jueves, 29 de abril de 2010

cosas que hacer, siempre

Por ejemplo, ir al banco, llamar al Hospital para que me den el informe. Llevar a Milo a la neuróloga y para eso sacar un turno, la radiografía panorámica del Coco. Mucho trabajo en todos los flancos. Un poco de estrés. Comprar regalos para los dos cumpleaños del sábado, arreglar cómo y dónde busco a Roberta después de la fiesta del día del niño de mañana. Cinco días de hijos full time porque hicieron puente largo (no sé ni por qué). Ahora debería buscar una radio para escuchar a Bellatin y Escoto en la Ibero. Cosas así. Muchas.
Y una hueva que ni te cuento.
Retomé el gym. 40 minutos de aeróbico. De a poco entrar en ritmo. El café me está cayendo mal. Obviamente. Me puse un pantalón blanco. Cualquiera. No se dejen engañar por la foto, sí estoy gordita pero no es un tema grave en mi vida. Ni modo. Pensaba, mientras me bajaba del auto, cómo me caben los treinta. Insisto con este tema, sí. Porque están buenos porque lo único malo es que uno sigue cumpliendo y va quedando menos vida y el cuerpo se va haciendo mierda pero todo lo demás es ganancia.
Me desveló la literatura. No podía dormirme pensando cosas, una lectura.  A las 4.30 am me desperté con dolor de panza. Feo.
Estoy cansada. El despertador sonó a las 6.40 y me quise matar. Pero cuando se fue Simi volví a la cama y Diego me apiernó (lo que vendría a ser abrazar con la pierna) y pensé que el matrimonio, por esos pequeños gestos, vale la pena. Dormir juntos. Blanditos.
Y no mucho más, chicos.
La paso bien y mal a la vez, como todos. Hubo una ola pero como todas las olas, llegan a la orilla y mueren y vienen otras que por ahí no están tan buenas pero así es la vida, un mar embravecido.
Ni modo.
Así las cosas.
En vaivén.

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