lunes, 21 de marzo de 2011

sobre psicoanálisis, burguesía y obscenidad

Desde la mañana me quedé pensando en el psicoanálisis. Mientras me cambiaba recordé las muchas mañanas de diván en el consultorio de E, oscuro y atiborrado de libros y cuadros. Así como sé que ahora disfrutaría mucho de la paja mental psicoanalítica (a la vez que me daría un miedo infame hacerme demasiadas preguntas), también tuve que entender que durante los diez años fui dos veces por semana porque no tenía opción. De hecho, luché con la resistencia durante largo tiempo hasta que me entregué. Soy una asociadora libre nata y nada me causa más placer que echarme a que alguien me escuche exclusivamente. Lo seguiría haciendo si no fuera demasiado caro y peligroso. Uno de los problemas básicos que tiene la terapia es la humanidad de los terapeutas. Si abandoné a E sin que me diera el alta (creo que no me lo hubiera dado jamás) fue porque ya no podía mirarme. A los 20 era una persona y a los 25 era alguien muy distinto, atravesada por el matrimonio, la maternidad, las responsabilidades del mundo real. Y él ya no podía verme. No lo culpo, es lógico. Por eso me pregunté con cuánta gente me pasa lo mismo, con quiénes no soy capaz de sacarme el prisma de la historia compartida para ver el presente. Suelo darme cuenta de a quiénes les pasa conmigo y me entristece, me deprime o me es indiferente según el caso. Es verdad: la gente cambia (al menos en algunos sentidos).

Ya en el sauna (después de haber solo hecho 20min de elíptica porque olvidé los auriculares y ejercitarse sin música es insoportable) seguí con la cadena de pensamientos: el grave problema del sufrimiento burgués es su obscenidad. Sin lugar a dudas. Mientras el mundo se cae a causa de desastres naturales, hambrunas, bombardeos, peligros nucléares y semejantes, hay toda una franja de gente desalentada, desolada, frustrada, enajenada, insatisfecha, desenamorada, desencantada y muchos otros etcéteras (en la que por lo general me encuentro, claro está) quejándose de sus pequeñas miserias y, en muchos casos, pagando para ver qué hacer con todo eso.

Es triste y es válido, obvio. Pero es bueno saberlo. Somos para la muerte. No es necesario leer a Heidegger en Alemán para entender que es una verdad irrevocable.

Bueh, siendo feriado de sol y habiendo ido al club y a comprar ropa y de nuevo al club a comer con marido y los A, me dispongo a mirar Californication porque Cuevana se negó (a través de todas las plataformas posibles) a dejarme ver Ese oscuro objeto del deseo. 

En fin, chicos.
Así de realistas las cosas.

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