viernes, 16 de abril de 2010

un semi cuento, semi porno


Aníbal
Era diciembre del 97 y tenía que buscar una nota en la facultad. El último parcial de Literatura Inglesa. Estaba terminando el primer año. Hice la combinación de siempre, primero el 110 y después el 141. Por lo general leía o miraba por la ventanilla. El 141 me lo tomaba vacío en la esquina de Scalabrinni Ortiz y Santa Fe y pasaba por la puerta de la casa de mi abuela, en Malabia y Vera. Nunca me bajaba a saludarla aunque debería haberlo hecho.
Ese día me paré en Rivadavia al cinco mil y toqué el timbre. Se me acercó un chico a preguntarme si esa era la parada para ir a Filosofía y Letras, le dije que sí y bajó detrás mío. Caminamos unos metros y volvió a acercarse. Me preguntó si podía seguirme. Le dije que camináramos juntos. Me contó que vivía en Londres, que hacía un MBA de Marketing, estaba de visita en Buenos Aires y venía a ver a un amigo que era docente. Yo no sabía qué era un MBA pero no le pregunté. Le coqueteé un poco. Hice algún comentario simpático. Se llamaba Aníbal. Tendría unos treinta años y usaba anteojos. No era ni lindo ni feo. Flaco, pelado. Me pidió el teléfono y me dijo que me llamaba para que fuéramos a tomar algo el viernes. Se lo di. Era martes.
Me llamó el jueves. Mis padres se habían ido por el fin de semana a Cariló. Podía hacer lo que quisiera sin dar explicaciones. Me invitó a un lugar en Nuñez, enfrente de River. Había pasado mil veces por la puerta. Nunca pensé que fuera a entrar alguna vez. Busqué ropa provocativa. Me maquillé. Quería estar linda. Hacía mucho que no tenía una cita. Y aunque era una cita rara, me entusiasmaba. También me daba miedo. No sabía nada de él. Y tenía un nombre horrible. Pero salir no significaba que tuviera que pasar algo. Le pedí a Fernanda y a Joana que estuvieran pendientes. Todavía nadie tenía celular.
Nos encontramos a las nueve. Había comido algo en mi casa y había ido en taxi. Los colectivos de noche me aburrían. Lo vi sentado en una mesa, tomando un trago. El lugar era espantoso, con poca luz y peceras con tiburones. Jamás iba a lugares así. Pedí un capuchino y hablamos de cualquier cosa. Yo no tomaba alcohol. Nunca. Mientras terminaba la taza de café extra large, sentí su mano en mi entrepierna. Tenía puesta una pollera sin medias. La conversación era intrascendente pero las caricias en el muslo no me disgustaban. Pagó y salimos. Caminamos dos cuadras hasta un telo. En la puerta me besó por primera vez. Entramos pero había espera. Paró un taxi y le pidió que nos llevara a un telo de la zona. Albergue transitorio, dijo. Cuando llegamos, se bajó a preguntar y tampoco había cuarto. Seguimos. En el tercero nos quedamos. Los viernes a la noche son así. Hay que esperar. Al taxista debió parecerle graciosa la situación.
Esperar en un telo es todavía más raro que en cualquier otra circunstancia. Las parejas no hablan y lo único que querés es que te toque a vos. En la depiladora es parecido. En ambos casos terminás desnuda. Hacía calor y la salita no tenía aire. Por fin pasamos. Era un telo medio, ni de los buenos ni de los peores. Pidió una de las habitaciones caras, tenía un jacuzzi enorme, violeta y un espejo en el cielo raso. La alfombra era roja. La calidad de los telos podría medirse por sus pisos. Los que tienen moquette están por encima de cualquiera que tenga mosaicos. Pero los de alfombras baratas, ásperas, son todavía peores. En esos casi no hay luz. Evita que veas la mugre.
Fui al baño y cuando volví Aníbal estaba sin camisa, con el pantalón desabrochado. Tenía un pañuelo en la mano. No reaccioné. Se había sacado los anteojos y tenía una mirada extrañada. Me perturbó. Pero el miedo me calentaba. Antes de que pudiera seguir pensando, se acercó y me sacó la pollera con una mano. Me empezó a besar con violencia. Estaba cada vez más excitada. No me tocaba. Sólo me besaba. Cuando me dijo de atarme me asusté. No pasa nada. Te lo pongo flojito. Dudé. No, mejor no. Quería que me cogiera pero también quería irme. Dale, me dijo, está todo bien. Dije un no más convincente y dejó de insistir. Me vi al día siguiente, con el maquillaje corrido, los ojos morados y mucha vergüenza y quise llorar. Por puta, pensé. El pañuelo quedó tirado en el piso. Entonces me tranquilicé. Intenté agradecérselo chupándole la pija pero no me dejó. Me tiró en la cama, me sacó la bombacha y la musculosa y empezó a tocarme la espalda, como si supiera exactamente qué me gustaba. No me dejaba tocarlo. Yo me retorcía. Tampoco me tocaba a mí, sólo caricias en la espalda. La excitación empezó a dolerme. Es un segundo en el que te acercás a la locura. Le supliqué que me penetrara. Esperemos, dijo. Pero con un movimiento brusco me dio vuelta, me puso en cuatro y me la metió. Mientras, me tiraba del pelo y me decía putita. Yo gritaba. Y miraba para arriba, el reflejo en el techo. Después volvió a darme vuelta, puse las piernas sobre sus hombros. Me dolía pero lo dejé seguir. Al rato me bajó las piernas y acabamos.
Quedé exhausta. Mientras fumaba un cigarrillo, tirada sobre las sábanas desechas de la cama redonda, le conté que cogía hacía poco. Había perdido la virginidad en México, en enero de ese mismo año. Nunca había estado con alguien tan desconocido en Buenos Aires. Era un completo extraño. Me contó de su vida en Londres. No tenía planes de volver a Buenos Aires. Cuando venía se quedaba en lo de sus padres. Le hubiera querido preguntar por qué le habían puesto un nombre tan feo pero me contuve. Era una agresión gratuita. Tampoco mi nombre es nada especial.
Dijo de meternos en el jacuzzi y acepté. Lo llenamos de agua tibia y espuma. Hacía demasiado calor. Nos quedamos una hora cantando temas de Los Beatles. Divertido. Cuando se terminó el turno nos vestimos. Guardó el pañuelo en el bolsillo sin decir nada. Yo miré para otro lado. Salimos. Era temprano. Podría haber hecho algo más, algún plan con mis amigas pero no lo había pensado. Igual estaba cansada. Nos despedimos en una esquina. Me dio un beso y me subí al taxi. Tarareaba Jealous guy mientras veía los autos que andaban rápido por Libertador. Dormí mucho y profundo. Al mediodía llamé a Joana y después a Fer. Les dije que estaba bien.

1 comentario:

ww dijo...

Me gusto, creo. Muy unassuming y simple y efectivo. Mejor que el otro que me mandaste, el desde el punto de vista de un tipo, te sale mejor el personaje femenino parece. Ahora, porque las oraciones cortas? Es tu signature o que?
Besos