martes, 11 de mayo de 2010

hay días tan así

Está pesado, neblinoso, ¿contaminado? Fui a leer al salón de Roberta, dos cuentos sin voz es un esfuerzo enorme. Veinte nenitos queriendo hablar. Igual, me gusta. Salir, ir a hacer la fila a la escuela de Simón (es la misma pero otra sede a diez cuadras). Esperar con el calor, sentir que es una pérdida de tiempo, luchar contra alguna ocurrencia de hija que la hace llorar, de onda. Todo el tiempo. Subir a los dos de ocho. Hacer la ronda, escuchar peleas, peleas, peleas. Ser el colmo de la madre burguesa y desear una camioneta enorme. Desear ser rica y que vayan a otro colegio y que tenga todos los talleres incluidos y que haya transporte y no me tenga que someter a la tortura diaria. Yo no nací para esto. Me angustio. Lo pienso y me dan ganas de llorar. O nací para que los temas económicos no sean un tema, para que todo fluya. Más angustia. Tos. Dolor de pecho. Me retumba cuando toso. Baja presión. Volver. Comer con bebé a upa porque Daniela no le había dado carne, ni verdura. A veces me olvido de ser explícita.
Una tristeza clave. Cecilia hablaba del teléfono. Yo hablo poco por teléfono. Soy un poco fóbica, un poco no tengo con quién, un poco me estoy volviendo un monstruo. Paso a Paso, verso a verso.
Al rato viene Pau.
Caparazón. Me repliego sobre mi misma. Dejame ser. Dejame sola. No me hables. Demasiada gente alrededor. Ayer miré la ventana y pensé. A veces yo no puedo. Así. Simple. No quiero más. Ni acá ni allá.
En fin.
Así las cosas. Un martes.

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