de perder el norte. Eso es lo que espero y deseo. Y para otro día dejo las impresiones de la calle Florida cuando teníamos hora libre. O los aledaños a Bolívar y Moreno, en los que pasé seis intensos años de adolescente.

Buenos Aires se me empieza a escapar, pero no tanto.

Así las cosas.
Porteñas.

4 comentarios:

ww dijo...

Che, esta bueno esto que escribiste. Y yo tambien extranio el colectivo horriblemente. La vida en auto es alienante, (aunque supongo que lo mismo podria decirse del colectivo)

libre dijo...

saben que incomodo y frustrante es no tener auto y depender del colectivo para todo? y eventualmente del taxi que esta muy caro?
no tienen idea, chicas...
quisiera alienarme un poco por andar siempre en auto!

estudiante crónica dijo...

a mi me copa el bondi (y cuando era adolescente me enctaba la idea de tener la ida + la vuelta asegurada por una moneda de un peso), pero ahora no tengo auto y tb lo extranio.
(y bueh, los bondis evanston no son ni ahi como los bondis en bs as)

El Marpla dijo...

yo soy un chico de subte y pie. El bondi tiene su magia, pero si no tenés apuro.

Voy a Bs As este martes, estoy ansioso. Me escapo un poco de este invierno choto. Fui hace 1 año y ahora vuelvo, cuando pensaba que no volvería en mucho tiempo. Tengo ganas.